41. DERECHOS ANCESTRALES.

 

Parece que hoy estuviera de moda referirse a los derechos ancestrales para reclamar el patrimonio de remotos antepasados cuando no existen títulos claros para hacerlos valer ante los tribunales. Lo cierto es que se usa un galicismo como sustituto de atavismo, que según el diccionario es «la semejanza con los abuelos o antepasados, herencia de sus caracteres», con lo que se extrapola la genética para aplicarla al derecho de propiedad.

Sin embargo, reconociendo la dinámica del lenguaje, tenemos que convenir que la discusión de árabes y judíos en palestina para determinar quien seria dueño del territorio, según la data de ocupación de la región para una u otra rama semítica, el mundo actual la entiende como lucha por los derechos de esos pueblos basados en la antigüedad de la ocupación. Igual cosa ha ocurrido con las reclamaciones de los mapuches en la región de la Araucania, en que sus dirigentes fundamentan sus pretensiones en la ocupación y población originales, para pedir la devolución de sus tierras, sin que hasta ahora ninguna autoridad se haya siquiera referido a la verdad histórica. En efecto, desde hace, por lo menos sesenta años, historiadores, etnólogos y antropólogos han llegado o la conclusión de que la ocupación por el pueblo mapuche de parte del territorio chileno, ocurrió no más de dos o tres siglos con anterioridad a la conquista española y que ellos se introdujeron como una cuño entre picunches y huilliches que habitaban el salle central por lo menos diez siglos antes. Es decir, los mapuches provenientes del este desplazaron a los pacíficos pueblos primitivos, empujando o los picunches al norte y a los huilliches al sur y, en consecuencia, quienes podrían alegar su condición de primeros pobladores son esas etnias y no la mapuche.

El trato dado o los mapuches a uno y o otro lado de lo cordillera por los gobiernos republicanos fue bastante desconsiderado, pero en el lado chileno, a pesar de lo campaña del ejercito iniciada en 1881, del sistema de reducciones y de los abusos. el pueblo mapuche creció hasta ser hoy más de medio millón de personas. En el lado argentino, la politica fue distinto. Desde la Campana del Desierto, como se le llamó o la violencia desatado por el ejército argentino en contra del pueblo mapuche, a cargo del entonces coronel Roca, al iniciarse la Guerra del Pacífico, dio un resultado que está a la vista. En Argentina no se sabe de mapuches que aleguen derechos ancestrales para recuperar las grandes y ricas estancias de la pampa y de la Patagonia, porque la etnia no existe como tal, yo que sucumbió ante un plan de «civilización» muy, distinto al chileno.

No queremos sostener que deba mantenerse la actual desmedrada situación del pueblo mapuche, sino que, por el contrario, debe prestársele la ayuda y el socorro que merecen todos los chilenos que sufren actualmente de privaciones como las suyas, pero sin considerarlos en una situación de privilegio como ellos pretenden. En efecto, bueno sería que para demostrar a los actuales «loncos» que la república no ha sido tan perniciosa como ellos sostienen, se investigara la condición de los antiguos huilliches que viven al sur de la Araucania y de las diversos etnias que poblaron Chiloé, muchos de los cuales conservan también el orgullo de sus mayores y sus usos y costumbres, junto a háhitos de trabajo que les han permitido mantener las tierras en manos de sus familias por muchas generaciones, así como acrecentar sus rebaños, sin recurrir a la violencia para presionar a las autoridades.

Los pueblos autóctonos han sido abandonados por gobiernos de todas las tendencias, a pesar de haber tenido algunos representantes en el parlamento, pero nunca nuestras autoridades han prohibido, como en algunos naciones europeas, el uso de su lengua ni la práctica de sus ritos y costumbres. Muchos de los actos abusivos en contra de los mapuches tienen el mismo propósito de apropiación de las tierras que afecto a los descendientes de españoles empobrecidos.

Por otra parte, los poderes públicos al  producirse lo ocupación de la Araucania, procuraron, con tina frondosa aunque poco eficaz legislación, defender a los mapuches del espíritu de lucro excesivo de quienes llegaron a poblar la nueva frontera con algo del espíritu del Far West norteamericano. Sin embargo, lo que hizo la diferencia fue que el Estado de Chile creó los Juzgados de Indios y los defensores que debían representarlos para impedir los abusos, lo que, en alguna medida, impidió la extinción del pueblo mapuche. o diferencia de lo que ocurrió en la región austral, en que desaparecieron las etnias autóctonas por la ninguna protección del Estado frente a la codicia de los estancieros.

