35. EL VALOR DE DISENTIR.

En esta época de consensos, de acuerdos y generalizaciones aceptadas por las mayorías silenciosas, aparece casi como una extravagancia el «no ajustarse al sentir y al parecer de otro», como define a «disentir» el Diccionario de la Lengua Castellana, y al reflexionar en ese punto se me viene a la memoria don Emilio Poblete, que fuera ministro de la Corte de Apelaciones de Valparaíso. presidente del tribunal y. luego, ministro de la Corle Suprema, en los años ’60. En ese último cargo duró unos pocos meses, porque aunque no hizo declaraciones al respecto, al parecer de muchos su personalidad no se avino con las prácticas y hábitos de trabajo de los demás magistrados, que no le hicieron fácil la convivencia.

Conocí a don Emilio siendo yo abogado. pero aún empleado subalterno, como denomina el Código Orgánico a los oficiales de las cortes de apelaciones. El tribunal de entonces trabajaba seis días a la semana con solo tres relatores, lo cual significaba que estos funcionarios tuvieran que preparar cuatro «tablas» de causas en la semana en vez de ¡dos! como ahora.

Cuando un relator faltaba, la Corte de entonces recurría a uno de sus subalternos abogados para designarnos ad-hoc o como suplentes y así, en mi caso, desempeñé cerca de un año ese cargo conociendo, muy de cerca, a dos grandes inagistrados, don Emilio Poblete Poblete y don Enrique Correa Labra, este último que llegara a la Presidencia de la Corte Suprema.

Ambos fueron presidentes de la Corte de Apelaciones de Valparaíso y hahiendose recibido del cargo en un Tribunal con un pesado fardo de causas atrasadas, entregaron sus respectivas presidencias, con tan pocas que costaba completar las listas semanales.

Por ahora el personaje a quien deseo recordar y dar a conocer es don Emilio Poblete, magistrado con alta preparación jurídica, incorruptible y con una autoexigencia en materia de trabajo, que se atrevió a imponer incluso a sus colegas de tribunal durante su presidencia. Pero, además de esas virtudes, que muchas veces resultan exigencias odiosas para aquellos a quienes se les imponen en su trabajo. don Emilio se caracterizaba por sus votos disidentes o de minoría, como se les llama en esta época de eufemismos. 

Don Emilio muchas veces no concordaba con el voto de mayoría de la sala, pero, en vez de plegarse a esa mayoría, como ahora es costumbre en muchos jueces por comodidad o pereza, el se daba el trabajo de redactar sus «votos de minoría», tan extensos como fuere necesario, con enjundia jurídica y basto conocimiento de los hechos debatidos, de tal modo que casi siempre esos votos representaban mucho mejor la justicia que la decisión de la mayoría contenida ocasionalmente en dos líneas: «Se confirms la sentencia en alzada y no se condena en costas al apelante por haber existido motivos plausibles para litigar».

Siempre he pensado, desde que me desempeñara como profesor de la Escueta de Derecho de la Universidad de Chile en esta ciudad, que habría sido interesante que un egresado, con su memoria de prueba, investigara y sistematizara el contenido de los votos de minoría de don Emilio y los comparara con el acuerdo de mayoría, para juzgarlos con la perspectiva del tiempo, pero nadie se interesó por el tema que, obviamente, habría incluido juzgar también el valor de la disidencia y la crítica de las sentencias, en cuanto destinadas a declarar la justicia.

En esta época, como dijera al comenzar esta nota, no son muchos los que se atreven a disentir a menos que se desee posar casi de extravagante en una sociedad que mayoritariamente se informa y adquiere sus hábitos en el mensaje radial o televisivo.

Solamente en el campo político, tema recurrente de los medios, se observa a las diversas combinaciones de partidos «disentir», incluso dentro de sus conglomerados; pero ya la opinión pública se ha acostumbrado a que estas diferencias no se refieran a los grandes problemas permanentes o coyunturales, sino que se plantean en función de las próximas elecciones que les permitirán retener o hacerse del poder y ¡que importante es disentir de la opinion de la mayoría cuando esto es producto del conocimiento, de la reflexión y de la buena fe!

