37. VIAJEROS Y TEMPOREROS.

Hace más de cuarenta años, cuando recién me iniciaba en las prácticas de la abogacía, un amigo me pidió que viajara a Chillán a arreglar un asunto de títulos y de testamentos en esa zona del país. Me dijo que se trataba de un campo a varios kilómetros de la ciudad.

Accedí de buen grado y pensando que me encontraría al llegar con una gran casa patronal rodeada de potreros extensos y llena de actividad. Por el contrario se trataba de un predio de secano, hacia la costa, en una de las zonas de Chile más afectadas por la erosión. La «casa del Fundo» era una modesta casa de campo en donde vivían dos hermanas solteras de avanzada edad, y que trabajaban el predio sin más ayuda que dos peones. Cierto es que el único cultivo que no fuera la chacra para el personal consumo, era un viñedo de uva del país que les permitía hacer un caldo de calidad dudosa que entregaban a viñas más grandes para implementar su elaboración.

Aparecía, sin embargo, como bastante obvio que, a pesar de la modesta extensión de la viña, la cosecha no la podían hacer dos peones solos y por eso me atreví a preguntarles cómo se las arreglabas en tiempo de vendimia. La respuesta de ambas hermanas fue casi a coro. Para eso están los «valijeros»! El término de ‘valijeros» me sorprendió y pedí que me explicara de quiénes se trataban. De inmediato me dijeron que, en tiempo de cosecha siempre pasaban por el camino trabajadores trashumantes con una maleta, bolso o valija si hombro ofreciendo sus servicios para completar la dotación necesaria para la vendimia. Algunos valijeros eran ocasionales y otros erraban todo el año de región en región, adaptándose al tipo de cultivos y al clima, llevando muchas veces al hombro todo su patrimonio, y entregando su vida al azar del camino, sin ninguna suerte de previsión ni protección social como no fuera la muy menguada que se daba a los indigentes.

El recuerdo de mi temprana experiencia profesional me ha venido a la mente al conocerse algunos detalles del accidente que costó la vida a más de diez personas y que dejó heridas a muchas más, entre ellos niños pequeños, que iban a ayudar a sus madres en la recolección de frutas en un trabajo temporero cerca de Gorbea. En efecto; esos hombres, mujeres y niños que iban a trabajar en una actividad de temporada ya no recorrían a pie los caminos del campo con su maleta al hombro sino que eran transportados en un vehículo no autorizado para el servido que prestaba al producirse el accidente; la empresa que los contrató no era tampoco el predio modestísimo a cargo de dos mujeres solas con un minicultivo de poco rendimiento, sino una explotación agrícola moderna implementada en todo lo necesario para hacerla rentable, pero, el trato a los temporeros, no estaba muy lejos que lo que la suerte deparaba a los antiguos «valijeros».

Hay deudas sociales que corresponde pagar a los sectores más desproteg,idos de nuestra nación, pero no debe ser toda la carga del Estado sino también de la conciencia de las personas que dirigen las empresas como la que contrató a los temporeros del bus accidentado.

Los pueblos no solamente se fraccionan y enfrentan por razones políticas, que ya esas las conocemos de sobra en nuestro país, con consecuencias más que dolorosas, sino también por la falta de solidaridad y de comprensión de las personas que dirigen algunas empresas en un país que se dice moderno.

Ha pasado casi medio siglo desde que yo supiera de los «valijeros», el campo chileno se ha modernizado y seguramente ya el pequeño predio que yo conociera no ha podido sobrevivir en un mundo altamente competitivo, pero no parece razonable que estas transformaciones no hayan beneficiado también a estos modestos trabajadores del agro nacional, que deben sentirse tan Injustamente tratados como entonces.

                                                                                                           Mario Alegría Alegría.

                                                                                                                          Abogado

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 8 de Marzo de 1999

36. MAPUCHES, AYER Y HOY.

En nuestra historia ha sido emblemática la lucha de los mapuches en defensa de su independencia y de su forma de vida, desde las campañas de la conquista durante el siglo XVI y hasta el año 1881, en que se produjo la llamada pacificación de la Araucanía.

