Conocí a Karsten Brodersen en la década de los 40 como instructor del Club Gimnástico Alemán, que tenía su gimnasio formando parte del edilicio del antiguo colegio Alemán en el cerro Concepción de Valparaíso. El club ofrecía sus instalaciones y la posibilidad de aprender con sus profesores. no solamente a los miembros de la colonia o a los ex alumnos del colegio, sino atodos los porteños que quisieran hacer práctica en un lugar seguro y con la asistencia técnica de verdaderos expertos.
No de otro modo podrían calificarse a Karsten Brodersen y al profesor Milo quien, a pesar de sus años y aún en excelente estado físico, ayudaba a mejorar a muchos jóvenes que ni siquiera habíamos sido alumnos del colegio Alemán. En efecto. quien escribe esta nota concurrió allí por algunos meses en horario vespertino, casi nocturno, junto con un amigo con el cual habíamos egresado del liceo de hombres Nº 2 de Playa Ancha, y deseábamos relajarnos con una buena sesión de gimnasia después de estudiar por la mañana y trabajar toda la tarde.
En tiempos en que no existían los ‘Spa” ni el fisiculturismo de moda y, con propósitos. muchísimo más modestos, en lo que se refiere a nosotros y para mantener en forma a la legión de atletas de selección que formó esa dupla de profesores del colegio Alemán de Valparaíso, este último favoreció, así como el club. la práctica de la gimnasia, sin poner más condiciones que el pago de una modesta cuota, cierta compostura e interés por la práctica de la disciplina.
A pesar de que eran esos los años en que se combatía en Europa a regímenes totalitarios como los de Hitler y Mussolini, en la Corporación Colegio Alemán y en el club se favorecía la tolerancia racial y política en el ámbito de las prácticas deportivas. En ese ambiente conocí a Karsten Brodersen multiplicándose para enseñarnos a los novatos con firmeza pero con paciencia e impacientándose sólo con aquellos que por su anterior formación sabia que no debían equivocarse o que podían obtener una mejor “performance”.
Su aspecto físico de gran atleta y sobre todo la certeza de que al momento de los entrenamientos él se sacrificaba tanto o más que sus mejores discípulos y los brillantes triunfos que había obtenido defendiendo los colores de Chile, le otorgaban un ascendiente incomparable sobre sus alumnos. Todos de buen grado reconocíamos en él a un verdadero maestro y nos esforzábamos por ser dignos de merecer su preocupación y sus Consejos.
No por nada, en ese período, en el equipo nacional formaban ex-alumnos de colegio Alemán que con frecuencia estaban en el podio de los vencedores en los campeonatos sudamericanos en que Chile o ganaba u obtenía puestos de privilegio.
Para quienes no contábamos con las condiciones físicas ni con la formación que hace a los campeones, Karsten Brodersen, se hacía de tiempo y paciencia para enseñarnos y acompañarnos en los ejercicios básicos. Sin los sires de superioridad que ahora se observa en algunos profesores, y entrenadores de mediana o inferior categoría, sin las costosas y a veces extravagantes máquinas que se ve en los “spa”, donde mucha gente se prepara para lucir su físico antes que para competir por Chile o simplemente para tener buena salud.
Karsten Brodersen debe ser recordado, según creo, por muchos que asistieron a sus clases en el Gimnástico, recibieron su consejo y tuvieron el privilegio de tratar a este ciudadano de dos culturas, la germánica y la chilena, y que por eso supo ganarse la admiración y el respeto de todos los que nos sentimos en su momento, orgullosos de este alemán de origen y chileno de corazón que tanto ayudó a una práctica deportiva que en nuestra región al menos aparece hoy disminuida.
Este quiere ser un pequeño homenaje a Karsten Brodersen, pero también a la forma de convivencia que logró nuestra democrática sociedad de los 40. a la que no logró afectar profundamente ni siquiera la guerra que desde 1939 asolaba al mundo, y a pesar de que las colonias inglesas, norteamericanas y alemanas políticamente desearan el triunfo de los aliados o del eje. Esto permitió al resto de los chilenos aprovechar el ejemplo de muchos extranjeros de gran valor que llegaron a nuestra tierra y tuvieron lo que ahora llamaríamos inteligencia emocional para estimamos y ser estimados, conservando unos y otros nuestras peculiaridades culturales en una muestra de verdadera tolerancia.
Mario Alegría A.
Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 23 de Enero de 2002