En efecto, ni lo verdadero, ni lo justo, ni la decisión correcta lo son por el reconocimiento de las mayorías sino por el contenido intrínseco de los valores que representan.

Desafortunadamente la disidencia informada y honesta ha pasado a ser en el Chile actual privilegio de los intelectuales y no del ciudadano corriente, olvidando que en Grecia, antigua cuna de la democracia, el hombre libre se atrevía a disentir aunque cate acto suyo pudiera ser sancionado con el ostracismo.

                                              Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 4 de Septiembre de 2002

34. DEL MUNDO DE KARSTEN BRODENSEN.

Conocí a Karsten Brodersen en la década de los 40 como instructor del Club Gimnástico Alemán, que tenía su gimnasio formando parte del edilicio del antiguo colegio Alemán en el cerro Concepción de Valparaíso. El club ofrecía sus instalaciones y la posibilidad de aprender con sus profesores. no solamente a los miembros de la colonia o a los ex alumnos del colegio, sino atodos los porteños que quisieran hacer práctica en un lugar seguro y con la asistencia técnica de verdaderos expertos.

No de otro modo podrían calificarse a Karsten Brodersen y al profesor Milo quien, a pesar de sus años y aún en excelente estado físico, ayudaba a mejorar a muchos jóvenes que ni siquiera habíamos sido alumnos del colegio Alemán. En efecto. quien escribe esta nota concurrió allí por algunos meses en horario vespertino, casi nocturno, junto con un amigo con el cual habíamos egresado del liceo de hombres Nº 2 de Playa Ancha, y deseábamos relajarnos con una buena sesión de gimnasia después de estudiar por la mañana y trabajar toda la tarde.

En tiempos en que no existían los ‘Spa” ni el fisiculturismo de moda y, con propósitos. muchísimo más modestos, en lo que se refiere a nosotros y para mantener en forma a la legión de atletas de selección que formó esa dupla de profesores del colegio Alemán de Valparaíso, este último favoreció, así como el club. la práctica de la gimnasia, sin poner más condiciones que el pago de una modesta cuota, cierta compostura e interés por la práctica de la disciplina.

A pesar de que eran esos los años en que se combatía en Europa a regímenes totalitarios como los de Hitler y Mussolini, en la Corporación Colegio Alemán y en el club se favorecía la tolerancia racial y política en el ámbito de las prácticas deportivas. En ese ambiente conocí a Karsten Brodersen multiplicándose para enseñarnos a los novatos con firmeza pero con paciencia e impacientándose sólo con aquellos que por su anterior formación sabia que no debían equivocarse o que podían obtener una mejor “performance”.

Su aspecto físico de gran atleta y sobre todo la certeza de que al momento de los entrenamientos él se sacrificaba tanto o más que sus mejores discípulos y los brillantes triunfos que había obtenido defendiendo los colores de Chile, le otorgaban un ascendiente incomparable sobre sus alumnos. Todos de buen grado reconocíamos en él a un verdadero maestro y nos esforzábamos por ser dignos de merecer su preocupación y sus Consejos.

No por nada, en ese período, en el equipo nacional formaban ex-alumnos de colegio Alemán que con frecuencia estaban en el podio de los vencedores en los campeonatos sudamericanos en que Chile o ganaba u obtenía puestos de privilegio.

Para quienes no contábamos con las condiciones físicas ni con la formación que hace a los campeones, Karsten Brodersen, se hacía de tiempo y paciencia para enseñarnos y acompañarnos en los ejercicios básicos. Sin los sires de superioridad que ahora se observa en algunos profesores, y entrenadores de mediana o inferior categoría, sin las costosas y a veces extravagantes máquinas que se ve en los “spa”, donde mucha gente se prepara para lucir su físico antes que para competir por Chile o simplemente para tener buena salud.

