46. UN CHILENO EN «LA CALETA».

 

En 1973 viajamos con mi familia a España y por una coincidencia cuyo eventual peligro no evaluamos en su momento, al día siguiente de llegar a Madrid se produjo el atentado terrorista que costó la vida al almirante Carrero Blanco. Llegamos cuando estaba terminando el período de Franco, quien aún gobernaba con mano de hierro al país.

Como estaríamos varios meses en Madrid, quise conocer de España y sobre todo de su pueblo y sistema, político, mucho más allá de la visión que obtiene el simple turista. Tenía, para facilitar esta tarea, algunos amigos españoles, entre ellos un abogado dedicado también a los tenias marítimos, Miguel Espárrago Patiño, un gran caballero nacido en Pontevedra,.

Cuando le expresé mis deseos, me propuso asistir con él a los almuerzos periódicos en que gente de todas las tendencias políticas y regiones de España se reunían como amigos para conversar y discutir.

Así, llegué junto a mi amigo Espárrago al Restaurant «La Caleta», en una de las muchas callejuelas del Madrid antiguo. Esto ocurría los sábados y se iniciaba con una larga conversación mientras se consumían abundantes «tapas» de mariscos como convenía al nombre del restaurant y varias botellas de «Tío Pepe». El grupo que se congregaba era asaz variopinto: médicos, abogados, dentistas, ingenieros, funcionarios públicos, empresarios de transportes y dueños de negocios mediarios o pequeños.

Desde el punto de vista de las ideologías políticas, habían desde acérrimos partidarios de Franco hasta socialistas y comunistas.

Como consecuencia ineludible en una reunión de españoles acostumbrados desde siempre a expresar con claridad e incluso con rudeza sus propias convicciones, allí se discutía de todo, del pasado, del presente y del futuro, más de una vez alzando las voces pero siempre, en simpática camaradería y más cuando se anunciaba que el almuerzo estaba servido. En el comedor continuaba la conversación en tono menor, se privilegiaba lo familiar y en tono más coloquial terminaban las reuniones con amplias sonrisas y sinceros apretones de manos o abrazos.

Yo tuve la suerte que el grupo me aceptara sin reticencias y de este modo aprendí más acerca de las ideas políticas y sociales que regían en España. que lo que me hubieran podido enseñar muchos libros. Guardo, por eso, un grato recuerdo de nuestras reuniones en «La Caleta» y cuando, años más tarde volví a Madrid, muerto ya Franco y me encontré con mi amigo Miguel, de inmediato le pedí que me llevara a las reuniones de «La Caleta» para saber qué ocurría, en ese momento, en la sociedad española.

Sin embargo, cuando yo esperaba una aceptación entusiasta de mi amigo, su semblante se ensombreció y me dijo: «Desde hace un tiempo no hay más almuerzos de nuestro grupo en «La Caleta» y, a renglón seguido, me explicó que al retornar la vida política intensa y libre, propia del temperamento español, los amigos de antaño que podían discutir desde sus particulares posiciones con mucha pasión, pero sin agriarse, se habían transformado en enemigos que apenas se saludaban, con excepción de unos pocos que ya no daban para llenar la mesa de los sábados. Me contó, cómo uno de los asiduos de «La Caleta», un transportista partidario de Franco, no solamente había perdido a sus amigos, sino hasta su propia familia. En efecto, sus hijos, izquierdistas de siempre, se atrevieron ahora no sólo a disculir sobre sus ideas sino a ponerlas en práctica y a ridiculizar las de su padre. El término de la escena fue de extremada violencia porque el progenitor absolutamente exasperado, golpeó con los puños endurecidos por el trabajo físico, a los hijos que nunca regresaron a su casa.

Hechos recientes en Chile y nuestra propia transición, me han traído a la memoria los recuerdos de «La Caleta», en donde aprendí no solamente de la España de Franco y post Franco, sino de la conducta humana cuando varia el entorno político y social en que las personas interactúan.

Por eso, cuando he vuelto a España en años posteriores, y he observado el «destape», la lucha por el poder, el recrudecimiento de los movimientos separatistas y autonomistas, me ha ayudado a entender a sus protagonistas mi paso por «La Caleta».

                                                                      Marlo Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 8 de Enero de 1999

29. LA CIUDAD PRECARIA

Cuando se viaja, más que en plan de turista, con el propósito de «sentir» el pulso, de apreciar el carácter y de introducirnos en los sentimientos de pueblos que no son el nuestro, creemos ser más objetivos para juzgarlos como terceros no involucrados , pero necesariamente operamos por comparación con el que conocemos, de modo que nuestro juicio se perturba con la carga emocional de nuestra propia opinión acerca de lo nuestro.

