Las sociedades anónimas se parecen un poco a las democracias tradicionales en cuanto que, así como en estas últimas, el depositario de la soberanía, se considera el pueblo, en las sociedades anónimas, la asamblea de accionistas es la que se encuentra investida de las más importantes y a veces únicas facultades y es, así mismo, la que designa los directores.
El directorio pasa así a ser hechura de la asamblea o junta de accionistas y debería a ésta su máxima lealtad. Los directores tienen tal calidad porque han obtenido el voto de un número mayoritario de accionistas.
El directorio, encargado de diseñar y ejecutar las políticas de la empresa, no pudiendo encontrarse en permanente reunión, ni siendo útil la discusión de cada una de las medidas que pongan en ejecución las políticas, las entregan a uno o varios gerentes, que son los ejecutivos de la sociedad anónima y sus representantes legales. Así el art.Nº 31 de la Ley sobre Sociedades Anónimas dispone que «La administración de la sociedad Anónima la ejerce un directorio elegido por la junta (asamblea) de accionistas».
De este modo, se estructura algo así como un parlamento y un ejecutivo elegidos directa o indirectamente por los accionistas, grandes o pequeños que son los verdaderos dueños de la empresa.
Pareciera, de este modo, que la primera lealtad de los directores es para los accionistas y la de los ejecutivos para este mismo directorio que los designó y para los accionistas como dueños de la empresa. Estas podrían llamarse lealtades objetivas en cuanto corresponden o son relativas al objeto en sí, la sociedad anónima, y no a nuestro modo de pensar o sentir.
Pero, sin perjuicio de estas lealtades objetivas, los seres humanos debemos lealtad a nuestra propia conciencia aunque esto pareciera una redundancia, porque «lealtad es el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien» (Diccionario de la lengua española).
Sin embargo, en estos tiempos de relativismo moral pareciera que las certezas de ayer son añejeces que se echan al canasto con mucha frecuencia y más cuando se asciende en la escala socioeconómica.
Los fines justifican los medios y «Las leyes de la fidelidad y del honor» que cabalgaron a la grupa del Caballero de la Triste Figura, no las recogió Sancho cuando cayeron en el combate contra los molinos de viento.
La triste realidad es que muchos de nuestros caballeros de hoy más jinetes del asno de Sancho que del endeble Rocinante, no llevan a la grupa ni han leído los libros de Caballería que quitaron el sueño y el buen entendimiento a don Quijote.
Tienen eso sí una nutrida biblioteca de libros de administración y economía que llevan en su alforja a extranjeras tierras cuando llegan en plan de conquista haciendo cierto que la economía se globaliza, y que Chile puede darse el lujo de exportar capitales y el «know how» para administrarlos.
El momento que dedicamos a esta reflexión se justifica por el tropiezo de un gran negocio que puso en evidencia la falta de lealtad de algunos directores, de esos altos ejecutivos que quisieron, alguna vez, ser modelos de la América Morena y que han demostrado que relativizaron la moral hasta el punto de tener por cierto que la lealtad es un concepto que no tiene definición conocida ni usos prácticos en los libros que leyeron y que le permitieron adquirir grados y postgrados, para elaborar curricula de éxitos y adquirir grandes fortunas, pero no para ser considerados simplemente corno hombres de bien.
Mario Alegría Alegría
Publicado en el diario El Mercurio de Valparaíso el 6 de noviembre de 1997