Nuestro Presidente sabe historia de Chile y lo hace notar en sus intervenciones, pero no ha puesto atención a una lección que ha sido preterida en los gobiernos democráticos de los últimos quince años.
Se trata de la estabilidad y permanencia de los subsecretarios en los Ministerios.
En efecto, estos funcionarios casi siempre llegaban a serlo como la culminación de una carrera burocrática, por lo que eran profundos conocedores de los problemas de la cartera y también de la calidad de los empleados que se encontraban bajo su control o que, sin estarlo, tenían relación con el Ministerio, cual fue el caso del Poder Judicial con relación al Ministerio de Justicia.
Don Humberto Arancibia fue subsecretario de Justicia durante cerca de veinte años, en las décadas de los 30 y los 40 hasta la llegada al poder de don Carlos Ibáñez del Campo, quien lo sustituyó por don Ignacio Garcés.
El señor Arancibia tuvo entonces la oportunidad de conocer a varios y quizás a muchos ministros, pero también de conocer a fondo a los funcionarios del Poder Judicial tanto o más que al personal del propio Ministerio.
De este modo, al presentarse las ternas o quinas para el nombramiento de jueces, fiscales y ministros, sabía no solamente qué parlamentarios y políticos apoyaban su designación, sino también exactamente la carrera funcionaria y la calidad de los postulantes al cargo.
La decisión, claro está, era del ministro, que sabría a quién designar para seguir la línea impuesta por el Gobierno de turno, pero la información acerca de sus verdaderos méritos, la proporcionaba don Humberto Arancibia.
Debe también recordarse los años del seudo parlamentarismo chileno, desde la caída de Balmaceda en 1891 hasta el año 1924, en que la rotativa ministerial impuesta por los partidos políticos impedía a los designados conocer los problemas de sus carteras y los planes en marcha o proyectados para resolverlos.
¿Qué fue lo que impidió el caos en la administración pública en Chile? Ciertamente fueron los subsecretarios quienes ajenos a las veleidades políticas seguían administrando el Estado, incluso en períodos de graves problemas internos y externos, éstos últimos con Argentina y Perú, que estuvieron a punto de llevarnos a la guerra (“parece un leitmotiv”).
Si estos hechos los conocieron los presidentes de la combinación política que ha gobernado Chile por más de doce años, ¿qué motivos los han impulsado para designar subsecretarios por cortos períodos, “enrocarlos” y sustituirlos en empleos que requieren el acabado conocimiento que se adquiere con el contacto anterior y directo con aquéllos asuntos relevantes de la Administración?
¿Porqué designar además un ministro de un partido y un subsecretario de otra colectividad?
¿Para que uno vigile la conducta del otro?
Ya hemos visto que este control no ha resultado en absoluto efectivo y ello nos lleva a la única causa, por demás conocida: el apetito de los políticos y de su clientela, que ha doblado la mano de quien debe velar por los intereses nacionales antes que el de sus aliados ideológicos
Mario Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso en 1997