11. VIAJE DE ESTUDIOS.

Impresiones de un hermoso viaje al sur realizado por los alumnos del 6º año del Liceo Nº 2 de Hombres.

 

     Martes 15 de Septiembre, son las 11.50 hrs. y el bullicioso rumor del alegre grupo que formamos anuncia nuestra llegada a la Estación Puerto, vamos a conocer un poco más nuestro país, para aprender así a comprenderlo y a servirlo mejor. Ha sido un momento esperado éste de Ia salida, y que constituye la cristalización de nuestros deseos. Es el comienzo de este viaje en que por primera vez conviviremos con nuestros compañeros y maestros, junto a los cuales hemos pasado tantas horas de nuestra vida de estudiantes y a quienes conocemos muchas veces menos de lo que debiéramos; esta es la primera lección, hemos tenido que alejarnos, para comprender mejor a los que están junto a nosotros.

            Todos llevamos un propósito: inquirir, observar, apreciar tanto cuanto nos permita lo escaso del tiempo de que disponemos, porque cinco días es un periodo muy corto para saciar nuestra sed de cosas nuevas y tendremos que aprovechar al máximo. Hasta Santiago el camino rueda como un soplo, que transcurre entre las risas y los cantos que parecen estallar de pronto con toda la energía contenida que se desborda ante esos lugares que aunque conocidos parecen adquirir un sabor nuevo ahora que los vernos con los ojos de todo el grupo. Cuando aparece la capital, la miramos como un trampolín del que saltaremos más lejos, a empinarnos en la Araucanía con la curiosidad del que acostumbrado a los tonos grises y rojo-ladrillos del paisaje de nuestra provincia y de nuestra ciudad, se asombra ante la naturaleza exuberante que se despliega ante los ojos del habitante de la urbe como un refugio de solaz, de paz.

            El toque de las 9 de la noche nos halla arrebujados en los asientos del nocturno, que comienza a moverse con su ritmo monótono, dejando atrás, perdida, entre los rieles, a la capital; al fin el cansancio de Ia jornada comienza a hacer efecto y poco a poco las voces que se abrazan cantando languidecen, más de alguno se habandona en brazos de Morfeo, que en cada estación  perece hacernos guiñadas con las Iuces que señalan la presencia de una ciudad. Rancagua, San Fernando, Curicó… se pierden mientras que nos acercamos a nuestro destino, el amanecer nos encuentra despiertos mirando a la cordillera que se destaca con perfiles nítidos contra el cielo oscuro que comienza a teñirse de púrpura y dorado; los campos sembrados, los lomajes suaves en que las viñas elevan sus ganchos sarmentosos a lo alto, los ríos que atravesamos sobre puentes que hacen continuo el trazado del camino de hierro, los bosques que a intervalos más cortos manchan de verde oliva y amarillo la extensión de la llanura y las carretas que se dirigen al trabajo al paso tardo de los bueyes, que a veces se detienen para mirar a la lombriz de acero que taladra sus campos.

            Al fin, avanzada la mañana, divisamos los alrededores de Concepción, después de haber viajado durante largo rato junto al Bio-Bio que desliza la sierpe metálica de su curso silencioso y tranquilo entre sus riberas cubiertas de verdor y a la que una que otra casa o aldea  presta vida humana a la naturaleza húmeda, fría, pero majestuosa.

Nos recibe una estación pobre, obscura, había sido una mala impresión si no hubiéramos visto a la que pronto la substituirá, levantar su torre robusta como un símbolo de la región que se levanta sobre las ruinas del terremoto de 1939 con un nuevo brío, demostrando al país su temple; esta misma idea la encontramos confirmada más y más a medida que conocimos la ciudad, porque casi en cada sitio que la catástrofe marcó con el signo de la desgracia y de la destrucción se elevan ahora edificios sólidos de líneas elegantes y sobrias, o telarañas de andamios que marcan el ritmo de la reconstrucción. Donde a pesar de lo que a su favor se nos había dicho esperábamos encontrar una ciudad levantándose recién de su postración hallamos una urbe que se agita vigorosamente para sacudir sus despojos y  hacer olvidar la realidad de su tragedia y que si después recuerda alguna vez  sus destrozos será para mostrar con orgullo el valor de su esfuerzo.

