Hace más de cuarenta años, cuando recién me iniciaba en las prácticas de la abogacía, un amigo me pidió que viajara a Chillán a arreglar un asunto de títulos y de testamentos en esa zona del país. Me dijo que se trataba de un campo a varios kilómetros de la ciudad.
Accedí de buen grado y pensando que me encontraría al llegar con una gran casa patronal rodeada de potreros extensos y llena de actividad. Por el contrario se trataba de un predio de secano, hacia la costa, en una de las zonas de Chile más afectadas por la erosión. La «casa del Fundo» era una modesta casa de campo en donde vivían dos hermanas solteras de avanzada edad, y que trabajaban el predio sin más ayuda que dos peones. Cierto es que el único cultivo que no fuera la chacra para el personal consumo, era un viñedo de uva del país que les permitía hacer un caldo de calidad dudosa que entregaban a viñas más grandes para implementar su elaboración.
Aparecía, sin embargo, como bastante obvio que, a pesar de la modesta extensión de la viña, la cosecha no la podían hacer dos peones solos y por eso me atreví a preguntarles cómo se las arreglabas en tiempo de vendimia. La respuesta de ambas hermanas fue casi a coro. Para eso están los «valijeros»! El término de ‘valijeros» me sorprendió y pedí que me explicara de quiénes se trataban. De inmediato me dijeron que, en tiempo de cosecha siempre pasaban por el camino trabajadores trashumantes con una maleta, bolso o valija si hombro ofreciendo sus servicios para completar la dotación necesaria para la vendimia. Algunos valijeros eran ocasionales y otros erraban todo el año de región en región, adaptándose al tipo de cultivos y al clima, llevando muchas veces al hombro todo su patrimonio, y entregando su vida al azar del camino, sin ninguna suerte de previsión ni protección social como no fuera la muy menguada que se daba a los indigentes.
El recuerdo de mi temprana experiencia profesional me ha venido a la mente al conocerse algunos detalles del accidente que costó la vida a más de diez personas y que dejó heridas a muchas más, entre ellos niños pequeños, que iban a ayudar a sus madres en la recolección de frutas en un trabajo temporero cerca de Gorbea. En efecto; esos hombres, mujeres y niños que iban a trabajar en una actividad de temporada ya no recorrían a pie los caminos del campo con su maleta al hombro sino que eran transportados en un vehículo no autorizado para el servido que prestaba al producirse el accidente; la empresa que los contrató no era tampoco el predio modestísimo a cargo de dos mujeres solas con un minicultivo de poco rendimiento, sino una explotación agrícola moderna implementada en todo lo necesario para hacerla rentable, pero, el trato a los temporeros, no estaba muy lejos que lo que la suerte deparaba a los antiguos «valijeros».
Hay deudas sociales que corresponde pagar a los sectores más desproteg,idos de nuestra nación, pero no debe ser toda la carga del Estado sino también de la conciencia de las personas que dirigen las empresas como la que contrató a los temporeros del bus accidentado.
Los pueblos no solamente se fraccionan y enfrentan por razones políticas, que ya esas las conocemos de sobra en nuestro país, con consecuencias más que dolorosas, sino también por la falta de solidaridad y de comprensión de las personas que dirigen algunas empresas en un país que se dice moderno.
Ha pasado casi medio siglo desde que yo supiera de los «valijeros», el campo chileno se ha modernizado y seguramente ya el pequeño predio que yo conociera no ha podido sobrevivir en un mundo altamente competitivo, pero no parece razonable que estas transformaciones no hayan beneficiado también a estos modestos trabajadores del agro nacional, que deben sentirse tan Injustamente tratados como entonces.
Mario Alegría Alegría.
Abogado
Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 8 de Marzo de 1999