101. LA COMUNICACIÓN 101.

Uno de mis yernos, Bernardo Cienfuegos Areces y mi nieto Bernardo Cienfuegos Alegría, quienes tuvieron la generosidad de “subir” a la red cien pequeños artículos que escribiera hace algunos años y que vieran la luz pública especialmente en “El Mercurio” de Valparaíso, me han pedido una reflexión acerca de esta afición que cultivé por varios años con la amable complicidad de uno de los directores del Decano, don Enrique Schroeders.

Estoy cierto que me cedió el espacio no porque yo fuera conocido como intelectual, economista o político, ni mucho menos como periodista cercano siquiera al genio o la galanura de Alex Varela Caballero, que fuera mi profesor y después mi colega en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile en Valparaíso, sino mas bien porque mis notas se correspondían con el pensamiento del ciudadano como el que a veces me detenía en calle Prat para decirme que pensaba lo mismo que yo había escrito en una crónica días antes.

Es decir, pienso que esas notas no tienen ni mas ni menos valor que lo que pudo decirse en una conversación de amigos en que cada uno cuenta lo que conoció, vió, escuchó o aprendió de otro, para luego comentarlo en una charla en que todos participamos.

Creo que ese fue mi escaso mérito, el de haber servido en algunos momentos de mi vida para comunicarme con los demás, escucharlos y trasmitir tal vez lo que pudo ser la opinión de la mayoría en un momento dado.

Así ocurrió algunas veces en círculos más reducidos de los que formé parte, en el Centro de Alumnos del Liceo de Playa Ancha en los años treinta, en el Centro de Derecho de la vieja Escuela de la calle Colón, en los cuarenta, en el Centro de Padres del Colegio Alemán donde estudiaron mis hijos, en los cincuenta, y en la Comunidad de la Universidad de Chile en Valparaíso, en los tiempos de la Reforma Universitaria de los años setenta y en los años posteriores durante el régimen militar. A veces fui la voz de muchos y objeto de críticas o aplausos. No en vano soy un hombre “situado”, es decir determinado por una formación familiar, por mi propia profesión y por las circunstancias propias de una vida larga y, por suerte, con una extensa familia.

Creo que he pasado mi vida escuchando y dando mi opinión en los diversos núcleos sociales en que me ha tocado actuar y, como es lógico, muchos discreparos de lo que yo dijera o de las resoluciones que tomara cuando tuve el poder para adoptarlas, como yo tambien discrepo de lo que otros dijeron o hicieron. Pero la verdad es que ni los demás supieron todas las circunstancias que me determinaron a hacer o decir lo que hice o lo que dije, ni yo podría juzgar a los demás sin conocer su fuero íntimo, esa “libertad de la conciencia para aprobar o desaprobar” que recibe en secreto todas las presiones propias de la circunstancia personal.

Lo único que puedo decir es que esta “conversación” con la comunidad en que hay críticas y reproches y también encomio para quienes me parecieron merecerlo, nunca tuvo pretensión de otra cosa que ser una conversación con el gran conjunto de lectores, a quienes aunque no coincidieran con mis opiniones consideré siempre con el respeto que me merece la opinión ajena de buena fe.

Hoy han pasado varios años de esos escritos, mi propia “circunstancia” es otra, pero aun disfruto con la conversación con mis amigos y con quienes puedan no serlo pero que están dispuestos a la consideración de buena fe de las opiniones y de las ideas, de tal modo, que…. Pueda ser que haya otras conversaciones como esta.

Mario Alegría Alegría.

23 de Mayo de 2009

100. MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL.

Desde que se tiene noticia real o mítica del hombre sobre la tierra, se atribuyó a éste un sentido moral elemental para discernir el bien y el mal.

Ser hombre y no bestia, fue hasta ahora consecuencia de la inteligencia humana no solamente para servirse de las herramientas para mejorar su condición de vida, porque esa capacidad, en forma elemental la tienen también los orangutanes, sino para conocer lo bueno y lo malo, para tener conciencia moral. Lo contrario, la locura moral si bien afecta a la raza humana convierte a quien la padece, en un sujeto peligroso que la sociedad debe poner tras las rejas de una prisión o de un hospital para evitar que cause daños irreparables a sus congéneres. Es el caso más triste de la especie humana porque siendo inteligente, carece en absoluto de sentido ético y para él no hay diferencia entre el bien y el mal, no existe el arrepentimiento ni la contricción.