De esa manera y de muchas comparaciones resultan nuestras opiniones y afectos por los extranjeros o por sus ciudades en que se concreta la universal vocación gregaria del hombre. Las ciudades nos encantan, nos decepcionan o simplemente nos dejan indiferentes, a pesar que en general reproducen modelos histórico-culturales repetidos; ¿ qué es entonces lo que hace la diferencia?

¿Es acaso su condición de ciudad interior o de puerto de mar, su actividad agrícola o fabril o universitaria o su condición de centro pólitico o económico, lo que nos mueve a quererlas o detestarlas?

Si hay tantas ciudades parecidas, qué es lo que nos conmueve para hacer de unas un lugar de tránsito pasajero y olvidable y de otras el sitio en que quisiéramos ver los atardeceres para siempre?

Las ciudades tienen mucho de parecido, aunque se encuentren en diversas latitudes, porque incluyen siempre de algún modo lo necesario para que el hombre pueda vivir en sociedad, pero a veces, la dimensión humana se pierde en las urbes enormes que absorben su sustancia.

Pero en esta nota no habremos de comentar las megápolis, que ya de ello se preocupan sociólogos, urbanistas, economistas y políticos, sino de algo o de alguien, si queremos otorgar a la ciudad un carácter personal, de quien querernos develar su sencillo encanto.

Nuestra reflexión se referirá entonces, a Valparaíso y procuraremos descubrir las razones que llevaron a tantos, que sin conocerla, la citan en sus libros, como Walt Whitman y Tomas Mann, considerándola como un lugar especial y significativo. Ellos la imaginaron, nosotros la conocemos y a veces también nos preguntamos qué la hace diferente? ¿Su condición de ciudad-puerto ?, el gran escenario de su bahía enmarcada por cerros?, Sus viejos ascensores?. Sus tranvías de antaño? Los terremotos que periódicamente la sacuden? Sus barrios pintorescos y ahora último, trabajosamente intervenidos para conservarlos?.

La respuesta no se encuentra en esos parámetros que son comunes a otras ciudades- puertos, como Lisboa y San Francisco que se construyeron en bahías circundadas por cerros, por cuyas calles trepan aún los tranvías que recorrieron Valparaíso hasta hace algunas décadas y que también sufren asoladores terremotos, como el de 1755 en Lisboa y el de comienzos del siglo en San Francisco.

Sin embargo hay diferencias profundas que trascienden las semejanzas aparentes: en la Lisboa de Camoens y Pessoa, que no es el Valparaíso de D’Almar y de Darío, aún palpita la cabeza del Imperio que alcanzó América, Africa y el Asia y fue siempre ciudad de partida y de término y no solo un alto en la ruta,como fuera Valparaíso en el mejor de sus tiempos.

Lisboa tiene, por eso, junto a la Alfama, la grandeza de sus monumentos, que recuerdan la conquista del mar y de un imperio que también pudo decir que en sus lindes no se ponía el sol. Por eso Lisboa fue la ciudad-puerto, pero también la capital gozadora, placentera y a veces sosegada y hasta somnolienta, que sí lo permitieron las afortunadas conquistas de sus navegantes de los grandes océanos.

La otra ciudad-puerto que hemos mencionado, con colinas que trepan los tranvías, llena de pintoresquismo y colorido es San Francisco, que puede haber servido a viejos marineros para llamar «Pancho» a la versión en pequeño y más modesta que es nuestro Valparaíso.

Pero el ritmo de San Francisco es más anglo sajón que latino, y aunque lo mismo que Lisboa y Valparaíso, la afligen los terremotos, su cronología vital no es comparable a nuestro Valparaíso. San Francisco crece y palpita con el resto del país más poderoso del mundo, no en el modo de nuestra ciudad que ha transitado por la medianía y la riqueza y que hoy pretende sacudir su letargo económico y existencial. Lo que hace diferente a nuestra ciudad es el encanto de lo frágil, de lo temporal, de lo precario. Su historia está marcada por lo catastrófico y por la entereza tranquila y sin alardes de sus habitantes, que han querido permanecer para reconstruirlo, casi siempre en la pendiente esquiva de los cerros y en lo profundo de las quebradas que inundan y sacuden las avalanchas invernales y hasta en las sólidas construcciones del «plan», sustentada, la mayoría, en terrenos ganados metro a metro al mar.- La memoria de los viejos porteños recurre, para situar los hechos, a la cronología de los infortunios: «para el terremoto de 1906, para el del 7l, para el del 85 y los más viejos : «para el derrumbe del tranque Mena, o… para la crisis del 31″ y, de éste modo, se ha escrito la historia de Valparaíso.

