En 1973 viajamos con mi familia a España y por una coincidencia cuyo eventual peligro no evaluamos en su momento, al día siguiente de llegar a Madrid se produjo el atentado terrorista que costó la vida al almirante Carrero Blanco. Llegamos cuando estaba terminando el período de Franco, quien aún gobernaba con mano de hierro al país.
Como estaríamos varios meses en Madrid, quise conocer de España y sobre todo de su pueblo y sistema, político, mucho más allá de la visión que obtiene el simple turista. Tenía, para facilitar esta tarea, algunos amigos españoles, entre ellos un abogado dedicado también a los tenias marítimos, Miguel Espárrago Patiño, un gran caballero nacido en Pontevedra,.
Cuando le expresé mis deseos, me propuso asistir con él a los almuerzos periódicos en que gente de todas las tendencias políticas y regiones de España se reunían como amigos para conversar y discutir.
Así, llegué junto a mi amigo Espárrago al Restaurant «La Caleta», en una de las muchas callejuelas del Madrid antiguo. Esto ocurría los sábados y se iniciaba con una larga conversación mientras se consumían abundantes «tapas» de mariscos como convenía al nombre del restaurant y varias botellas de «Tío Pepe». El grupo que se congregaba era asaz variopinto: médicos, abogados, dentistas, ingenieros, funcionarios públicos, empresarios de transportes y dueños de negocios mediarios o pequeños.
Desde el punto de vista de las ideologías políticas, habían desde acérrimos partidarios de Franco hasta socialistas y comunistas.
Como consecuencia ineludible en una reunión de españoles acostumbrados desde siempre a expresar con claridad e incluso con rudeza sus propias convicciones, allí se discutía de todo, del pasado, del presente y del futuro, más de una vez alzando las voces pero siempre, en simpática camaradería y más cuando se anunciaba que el almuerzo estaba servido. En el comedor continuaba la conversación en tono menor, se privilegiaba lo familiar y en tono más coloquial terminaban las reuniones con amplias sonrisas y sinceros apretones de manos o abrazos.
Yo tuve la suerte que el grupo me aceptara sin reticencias y de este modo aprendí más acerca de las ideas políticas y sociales que regían en España. que lo que me hubieran podido enseñar muchos libros. Guardo, por eso, un grato recuerdo de nuestras reuniones en «La Caleta» y cuando, años más tarde volví a Madrid, muerto ya Franco y me encontré con mi amigo Miguel, de inmediato le pedí que me llevara a las reuniones de «La Caleta» para saber qué ocurría, en ese momento, en la sociedad española.
Sin embargo, cuando yo esperaba una aceptación entusiasta de mi amigo, su semblante se ensombreció y me dijo: «Desde hace un tiempo no hay más almuerzos de nuestro grupo en «La Caleta» y, a renglón seguido, me explicó que al retornar la vida política intensa y libre, propia del temperamento español, los amigos de antaño que podían discutir desde sus particulares posiciones con mucha pasión, pero sin agriarse, se habían transformado en enemigos que apenas se saludaban, con excepción de unos pocos que ya no daban para llenar la mesa de los sábados. Me contó, cómo uno de los asiduos de «La Caleta», un transportista partidario de Franco, no solamente había perdido a sus amigos, sino hasta su propia familia. En efecto, sus hijos, izquierdistas de siempre, se atrevieron ahora no sólo a disculir sobre sus ideas sino a ponerlas en práctica y a ridiculizar las de su padre. El término de la escena fue de extremada violencia porque el progenitor absolutamente exasperado, golpeó con los puños endurecidos por el trabajo físico, a los hijos que nunca regresaron a su casa.
Hechos recientes en Chile y nuestra propia transición, me han traído a la memoria los recuerdos de «La Caleta», en donde aprendí no solamente de la España de Franco y post Franco, sino de la conducta humana cuando varia el entorno político y social en que las personas interactúan.
Por eso, cuando he vuelto a España en años posteriores, y he observado el «destape», la lucha por el poder, el recrudecimiento de los movimientos separatistas y autonomistas, me ha ayudado a entender a sus protagonistas mi paso por «La Caleta».
Marlo Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 8 de Enero de 1999