Los grupos de la misma etnia que ocupaban las pampas de la Cordillera, tampoco habían sido sometidos por el gobierno argentino y su propia «pacificación» la logró el General Roca algunos años antes, mediante lo que se llamó en Argentina la «Campaña del Desierto», que se inició pocos días después de la declaración de la Guerra del Pacífico, cuando Chile no estaba en situación de ocupar o defender la Patagonia en disputa.

La campaña del desierto significó, prácticamente, el aniquilamiento de los indígenas del sur argentino, mientras que los gobiernos chilenos, a pesar de los incontables abusos iniciales en la adjudiciación de las tierras, procuraron siempre proteger a los mapuches mediante la dictación de sucesivas leyes y la creación de juzgados especiales destinados, teóricamente, a impedir su despojo por los particulares.

Lo cierto es que las mejores intenciones a veces producen pocos y malos resultados y éste fue el caso hasta hace pocos años, ya que los títulos de propiedad otorgados por el Gobierno Militar no resolvieron los problemas de un pueblo básicamente cazador y recolector, acostumbrado a vivir sobre grandes extensiones de tierras.

Contribuyeron a hacer ineficaces las medidas, las especiales características de las instituciones mapuches, sin noción de estado y con jefaturas políticas o guerreras de pura contingencia. Esta falta de poderes centrales les permitió mantener una lucha de siglos contra el conquistador y no de pocos años, como fue el caso de los grandes imperios incásico y azteca, en que la caída del poder político quebró la resistencia del pueblo.

La cultura mapuche, relativamente atrasada con respecto a los pueblos del norte, ha permanecido muy parecida a la que existía al producirse la conquista española. En efecto, la existencia en comunidades ha impedido una transferencia fluida de las ideas y de la forma de vida del medio «chileno», para bien o para mal, según sea el punto de vista del observador.

La actual tendencia mundial a la defensa de las minorías étnicas y de sus culturas, dejando que sean solamente dichas minorías las que decidan su conveniencia, ha exacerbado los sentimientos de las comunidades autóctonas creando enclaves reacios a la integración.

No es ésta la ocasión de pronunciarse sobre la defensa a todo trance de lo autóctono por sí mismo o de lo actual y de sus seudo valores, pero es obvio que el problema radica allí y que no se resolverá en los próximos años.

Lo que si corresponde hacer, y eso no admite demora, es buscar una solución para los problemas de educación, de salud y de pobreza del pueblo mapuche que vive en las comunidades del sur, es decir, para el que no se encuentra integrado a la forma de vida de la mayoría nacional, como ocurre con algunos que incluso desempeñan relevantes cargos públicos.

Para aquéllos, desafortunadamente, no hay, por ahora, otro recurso que la «protección», ese término amplio y ambiguo, que sirvió de inspiración a las leyes dictadas en su beneficio desde los primeros años de la pacificación, pero justificada ahora en el reconocimiento de sus derechos y como forma de indemnizar los abusos del pasado.

Más tierras y apoyo económico y técnico para hacer rentable su explotación, ya que el pueblo cazador y recolector se ha hecho básicamente agricultor. Escuelas, hospitales y postas médicas y… por parte de nosotros, los «huincas», algo que a los chilenos nos cuesta mucho: aceptar la diversidad.