Se trata de favorecer el desarrollo de las etnias primitivas, preservando su cultura, pero en el entendido de que forman parte de un solo estado, que procura atender sus necesidades. El requerimiento a la violencia puede explicarse aunque no justificarse en un pueblo que, como el mapuche, en su momento, despojó de sus tierras a sus pacíficos detentadores, pero el Estado, por su parte, no puede desentenderse de su obligación de mantener el sistema institucional, actualmente afectado, ya que se corre el riesgo que la violencia se extienda, si sentirse implícitamente autorizada, con consecuencias que todos lamentaríamos.

                                                                                                             Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 2 de Febrero del 2001

40. ¡TODOS SOMOS CAMARADAS!

 

Según el diccionario de la lengua, en una de sus acepciones: «camarada es el que anda en compañía de otros, tratándose con amistad y confianza,.» El sentido profundo de ese término lo entendí siendo niño Y mientras pasaba mis vacaciones escolares en el puerto sureño de Corral, en ese entonces sede de una pequeña, pero influyente colonia alemana formada por los Ingenieros y Técnicos de la Demag, que habían dirigidos la puesta en marcha de los altos hornos base incipiente de nuestra industria siderúrgica. Faltaban solamente meses para que se iniciara la Segunda Guerra Mundial y llegó en visita de varios días el «Schlesien» antiguo acorazado de la Marina Alemana, transformado en buque escuela.

La ciudad, entonces con apenas siete mil habitantes, se vio invadida por cientos de jóvenes oficiales, suboficiales y tripulantes de la nave que fueron agasajados por los alemanes y sus descendientes y por buena parte de los chilenos residentes que simpatizaban con Alemania. Se sucedieron las fiestas en tierra y las invitaciones a visitar la nave. Yo acudí junto con un amigo un poco mayor de ascendencia alemana y gracias a su interpretación directa pude averiguar acerca del buque y su tripulación.

Las acomodaciones de la nave eran diferentes según se tratara de oficiales, suboficiales o tripulantes; y le preguntamos a los jóvenes suboficiales que oficiaban como nuestros anfitriones, en torno a una mesa en la cual campeaba una enorme vasija con cerveza, cómo eran las relaciones entre unos y otros y ellos respondieron sin vacilar, con gran franqueza y casi me atrevería a decir, con sana y contagiosa alegría: que en esa nave alemana había oficiales y tripulantes porque así lo exigía su mejor manejo y eficiencia y agregar casi a coro: ¡pero todos, todos somos camaradas!.

Esos buenos camaradas fueron a la guerra ciertos o equivocados, pero unidos por sus ideales y por su amor a la patria germana. Seguramente, muchos de ellos al iniciarse la guerra desembarcaron del viejo acorazado y se distribuyeron en la flota alemana de superficie y submarina, y murieron al lado de uno de sus «camaradas» alguna vez reunidos en torno a una mesa en el antiguo Corral. Es decir, todos vivieron y murieron luchando codo a codo con sus camaradas en una guerra que creyeron justa, sin más privilegio que entregar sus vidas o su salud, por la gloria de su patria.

El recuerdo de esos hechos, que alguna vez ilusionaron mis pensamientos adolescentes, me vino a la mente al leer las declaraciones de un representante del parlamento chileno que procurando excusar las conductas impropias de sus correligionarios. Declaró como corolario de sus disculpas:»¡ Al fin y al cabo, todos somos camaradas!»

La verdad es que al confrontar automáticamente ambas situaciones, se me hizo evidente la obscenidad de la última afirmación. En efecto, mientras los unos invocaban la camaradería para sacrificar sus propios destinos y su vida a la patria, estos «camaradas’ chilenos aparentemente la usan para excusar a sus correligionarios de haber entrado a saco en el patrimonio de las empresas públicas chilenas, es decir en aquéllas que se formaron y mantuvieron con los impuestos que hasta el más modesto de los chilenos paga al comprar el pan de los suyos.

La justificación podría calificarse de paradojal si no fuera porque trasciende el absurdo, para convertirse en convocatoria para todos los funcionarios de estas empresas a adoptar conductas similares, si cuentan con el respaldo del partido político del representante que, de modo tan singular, entiende la camaradería.

Que triste es que estas conductas ocurran en un sector político que nació a la vida pública formado por una elite de jóvenes idealistas que buscaban acercar el pensamiento cristiano a la acción política y que soñaron con una sociedad más justa y honesta. Hay demasiados hombres intachables en la vida de ese partido para que la actual generación no sienta la obligación de seguir su ejemplo y de limpiar su casa expulsando a los que actuaron, quizás de acuerdo con la ley, pero no con la moral y también a los que justifican esas conductas en los «camaradas» del partido, sobre todo cuando estos ostentan cargos de dirigentes regionales o nacionales.