Karsten Brodersen debe ser recordado, según creo, por muchos que asistieron a sus clases en el Gimnástico, recibieron su consejo y tuvieron el privilegio de tratar a este ciudadano de dos culturas, la germánica y la chilena, y que por eso supo ganarse la admiración y el respeto de todos los que nos sentimos en su momento, orgullosos de este alemán de origen y chileno de corazón que tanto ayudó a una práctica deportiva que en nuestra región al menos aparece hoy disminuida.

Este quiere ser un pequeño homenaje a Karsten Brodersen, pero también a la forma de convivencia que logró nuestra democrática sociedad de los 40. a la que no logró afectar profundamente ni siquiera la guerra que desde 1939 asolaba al mundo, y a pesar de que las colonias inglesas, norteamericanas y alemanas políticamente desearan el triunfo de los aliados o del eje. Esto permitió al resto de los chilenos aprovechar el ejemplo de muchos extranjeros de gran valor que llegaron a nuestra tierra y tuvieron lo que ahora llamaríamos inteligencia emocional para estimamos y ser estimados, conservando unos y otros nuestras peculiaridades culturales en una muestra de verdadera tolerancia.

                                                                                              Mario Alegría A.

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 23 de Enero de 2002

33. GUERRA CON ARGENTINA.

Señor Director:

He seguido con interés la polémica entre don Sergio Onofre Jarpa y don José Miguel Barros referente a la inminencia de una guerra con Argentina en 1978. En esos años, y por un lapso de 27, fui profesor de Historia Institucional de Chile en la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, en donde una unidad temática se refería a la historia de nuestras relaciones internacionales, naturalmente en el nivel que el tiempo lo permitía. Esa circunstancia y mis viajes periódicos a Punta Arenas me dieron antecedentes más que suficientes para coincidir con el señor Barros, pero, sobre todo, contribuyeron a esta convicción dos informaciones de fuentes absolutamente serias y confiables: la una provino de cercanos parientes en Perú que durante los gobiernos de los señores Velasco Alvarado y Morales Bermúdez tuvieron siempre al menos uno de los ministros del gabinete como amigos de familia en Lima y la otra un sacerdote amigo cuya congregación tiene también sedes en Argentina y el cual conoció la guerra por haberla vivido como auxiliar del ejército de su país y después como prisionero de guerra de los rusos. Las dos anécdotas de esta historia son las siguientes:

Durante el gobierno del señor Morales Bermúdez, visitó Lima el entonces Ministro de Relaciones de Argentina, quien le propuso derechamente un tratado de alianza contra Chile, parecido al que casi obtuvo en 1873 la aceptación del Congreso argentino, en los años previos a la Guerra del Pacifico. La respuesta del general Morales Bermúdez no se hizo esperar, y fue más o menos la siguiente: Yo conozco bastante la historia y preferiría que esta vez sea Argentina la que inicie la guerra y, según se vean las cosas, el Perú invadiría Chile para recuperar las provincias perdidas en el Tratado de Ancón.

El segundo hecho que me relato mi amigo sacerdote poco después de iniciado el proceso de mediación papal fue que sus colegas argentinos, a quienes visitaba con frecuencia, le informaron entre divertidos y asombrados que el gobierno argentino había despachado a la Patagonia nueve mil ataúdes plásticos destinados al mismo número de sus soldados que el Estado Mayor había calculado que perderían la vida en la invasión del territorio chileno. Alejado ya, al parecer, el conflicto, lo que divertía a los sacerdotes que a uno y otro lado de la cordillera tenían la experiencia de una guerra de verdad en Europa, fue la idea de enviar ataúdes al eventual frente de combate, por el pésimo efecto que este hecho tendría en la moral de los soldados.

                                                                  MARIO ALEGRÍA ALEGRÍA

                                                                               Abogado

 

Publicado en el diario El Mercurio de Santiago, en Octubre de 2003