En esta época de consensos, de acuerdos y generalizaciones aceptadas por las mayorías silenciosas, aparece casi como una extravagancia el «no ajustarse al sentir y al parecer de otro», como define a «disentir» el Diccionario de la Lengua Castellana, y al reflexionar en ese punto se me viene a la memoria don Emilio Poblete, que fuera ministro de la Corte de Apelaciones de Valparaíso. presidente del tribunal y. luego, ministro de la Corle Suprema, en los años ’60. En ese último cargo duró unos pocos meses, porque aunque no hizo declaraciones al respecto, al parecer de muchos su personalidad no se avino con las prácticas y hábitos de trabajo de los demás magistrados, que no le hicieron fácil la convivencia.
Conocí a don Emilio siendo yo abogado. pero aún empleado subalterno, como denomina el Código Orgánico a los oficiales de las cortes de apelaciones. El tribunal de entonces trabajaba seis días a la semana con solo tres relatores, lo cual significaba que estos funcionarios tuvieran que preparar cuatro «tablas» de causas en la semana en vez de ¡dos! como ahora.
Cuando un relator faltaba, la Corte de entonces recurría a uno de sus subalternos abogados para designarnos ad-hoc o como suplentes y así, en mi caso, desempeñé cerca de un año ese cargo conociendo, muy de cerca, a dos grandes inagistrados, don Emilio Poblete Poblete y don Enrique Correa Labra, este último que llegara a la Presidencia de la Corte Suprema.
Ambos fueron presidentes de la Corte de Apelaciones de Valparaíso y hahiendose recibido del cargo en un Tribunal con un pesado fardo de causas atrasadas, entregaron sus respectivas presidencias, con tan pocas que costaba completar las listas semanales.
Por ahora el personaje a quien deseo recordar y dar a conocer es don Emilio Poblete, magistrado con alta preparación jurídica, incorruptible y con una autoexigencia en materia de trabajo, que se atrevió a imponer incluso a sus colegas de tribunal durante su presidencia. Pero, además de esas virtudes, que muchas veces resultan exigencias odiosas para aquellos a quienes se les imponen en su trabajo. don Emilio se caracterizaba por sus votos disidentes o de minoría, como se les llama en esta época de eufemismos.
Don Emilio muchas veces no concordaba con el voto de mayoría de la sala, pero, en vez de plegarse a esa mayoría, como ahora es costumbre en muchos jueces por comodidad o pereza, el se daba el trabajo de redactar sus «votos de minoría», tan extensos como fuere necesario, con enjundia jurídica y basto conocimiento de los hechos debatidos, de tal modo que casi siempre esos votos representaban mucho mejor la justicia que la decisión de la mayoría contenida ocasionalmente en dos líneas: «Se confirms la sentencia en alzada y no se condena en costas al apelante por haber existido motivos plausibles para litigar».
Siempre he pensado, desde que me desempeñara como profesor de la Escueta de Derecho de la Universidad de Chile en esta ciudad, que habría sido interesante que un egresado, con su memoria de prueba, investigara y sistematizara el contenido de los votos de minoría de don Emilio y los comparara con el acuerdo de mayoría, para juzgarlos con la perspectiva del tiempo, pero nadie se interesó por el tema que, obviamente, habría incluido juzgar también el valor de la disidencia y la crítica de las sentencias, en cuanto destinadas a declarar la justicia.
En esta época, como dijera al comenzar esta nota, no son muchos los que se atreven a disentir a menos que se desee posar casi de extravagante en una sociedad que mayoritariamente se informa y adquiere sus hábitos en el mensaje radial o televisivo.
Solamente en el campo político, tema recurrente de los medios, se observa a las diversas combinaciones de partidos «disentir», incluso dentro de sus conglomerados; pero ya la opinión pública se ha acostumbrado a que estas diferencias no se refieran a los grandes problemas permanentes o coyunturales, sino que se plantean en función de las próximas elecciones que les permitirán retener o hacerse del poder y ¡que importante es disentir de la opinion de la mayoría cuando esto es producto del conocimiento, de la reflexión y de la buena fe!
En efecto, ni lo verdadero, ni lo justo, ni la decisión correcta lo son por el reconocimiento de las mayorías sino por el contenido intrínseco de los valores que representan.
Desafortunadamente la disidencia informada y honesta ha pasado a ser en el Chile actual privilegio de los intelectuales y no del ciudadano corriente, olvidando que en Grecia, antigua cuna de la democracia, el hombre libre se atrevía a disentir aunque cate acto suyo pudiera ser sancionado con el ostracismo.
Mario Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 4 de Septiembre de 2002