Si eso ocurre, seguramente, los que se vayan serán reemplazados por jóvenes que, en mucho mayor número querrán sumarse a la construcción de un verdadero orden social más justo encantados con la misma visión idealista que constituyó la fuerza esencial de la Democracia Cristiana al nacer a la vida política como Falange Nacional.

 

Mario Alegría Alegría.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso,el 9 de Febrero de 2001

39. LOS CABALLEROS Y EL HUMOR.

 

En la década de los 40 entre las grandes notarías de Valparaíso se contaba la de don Jorge Alemparte Marckmann, cuyo hijo, mi compañero en la Universidad tendría igual oficio en esta ciudad hasta hace pocos años.

El señor Alemparte Marckmann, a quien conocí por varios años en la actividad y con la apreciación de un novel estudiante de derecho, había logrado su amplia clientela basándose en las virtudes propias de un ministro de fe. es decir buen humor, pero seriedad en sus actuaciones, y amabilidad, pero también capacidad para decir «no» cuando correspondía y, sobre todo, en su caballerosidad a carta cabal, la que resulta bastante difícil de definir, ahora que antes de clasificar a las personas se acostumbra echar un vistazo a su estado de situación bancaria.

Tuve la suerte de conocerlo en su entorno familiar junto a su esposa, sus hijas Manuela y Florencia y, desde luego, nuestro compañero de estudios, su hijo Jorge. Mi carta de presentación fueron mis apuntes de clases de derecho civil del profesor Sergio Fuenzalida Puelma, anotaciones que, antes de la fotocopiadora, se aprovechaban para estudiar en pequeños grupos, cuando eran suficientemente claros. considerando la dificultad de duplicarlos.

Con Jorge y Hugo Onetto formamos un equipo. y en los días previos a los exámenes, alojábamos en la hermosa casa de los Alemparte en el cerro Castillo, gran mansión con largos pasajes entre flores y plantas, cuyo cuidado era la gran afición de don Jorge.

Pero, hasta en el tiempo de nerviosismo y premura de los exámenes, se cumplía en esa casa un rito familiar ya olvidado, la conversación de sobremesa, presidida por el «pater familae», con liviandad no exenta de ideas interesantes y matizada con los recuerdos y anécdotas propias de quien ha vivido cabalmente su existencia.

Don Jorge era un gran conversador, liviano, poético, y además con excelente humor.

En este último aspecto quiero destacar que contaba con fruición y con una risa que hacía chispear sus ojos azules, la que consideraba una exacts descripción de su físico. Era don Jorge de corta estatura, más bien entrado en carnes y con su cabeza, blanca en canas, un poco metida entre los hombros.

Nos contaba que, inicialmente. había seguido la carrera judicial en el escalafón primario, es decir, el de los secretarios, jueces, relatores y ministros, fuera del escalafón de los notarios, y que en una ocasión en que se trataba de proponerlo para el cargo de relator en la Corte de Apelaciones de Temuco, desconociéndolo algunos de los magistrados, alguien que sí lo conocía les recordó su figura diciéndoles que era «ese secretario pachachito y cabezón», con lo cual todos se dieron por enterados y lo nombraron.

Qué gran cualidad es ser capas de gozar con una ocurrencia ajena, divertida pero no agraviante y que. sobre todo no ofendía la capacidad intelectual ni los atributos morales de su persona.

Hoy con tanto personaje solemne y engolado que llena las páginas de vida social y política de diarios y revistas y de la televisión, echo de menos a ese gran señor a quien no preocupaban su estatura ni su grande y bien provista cabeza.

Cuando don Jorge jubiló y dejó el cargo que sirviera con tanta prestancia Por largos años, al parecer decidió que era el momento de encontrarse en plenitud con la belleza de la naturaleza, para la que se hacía estrecha su casa del Cerro Castillo.

Compro entonces una quinta en Reñaca y se dedicó a cultivar plantas y flores en un gran vivero natural, seguramente reencontrando en la poética belleza de gladiolos, rosas, crisantemos, filodendros, copihues y tantas otras especies, el goce de su espíritu, el mismo que derramnó en sus chispeantes conversaciones de sobremesa, que son de mis mejores recuerdos de una ciudad y de una suciedad que fue «de otra manera», indudablemente mejor para facilitar a convivencia y la buena voluntad entre las personas.

                                                                                                                        Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 4 de Abril de 2002