Por eso he querido llamarla» la ciudad precaria», porque su destino ha sido siempre un préstamo de la naturaleza o de fuerzas extrañas a sus propios habitantes, porque todo en ella, aún lo que parece permanente, lo sentimos frágil, inseguro e incierto cuando la tierra se estremece o se derrama la lluvia a torrentes por las quebradas, o se hunden las naves en su rada insegura.

Se la quiere por eso, se la distingue y recuerda entre todos los puertos del mundo porque es, como nuestra propia vida, precaria, frágil y dada en préstamo por un tiempo que no conocemos.

Una y otra, son como dijera Rilke en sus sonetos a Orfeo: «Un hálito por nada. Un soplo de Dios, Un viento.

Publicado en la revista de la Liga Marítima de Chile.

11. VIAJE DE ESTUDIOS.

Impresiones de un hermoso viaje al sur realizado por los alumnos del 6º año del Liceo Nº 2 de Hombres.

 

     Martes 15 de Septiembre, son las 11.50 hrs. y el bullicioso rumor del alegre grupo que formamos anuncia nuestra llegada a la Estación Puerto, vamos a conocer un poco más nuestro país, para aprender así a comprenderlo y a servirlo mejor. Ha sido un momento esperado éste de Ia salida, y que constituye la cristalización de nuestros deseos. Es el comienzo de este viaje en que por primera vez conviviremos con nuestros compañeros y maestros, junto a los cuales hemos pasado tantas horas de nuestra vida de estudiantes y a quienes conocemos muchas veces menos de lo que debiéramos; esta es la primera lección, hemos tenido que alejarnos, para comprender mejor a los que están junto a nosotros.

            Todos llevamos un propósito: inquirir, observar, apreciar tanto cuanto nos permita lo escaso del tiempo de que disponemos, porque cinco días es un periodo muy corto para saciar nuestra sed de cosas nuevas y tendremos que aprovechar al máximo. Hasta Santiago el camino rueda como un soplo, que transcurre entre las risas y los cantos que parecen estallar de pronto con toda la energía contenida que se desborda ante esos lugares que aunque conocidos parecen adquirir un sabor nuevo ahora que los vernos con los ojos de todo el grupo. Cuando aparece la capital, la miramos como un trampolín del que saltaremos más lejos, a empinarnos en la Araucanía con la curiosidad del que acostumbrado a los tonos grises y rojo-ladrillos del paisaje de nuestra provincia y de nuestra ciudad, se asombra ante la naturaleza exuberante que se despliega ante los ojos del habitante de la urbe como un refugio de solaz, de paz.

            El toque de las 9 de la noche nos halla arrebujados en los asientos del nocturno, que comienza a moverse con su ritmo monótono, dejando atrás, perdida, entre los rieles, a la capital; al fin el cansancio de Ia jornada comienza a hacer efecto y poco a poco las voces que se abrazan cantando languidecen, más de alguno se habandona en brazos de Morfeo, que en cada estación  perece hacernos guiñadas con las Iuces que señalan la presencia de una ciudad. Rancagua, San Fernando, Curicó… se pierden mientras que nos acercamos a nuestro destino, el amanecer nos encuentra despiertos mirando a la cordillera que se destaca con perfiles nítidos contra el cielo oscuro que comienza a teñirse de púrpura y dorado; los campos sembrados, los lomajes suaves en que las viñas elevan sus ganchos sarmentosos a lo alto, los ríos que atravesamos sobre puentes que hacen continuo el trazado del camino de hierro, los bosques que a intervalos más cortos manchan de verde oliva y amarillo la extensión de la llanura y las carretas que se dirigen al trabajo al paso tardo de los bueyes, que a veces se detienen para mirar a la lombriz de acero que taladra sus campos.

            Al fin, avanzada la mañana, divisamos los alrededores de Concepción, después de haber viajado durante largo rato junto al Bio-Bio que desliza la sierpe metálica de su curso silencioso y tranquilo entre sus riberas cubiertas de verdor y a la que una que otra casa o aldea  presta vida humana a la naturaleza húmeda, fría, pero majestuosa.