El progreso técnico, todos sabemos que no ha ido aparejado de la elevación moral ni de los pueblos ni de los individuos. Aquéllos hacen la guerra y justifican el genocidio con la búsqueda de la pureza étnica o religiosa y éstos hieren, roban y violan a veces solamente por extraviado placer.

Pero en este mundo en que campea la violencia y la corrupción, hasta hace pocos años, los gobernantes conservaron, al menos las apariencias de las buenas costumbres y con el nacimiento del constitucionalismo, debieron también someterse, no siempre con agrado, al marco jurídico, a lo que, en conjunto, ha dado en llamarse el estado de derecho.

Esta fue la única defensa del individuo y de la colectividad frente a los desbordes del poder, del rey primero y de las autoridades, ya fueran éstas elegidas democráticamente o impuestas por un golpe de estado. Desde San Isidoro de Sevilla, la noción del bien común que se maneja a veces con tanto desenfado aparece como la salvaguarda del pueblo sin privilegios.

En nuestro país, incluso en los períodos de gobiernos de facto se ha procurado respetar la ley, o al menos no denostarla públicamente, y nadie se había sentido, hasta ahora, en situación de hacer mofa de ella. Por el contrario, nuestros grandes políticos del pasado como lo fueron el Presidente Montt y el Ministro Portales, se sintieron sometidos a ella más que ninguno, por la obligación de ser como los grandes atenienses, los primeros entre todos los ciudadanos. Es el caso recordar aquí el episodio en que Portales es requerido para indultar al capitán Cradock de nacionalidad británica que había dado muerte a un modesto obrero chileno. No solamente Portales representa al gestor de entonces que tantos empeños se ponían por ser el delincuente no un pobre «roto» sino persona de cierta alcurnia y ciudadano de la nación más poderosa del mundo de entonces, sino que agrega que, sí su padre hubiera sido el autor del homicidio, él ya estaría llorando sobre su tumba.

Pero, los tiempos cambian y no para bien, porque hace apenas unos días que asistimos al penoso espectáculo de parlamentarios que en forma pública reconocieron, sin demostrar arrepentimiento, que violaban regularmente las leyes y reglamentos del tránsito que ellos mismos establecieron como legisladores. Y hubo alguno, incluso que se jactó, en un gesto de dudoso humor, de tener permiso para correr lo que requirieran las circunstancias. En otros términos, y conociendo los efectos del choque de un automóvil lanzado a 150 Km por hora, equivale a decir, que se tiene permiso para matar.

La democracia griega tuvo la suerte de elegir a los mejores para que los gobernaran, con contadas excepciones, tal vez por el hecho que en el Estado ciudad heleno, casi todos los ciudadanos, es decir los hombres libres que podían elegir y ser elegidos, se conocían casi como vecinos.

En nuestra actual democracia en que los candidatos al Congreso son en ocasiones casi perfectos extraños, designados por las cúpulas partidistas y en que los más conocidos para el grueso de la población lo son por las periódicas declaraciones a los medios de difusión que les sirven para hacer noticia, en busca de la reelección en que cuidan sus expresiones con vista a la próxima encuesta. Pero ahora hemos tenido ocasión de verlos en su real condición humana y tal visión nos ha dolido como ciudadanos y más que eso, como chilenos que no hubiéramos querido exponer al mundo la vergüenza que provoca la inconsciencia de algunas declaraciones, el desafío que se contiene en otras y, en todas, la intención se seguir pisoteando el orden jurídico y arriesgando la vida de los que circulan por las carreteras como simples ciudadanos que hasta ayer creímos en la igualdad ante la ley.

¿Cuál de los infractores podrá ahora reclamar desde su tribuna parlamentaria que todos deben cumplir la ley y proclamar que todos somos iguales ante la ley y que en Chile no hay personas ni grupos privilegiados?

La vida pública exige sacrificio y los políticos regularmente nos recuerdan su devoción y permanente dedicación a sus importantes labores y hasta ahora, no habíamos oído que necesitaran ser advertidos para levantarse más temprano y llegar a tiempo a las sesiones del Congreso, porque si ese hubiera sido el contenido del discurso electoral del parlamentario que así lo reconoció, obviamente no habría sido electo.