                                                                                               Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 9 de abril de 1999

24. LA INGENUIDAD DE LA MAYORIA.

El 25 de abril del año pasado, en una nota publicada en estas mismas páginas me referí al “problema mapuche” y como de minoría postergada se la estaba transformando en privilegiada, olvidando a los otros chilenos igualmente mestizos en su mayoría, que no tienen siquiera un retazo de 100 metros de tierra para instalar una mediagua.
Hace pocos días, en El Mercurio de Santiago, el conocido historiador Sergio Villalobos se preocupa del tema con versación y profundidad y nos enfrenta al problema de la pérdida de unidad nacional con la creación de los estatutos de privilegio para las comunidades mapuches, situación que se agravaría si el Estado de Chile aprueba la última convención de las Naciones Unidas sobre las minorías nacionales.
Aunque Villalobos no lo dice, de aprobarse esta convención lo probable sería que en nuestro país se diera una situación parecida a Chiapas en México o de la zona de exclusión de las FARC en Colombia, con resultados impredecibles.
No es pura casualidad que en las notas televisadas veamos pasar a jóvenes mapuches enarbolando banderas que no son la chilena. Por otra parte existe el precedente del llamado Rey de la Araucanía, Oriele Antoine I. que el siglo XIX pretendió crear un estado indígena independiente, con él a la cabeza.
El plan actual sería bastante más sensato, a partir de la sobreprotección e independencia cultural y política que se gestiona para las minorías raciales o culturales.
Ya en nuestro país el estatuto especial para las tierras en posesión de los indígenas mapuches y pehuenches parece sustraerlas al régimen de la expropiación por causa de utilidad pública que afecta eventualmente a todos los predios de propiedad de los “huincas”, sin excepciones.
Así como en el Alto Bio Bio las hermanas Berta y Nicolaza Quintreman han hecho imposible la terminación de la central Ralco que, incorporada al sistema interconectado, alejaría el riesgo del racionamiento eléctrico que pudiera afectar toda la actividad económica nacional en el futuro cercano.
Con ellas hay que olvidar la idea del “indígena ingenuo” a quien se engaña en una negociación por el “huinca” que explota su ignorancia de los usos y costumbres de la sociedad capitalista. En efecto, por 7 hectáreas de sus tierras se ofreció a las hermanas la permuta por un predio de 140 hectáreas y, además, 200 millones de pesos.. que ya se quisieran los pobladores de un campamento completa en Chile Central para depositarlos como ahorro previo para acceder a una vivienda Serviu para varios cientos de familias, considerando la exigencia de 30 unidades de fomento por postulación.
Pero ellas han ido más allá, negociaron un preacuerdo con Endesa, no una promesa de venta o permuta, es decir, sin ninguna obligación con dicha empresa, y recibieron 10 millones de pesos cada una que ahora se niegan a devolver. Es decir Endesa fue por lana y salió trasquilada, negociando sus abogados con dos pehuenches que ahora tienen dinero para arreglar sus casas y quedarse indefinidamente con sus tierras.
Esto nos demuestra que los pueblos indígenas con el apoyo legal y el dinero de las ONGS, del propio Gobierno y con su conocimiento bastante cabal de lo que ocurre en nuestro país, no necesitan mas leyes de protección que aquellas destinadas a entregarles por el Estado las tierras que ya prometió y las mejoras en educación y salud que deberían favorecer a todos los chilenos.
Llevar más allá la defensa de la autodeterminación de las minorías socavaría las bases de nuestra unidad nacional, que se está construyendo tan trabajosamente después del quiebre institucional de los 70. Sería un verdadero crimen de “lesa patria”, aunque dudamos que esto importe mucho a sus patrocinadores, que se han caracterizado por el ataque sistemático a los valores tradicionales de la mayoría de los chilenos, para imponer los suyos, en clara contradicción con los principios de tolerancia que proclaman.
Creemos que el ejemplo de las hermanas Quintreman ahorra mayores comentarios respecto de la habilidad de los pueblos indígenas o mestizos que viven en Chile para defender sus propios intereses y que insistir en crear estatutos de excepción para algunos grupos de chilenos constituye una discriminación positiva injusta cuando no alcanza también a otros sectores con carencias evidentes, pero cuya solución no “viste” internacionalmente la imagen del Gobierno.

                                                           Mario Alegría Alegría

 

Publicado en el diario El Mercurio de Valparaíso, el 15 de enero del 2002