Nos recibe una estación pobre, obscura, había sido una mala impresión si no hubiéramos visto a la que pronto la substituirá, levantar su torre robusta como un símbolo de la región que se levanta sobre las ruinas del terremoto de 1939 con un nuevo brío, demostrando al país su temple; esta misma idea la encontramos confirmada más y más a medida que conocimos la ciudad, porque casi en cada sitio que la catástrofe marcó con el signo de la desgracia y de la destrucción se elevan ahora edificios sólidos de líneas elegantes y sobrias, o telarañas de andamios que marcan el ritmo de la reconstrucción. Donde a pesar de lo que a su favor se nos había dicho esperábamos encontrar una ciudad levantándose recién de su postración hallamos una urbe que se agita vigorosamente para sacudir sus despojos y  hacer olvidar la realidad de su tragedia y que si después recuerda alguna vez  sus destrozos será para mostrar con orgullo el valor de su esfuerzo.

            Todo esto, junto al encanto del Cerro Caracol que se nos anunciaba como un lugar encantador por los que llegaban desde allá, y al que ascendimos una tarde con una lluvia fina y persistente que había caído todo el día, que nos acompañó durante el camino bordeado de pinos gigantes que se observan como un recuerdo del tiempo en que toda esta región era un inmenso bosque. Cuando llegamos al primer mirador ya la lluvia había cesado y el sol se abría paso a través de las nubes obscuras, trazando figuras doradas sobre la tersa superficie del río que corre a juntarse con el mar y presta un maravilloso de luces y sombras a la ciudad que adormecida en este  atardecer en que el invierno se toca con la primavera descansa apoyada en su verde pulmón.

     El descenso por otro camino nos lleva hasta la Ciudad Universitaria, justo orgullo y galardón de la ciudad, que despliega el armónico conjunto de sus edificios elegantes y hermosos, casi en las faldas del cerro, amenizados a trechos por prados y jardines, y cruzada por calles bien pavimentadas, situada en un lugar, privilegiado que nos recuerda «la oda a la vida del campo de Fray Luis de León, a pesar de la cercanía del centro de la ciudad, y que convida a la Meditación y  al estudio.

            Una estatua de Horacio nos sale al encuentro pareciendo indicarnos con el gesto que allí se prepara una juventud viril para servir mejor a su pals y a la humanidad.

            Después vamos a visitar el diario ‘El Sur», uno de los de mayor circulación y de bien ganado prestigio no sólo en Concepción sino en límites extremos hacia el sur y hacia el norte: gentilmente guiados por uno de sus redactores visitamos sus numerosas y modernas instalaciones en las que en esos momentos se preparaba la edición extraordinaria con que se asociaba el diario a la celebración del aniversario de nuestra Independencia, los talleres de impresión, rotograbado, linotipia y las redacciones diversas nos dieron una clara idea de lo que es la impresión de un diario moderno que pulsa la actividad de esa región. Un tiraje numeroso debía salir a las calles a la mañana siguiente y sólo se esperaban las noticias do interés inmediato para comenzar la impresión.

 

VIAJE A TALCAHUANO

            La tarde del día 16 se la dedicamos a Talcahuano, a pesar que una garúa persistente parecía querer estropearnos la excursión: que para nosotros cobraba especial importancia dado el interés que teníamos por conocer detenidamente nuestro primer puerto militar. Afortunadamente la suerte pareció sonreírnos, desde que encontramos al  capitán señor  Homero Salinas vecino  hace poco de nuestro barrio y padre de un ex compañero, que se ofreció gentilmente a guiarnos dentro del Apostadero y a allarnos las dificultades que pudiéramos encontrar, y era así como minutos más tarde nos encontrábamos recorriendo sus muelles y diques, informados siempre por nuestro atento acompañante, Pero, seguramente, uno de los momentos más agradables que se nos brindó en nuestro viaje fue el que nos proporcionó la Comandancia, poniendo a nuestra disposición un remolcador para ir a la Quiriquina.           

            En este paseo inesperado todos nos «sentimos marinos» durante un instante cuando nos entregaban la rueda del timón, bajo Ia vigilancia del marino que a nuestro lado corrigiendo risueñamiente los errores del neófito, nos mostró las grises siluetas de los buques, que esconden su vientre pintado de rojo en los diques antes de lanzarse al mar, y a los otros señores de los mares que ahora esperan su turno para el desguace.

                                                                                                      Mario Alegría A.

Publicado en el Diario La Unión de Valparaíso, en Noviembre de 1942