Cierto es que la muestra que presentó la televisión puede no ser representativa de todo nuestro Parlamento y así lo quisiéramos muy de verdad, pero esta encuesta, apresurada y todo, revela a la opinión pública lo que hay detrás de la fachada de algunos políticos que aprueban las leyes para que las respeten los demás.

En estos momentos hay la convicción en la opinión pública que la juventud ha perdido el interés que durante varias décadas la llevó a participar activamente en política, preocupada como es lógico de participar en la creación del mundo en que le tocaría vivir al llegar a la edad adulta.

Pero ahora ni siquiera en las Universidades que fueron otros centros de actividad y, por qué no decirlo, de activismo político, la situación es diferente.

En parte importante ello se explica por el efecto pendular: de la universidad militante, a la universidad profesionalizante. Por otro lado, la crisis de las ideologías obviamente arrebató pretextos y banderas a la juventud que desde Nanterre pedía lo imposible a una estructura dominada por el poder económico y político de la gente madura.

No son los días que corren propicios para las gestas heroicas, y en este terreno las figuras incluso de los políticos tienden a opacarse; pero aun así los jóvenes quieren que los hombres políticos sean paradigmas de consecuencia entre lo que dicen y lo que hacen.

De nuevo recurro a Portales, el viejo maestro de la política chilena; «Que el gobierno sea respetable para ser respetado». No pedía heroísmo sino dignidad y respeto a la ley.

Frente a los hechos glosados, pienso que la gran mayoría de los chilenos repudiará a quienes en un gesto de insoportable soberbia han pretendido estar más allá del bien y del mal.

Mario Alegría Alegría

Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 20 de Abril de 1995

99. CRÓNICA DE UNA CRISIS ANUNCIADA.

Cuando García Márquez escribió «Crónica de una muerte anunciada» nos enfrentó ante una circunstancia de frecuente ocurrencia en la vida real; la existencia de un peligro cierto, que es conocido por todos o por casi todos, que razonablemente pudo evitarse, pero al que inexorablemente conduce la falta de decisión, o el fatalismo de los actores principales. Es como si existieran hechos que se ocultan a la preocupación de las personas o que éstas no pueden o no desean ver, cazadas por la «fuerza del destino».

Tal parece ser lo ocurrido en el oriente y con las crisis que aflige a su economía y a la nuestra, que dirige allá el 34% de sus exportaciones.

La sorpresa de los analistas y la caída de los mercados en esos países, con sus correspondientes réplicas con los del resto del mundo y la baja en la valorización de las monedas de los países aceptados, no debieron ser circunstancias insospechadas para el mundo de los economistas, quienes deslumbrados por el brillo de su ídolo, el mercado, dejaron en la penumbra otros hechos significativos en esas economías.

En  efecto, aunque en los países asiáticos la información oficial que se entrega no sea probablemente tan confiable y transparente como la que pueda obtenerse en mercados más pequeños y controlados como el nuestro, no lo es menos que existan en Corea, en Filipinas, en Indonesia, en Malasia y en los países desgajados de la antigua Indochina, algunos hechos que no pudieron pasar inadvertidos para los economistas internacionales. En todos estos países, los altos índices de inversion no correspondían sino en parte a ahorro interno, y el resto a inversión foránea, lo que creaba un fuerte endeudamiento, a veces con altos porcentajes de deuda de corto plazo como es el caso de Corea del Sur. En todos ellos, las reservas de divisas no les permitía afrontar por largo plazo el asedio de quienes especularon contra sus monedas y si no en todos, en la mayoría, se daba el mismo caso de la economía chilena en la década de los ochenta, de empresas «relacionadas» con el sistema bancario, que financiaba casi cualquier proyecto sin examinar su rentabilidad e incluso su factibilidad. Si a esto agregamos que dichos «holdings» son de propiedad de familiares de los jefes políticos, como en el caso de Indonesia, el cuadro debió calificarse de peligroso por quien lo analizara con frialdad y no obnubilado por la teoría económica de moda.

A esto, además cabe agregar otro hecho de sobra conocido, el milagro japonés de la postguerra, que permitió a la economía nipona ser, por largos períodos, más competitiva que la de los Estados Unidos, considerado como el paradigma del capitalismo, no se basó únicamente en el espíritu de trabajo de su pueblo, en un mejor nivel de adiestramiento, y en la frugalidad del consumo interno, sino en factores que desde hace años se han estado conociendo en occidente. La economía japonesa, aunque fuertemente competitiva, dio señales de palpable deterioro, desde hace seis o siete años en que se produjo el colapso de las inversiones inmobiliarias especulativas que perdieron hasta el 40% de su valor, repitiéndose así el caso de Estados Unidos en que, pocos años antes, el Gobierno Federal debió acudir en ayuda de los fondos de pensiones que entraron en el mismo juego de la especulación inmobiliaria.

Desde esa misma fecha, vale decir hace unos seis años, empezaron a conocerse en occidente y no a través de secretos informes diplomáticos, sino por la prensa internacional, el alcance de las mafias y de la corrupción en Japón y las debilidades de su sistema bancario, prácticamente ajeno al control indispensable para asegurar un manejo honesto. Los bancos japoneses se encontraban entre los mayores del mundo, y los grupos empresariales vinculados estrechamente a ellos mostraban activos semejantes a las mayores empresas de occidente, pero el conocimiento del verdadero estado de sus negocios parecía ser el secreto mejor guardado del Imperio. Y esta economía fue la gran impulsora del desarrollo de los paises del oriente asiático, cuando descubrió que fuera de su país, con tecnología y patentes japonesas podrían producirse artefactos electrónicos y partes de automóviles e incluso barcos, a menor costo que en Japón. Los altos salarios, a pesar de la productividad del trabajador nipón y la rigidez del sistema laboral, ya que normalmente, el empleado japonés trabajaba en la misma empresa toda su vida, dificultaban la competencia con occidente y sobre todo con Estados Unidos que, con un mercado laboral más flexible y con la modernización de sus mayores industrias, empezaban a retomar su antigua primacía.

Es decir, las economías del oriente exhibían los índices de crecimiento más altos del mundo y porcentajes de inversión, con relación al producto, que podían también contarse entre los mayores conocidos. Gracias a la alta rentabilidad inicial de las inversiones en sus economías, llegaron especuladores de todo el mundo para inyectar dólares en esos mercados, que durante años, produjeron ganancias considerables. Eran los llamados mercados emergentes en donde, gracias a la apertura de sus economías, los inversionistas entraban y salían cuando querían.

El fuerte flujo de inversión extranjera, produjo en esas economías, el efecto de fortalecer artificialmente sus monedas, al inundarlos con dólares que resultaban ser una mercancía barata.

Un vistazo cuidadoso de los analistas, más allá de las puras cifras de crecimiento del producto y de los flujos de inversión debió llevarlos a concluir que esas economías eran excesivamente lábiles frente a cualquier alteración del ciclo económico mundial o a la eventual tentación especulativa de los enormes volúmenes de capital que se mueven hoy en el mundo con la simple presión de unas teclas del computador.

Si el financista George Soros pudo especular contra el Banco de Inglaterra ¿qué le impedida a otros o a él mismo producir una debacle en esas economías con tal débil sustento o, simplemente sentarse a esperar que ocurriera un traspiés en una de ellas, en este caso, en Corea del Sur o en Tailandia para ingresar a sus mercados y comprar o vender según fuera la coyuntura?

Faltaba solamente un soplo para desbaratar las economías más débiles e incluso para hacer temblar aquéllas con un sólido respaldo en divisas extranjeras como Hong Kong o Singapur o el mismo Japón.

Hoy día hasta China con el más grande mercado del mundo absolutamente insatisfecho, ajusta sus proyecciones de crecimiento reduciéndolas en uno o dos puntos.

¿No era todo como la ficción de García Márquez, la crónica de una crisis anunciada?

«Tokio: La cámara de Diputados japonesa aprobó ayer una ayuda de 254.900 millones de dólares, con cargo al erario público, para que la banca privada estabilice sus cuentas y supere la crisis financiera que atraviesa.EFE 08.02.98». Este es el colofón que faltaba para esta nota.

                                                                                        Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 7 de Marzo de 1998