            Todo esto, junto al encanto del Cerro Caracol que se nos anunciaba como un lugar encantador por los que llegaban desde allá, y al que ascendimos una tarde con una lluvia fina y persistente que había caído todo el día, que nos acompañó durante el camino bordeado de pinos gigantes que se observan como un recuerdo del tiempo en que toda esta región era un inmenso bosque. Cuando llegamos al primer mirador ya la lluvia había cesado y el sol se abría paso a través de las nubes obscuras, trazando figuras doradas sobre la tersa superficie del río que corre a juntarse con el mar y presta un maravilloso de luces y sombras a la ciudad que adormecida en este  atardecer en que el invierno se toca con la primavera descansa apoyada en su verde pulmón.

     El descenso por otro camino nos lleva hasta la Ciudad Universitaria, justo orgullo y galardón de la ciudad, que despliega el armónico conjunto de sus edificios elegantes y hermosos, casi en las faldas del cerro, amenizados a trechos por prados y jardines, y cruzada por calles bien pavimentadas, situada en un lugar, privilegiado que nos recuerda «la oda a la vida del campo de Fray Luis de León, a pesar de la cercanía del centro de la ciudad, y que convida a la Meditación y  al estudio.

            Una estatua de Horacio nos sale al encuentro pareciendo indicarnos con el gesto que allí se prepara una juventud viril para servir mejor a su pals y a la humanidad.

            Después vamos a visitar el diario ‘El Sur», uno de los de mayor circulación y de bien ganado prestigio no sólo en Concepción sino en límites extremos hacia el sur y hacia el norte: gentilmente guiados por uno de sus redactores visitamos sus numerosas y modernas instalaciones en las que en esos momentos se preparaba la edición extraordinaria con que se asociaba el diario a la celebración del aniversario de nuestra Independencia, los talleres de impresión, rotograbado, linotipia y las redacciones diversas nos dieron una clara idea de lo que es la impresión de un diario moderno que pulsa la actividad de esa región. Un tiraje numeroso debía salir a las calles a la mañana siguiente y sólo se esperaban las noticias do interés inmediato para comenzar la impresión.

 

VIAJE A TALCAHUANO

            La tarde del día 16 se la dedicamos a Talcahuano, a pesar que una garúa persistente parecía querer estropearnos la excursión: que para nosotros cobraba especial importancia dado el interés que teníamos por conocer detenidamente nuestro primer puerto militar. Afortunadamente la suerte pareció sonreírnos, desde que encontramos al  capitán señor  Homero Salinas vecino  hace poco de nuestro barrio y padre de un ex compañero, que se ofreció gentilmente a guiarnos dentro del Apostadero y a allarnos las dificultades que pudiéramos encontrar, y era así como minutos más tarde nos encontrábamos recorriendo sus muelles y diques, informados siempre por nuestro atento acompañante, Pero, seguramente, uno de los momentos más agradables que se nos brindó en nuestro viaje fue el que nos proporcionó la Comandancia, poniendo a nuestra disposición un remolcador para ir a la Quiriquina.           

            En este paseo inesperado todos nos «sentimos marinos» durante un instante cuando nos entregaban la rueda del timón, bajo Ia vigilancia del marino que a nuestro lado corrigiendo risueñamiente los errores del neófito, nos mostró las grises siluetas de los buques, que esconden su vientre pintado de rojo en los diques antes de lanzarse al mar, y a los otros señores de los mares que ahora esperan su turno para el desguace.

                                                                                                      Mario Alegría A.

Publicado en el Diario La Unión de Valparaíso, en Noviembre de 1942

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *