44. ¿EXISTE SOLUCIÓN PARA LA VIOLENCIA EN LAS ESCUELAS?

 

Hace unos días fue ampliamente publicitada la agresión a una profesora de un Liceo de Puente Alto, atacada por sus alumnos, amarrada, vejada y amenazada con un arma cortante, la que solamente ha merecido opiniones casi exculpatorias de la Ministro de Educación. Para quienes vimos y oímos por la televisión a una quinceañera que con una expresión burlona explicaba que no había amenazado directamente con su cuchillo a la profesora, porque la esgrimía a cierta distancia, nos pareció que a su grave falta, se agregaba un cinismo impropio en una adolescente.

Fácil resulta justificar estos actos en la violencia intrafamiliar o en la que se difunde por los medios de comunicación que eligen la truculencia para aumentar su audiencia; pero, de esta manera, no se afrontan las verdaderas causas de estos hechos que se repiten con enorme frecuencia en los establecimientos educacionales. Las autoridades y la mayoría de los personajes públicos no desean adoptar medidas, ni expresar opiniones que puedan provocar escozor a los grupos defensores de los derechos de las minorías, porque les restaría votos y probablemente se les colgaría el sambenito de reaccionario, que es el remoquete que ha sustituido al de fascista que sirvió en las décadas pasadas para desacreditar al contrario.

Aterra a las autoridades acostumbradas a los eufemismos, hablar de escuelas correccionales para enviar a los estudiantes que maltratan a sus compañeros o a sus maestros, porque temen que se los acuse de discriminación cuando no de violación de la Constitución Política, que garantiza el derecho a la educación a todos los chilenos. No importa que no haya protección para los «buenos» frente a los «malos» porque éstos lo serían como consecuencia del mismo ordenamiento social que pretende sancionarlos. Es cierto que esta sociedad ha tenido culpas que todos los involucrados deben aceptar, antes de adoptar los remedios que la gravedad del problema aconseja, pero no los excusa de actuar.

No creo que la enumeración de los que anoto a continuación sea ni exhaustiva, ni indesmentible, pero vale la pena hacer un intento de establecer las causas del desorden, de la violencia y de la falta de resultados de la educación básica y media, antes que dar vuelta la espalda a la realidad. Es un hecho que la indisciplina se debe en gran parte a la pérdida de ascendiente de muchos profesores y a la falta de respeto para con ellos de los alumnos y apoderados.

El maltrato al profesor por parte del Estado, se inicia con el cierre de las Escuelas Normales y de los Institutos Pedagógicos que formaron los excelentes profesores que se encontraban en Chile incluso en la más modesta escuela pública y en todos los liceos fiscales. Se les privó de sus institutos profesionales y se les mezquinó el sueldo transformándolos en uno de los grupos marginales de la Administración del Estado, privándoles incluso de lo necesario para mantener con decoro a sus familias.

A ello se sumó una iniciativa de las autoridades en la década de los sesenta para crear, en su forma prácticamente obligatoria, incluso en los colegios particulares, los Centros de Padres y Apoderados. Nunca se ha efectuado una evaluación de los resultados de esta iniciativa, porque sus efectos de claro beneficio para sumar a los padres a la tarea educacional, ha hecho que se pasen por alto algunos efectos deplorables que, se han producido en algunas corporaciones en que sus miembros han pretendido y, a veces, conseguido el control efectivo o disimulado de la docencia.

La verdad es que así como antes el alumno miraba con respeto al profesor, sus padres lo consideraban casi con temor reverencial por la entrega que le habían hecho de la educación y muchas veces del destino futuro de sus hijos. Ahora, en cambio, en algunos centros de padres, éstos no solamente han perdido toda consideración por los maestros sino, al igual que sus hijos, los hacen objeto de su violencia.

Me ha tocado conocer el caso relativamente reciente de una escuela en esta región en que una apoderada, matrona de hechura respetable y mal talante, tendió bajo su escritorio, de una bofetada, al Director que la había citado para pedirle que controlara la violencia de su hijo …..

El ofendido profesor, en este caso de la vida real y actual, se dirigió a sus superiores administrativos, pidiendo apoyo para expulsar o pedir el traslado del alumno a otro establecimiento y sacar de su vista a la agresora, pero se le aconsejó que no hiciera nada porque sería su palabra contra la de ella, como si se necesitara hacer de cada reunión una ceremonia pública para mantener la disciplina. El «niño problema» siguió seguramente agrediendo e incomodando a sus compañeros y el Director hubo de soportar a la madre, satisfecha y oronda en las reuniones con el Centro de Padres. En una escuela técnica un alumno fue agredido y herido de gravedad con un cortaplumas por uno de sus compañeros. La petición del Director: no denunciar el hecho para evitar el descrédito del colegio. En una escuela básica uno de los niños más pequeños fue agredido con intenciones de tipo sexual por un muchacho mayor. El remedio, trasladar al pequeño a otra escuela porque el padre del agresor era un apoderado «peligroso».

La violencia intrafamiliar que sirve de justificación oficial para las conductas de niños y adolescentes, ha sido un problema histórico en Chile y permeado, en mayor o menor medida todas las capas sociales y lo que se ha hecho en los últimos años ha sido sólo ponerla al descubierto y arbitrar algunos remedios legales. Es decir; los niños chilenos antes también vivían la violencia cotidiana en sus hogares, pero eran normalmente disciplinados en los colegios; porque desde pequeños se les enseñaban sus derechos pero sobre todo sus obligaciones, en el entendido de profesores y padres que se los estaba preparando para ser adultos y convivir en sociedad respetando sus normas esenciales. En la actualidad solamente se enseñan a los niños sus derechos y muchas veces los padres, en vez de corregirlos celebran los desplantes de sus hijos frente a sus maestros.

Más arriba me referí a las escuelas correccionales, usando el término no como establecimiento penitenciario, sino como aquéllos que «se aplican a corregir los defectos y los vicios de las personas», y aún a riesgo de que se descalifique la idea por reaccionaria, creo que la solución temporal al problema podría ser crear este tipo de escuelas especiales dirigidas a corregir tanto a los estudiantes como a sus apoderados. Tales establecimientos necesitarían profesores preparados especialmente y remunerados en forma adicional por el riesgo de tratar con niños y adolescentes «difíciles», con apoyo intenso de psicoterapeutas, con actividades extraprogramáticas variadas y almuerzos para todos los que lo requieren y con exigencias para sus apoderados de someterse a terapia psicológica y reeducación para la pacífica convivencia. Se requiere para arbitrar estas medidas una legislación especial y sería una solución de elevado costo pero permitiría evitar el efecto de la «manzana podrida» que molesta a las autoridades, olvidando que al revés de las manzanas podridas que son irrecuperables, los niños y adolescentes pueden rehabilitarse si se usan los medios adecuados.

Se trataría, en suma, de una discriminación positiva en cuanto se daría a estos niños y a sus padres y apoderados, una oportunidad para reintegrarse normalmente a la sociedad al tiempo de completar su educación y que permitiría rescatar un propósito que parecen haber olvidado las autoridades …. permitir a la gran mayoría de los niños y a sus profesores convivir en paz.

 

MARIO ALEGRIA ALEGRIA.

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso,el 17 de Septiembre de 2001

43. MIS NIETOS Y LA DEMOCRACIA.

 

Chile es un país democrático porque los chilenos mayores de 18 años pueden participar en la vida política de la nación. La libertad es respetada y se convive en paz». Ediciones Santillana Ciencias integradas, 4º año de educación básica.

Hace unos días, una de mis metas de 10 años, luchaba tenazmente por aprender de memoria esta definición, así como otras relativas a la Constitución y a los Poderes Públicos en nuestro país. Gracias a su excelente memoria, no me cabe duda que pudo salir airosa en ese recitado de frases y hasta aprender los nombres de los Jefes de los poderes públicos y, que obtendría, en su momento, una buena nota. Otro de mis nietos de igual edad, y en el mismo curso, se enfrenta, entretanto, con sus dificultades de memoria, quizás heredada del autor de estas lineas a quien siempre le costó el recitado de las definiciones. Sus probabilidades de éxito eran menguadas.

No quiero opinar acerca de todo el programa y de los libros en que éste se desarrolla, que se reparten entre dos o tres editoriales recomendadas por los profesores. Los textos tienen hermosas y muy decidoras explicaciones y figuras que en mi niñez había que examinar a hurtadillas en libros, «autorizados sólo para mayores de 21 años».

Pero sí, quisiera decir algunas cosas respecto de lo que alguna vez aprendí y enseñé acerca de la organización Política, de la democracia y de su evolución histórica en nuestro país y recordar que la Educación Cívica era un ramo del penúltimo año de la enseñanza media algo así como el tercero medio actual y no del cuarto año básico.

Parece plausible que estos conocimientos se quieran ahora, trasladar a la enseñanza básica para que quien no continúa su formación escolar, tenga nociones acerca de la organización del Estado en Chile. Pero, tratar de enseñar estos temas a niños de diez años, me pareció absurdo y revela en quienes prepararon el programa de estudios, muy escasa versación en materia de formación de los niños, con perdón de los títulos y diplomas que seguramente decoran las paredes de sus hogares y oficinas.

Para quienes somos padres y abuelos y hemos consagrado a la docencia parte importante de nuestras vidas aunque sin tener preparación pedagógica sistemática, la educación debe formar tanto más que informar, sobre todo tratándose de niños pequeños.

En efecto si entendemos la cultura popular como el diccionario de la lengua, es «conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional del pueblo» con lo que resulta ser mucho más importante cultivar los valores de la democracia que entregar algunas definiciones huecas para ser aprendidas de memoria.

Históricamente, la democracia aparece cuando se incorporan al sentir de los pueblos occidentales algunos valores cristianos y otros laicos que confluyen para crear el ambiente propicio para que se establezca como sistema político.

lTalvez esta opinión que no recoge su antecedente histórico lejano en a pseudo democracia griega por su aceptación de la esclavitud, reciba más de una crítica de historiadores y cientistas políticos, pero los hombres y mujeres comunes entendemos la democracia como la consagración de la igualdad de los seres humanos, del afecto por los semejantes y la tolerancia de la diversidad como base de convivencia social, sin la cual aquélla sería un ente puramente formal.

En otros términos, el Cristianismo con su mensaje acerca de la igualdad de los hombres frente al creador, abandonando el concepto del pueblo elegido de Dios en favor de cualquier pueblo que acepte y venere el Dios único, echa las bases de la igualdad, uno de los valores fundamentales de la democracia.

La consideración por los demás tiene vertientes religiosas y filosóficas tanto en el mensaje cristiano «ama a tu prójimo como a ti mismo», como en Kant cuando proclama sus imperativos morales.

Después el pensamiento laico, único que en este punto podía trascender los fundamnentalismos religiosos del siglo XVIII, proclama la tolerancia, enunciando de este modo las bases intrínsecas de la democracia. En efecto, quien acepta la igualdad de los hombres cualquiera que sea su origen y color de piel y acepta además la diversidad de pensamiento y tolera uno y otro, está dispuesto también a tolerar, aceptar y a respetar las minorías. Este respeto por las minorías mipide el abuso de las «mayorías democráticas» a las que, a veces, se ha visto «pasar la aplanadora» sobre los vencidos en las urnas.

Estas bases fundamentales de la democracia en los países con sistemas políticos maduros forman parte de sus culturas que han incorporado sus valores como manifestación de su vida tradicional y esto es lo que deberían aprender y practicar los niños, ya sea en clases de ciencias o de lo que sea, pero no, definiciones que no entienden.

El proceso constitucional no es necesariamente democrático y si bien las constituciones fueron la primera línea de defensa contra el poder absoluto su verdadera culminación en la democracia representativa, que es lo que se quiere mostrar a los niños del 4º año básico, no es producto de la evolución constitucional sino al revés: los grandes valores por los que el hombre ha luchado han permitido perfeccionar las instituciones políticas.

Por eso creo que a mis nietos en vez de enseñárseles de memoria definiciones de difícil comprensión, debería inculcárseles los valores fundamentales de la democracia. la igualdad del prójimo, el amor a éste y la tolerancia para la diversidad.

Cuando los niños entiendan que los demás, pobres o ricos, hermosos o feos, inteligentes o torpes, negros o blancos, son sus semejantes, no por su aspecto ni por el dinero de su familia, sino por su condición humana simplemente, y, que la diversidad deben respetarla para que también se acepte su propia opinión y que estén dispuestos a escuchar para ser escuchados, serán entonces ciudadanos de una democracia y no, por haber cumplido 18 años, como lo expresa la definición y parecen estar convencidos los autores del texto.

 

Mario Alegría Alegría.

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 2 de Julio de 1998

42. PERSONAJES INOLVIDABLES.

 

Cuando se ha vivido largo tiempo, y con algo de suerte en su relación con las personas, es más propio hablar de personajes inolvidables, que de «mi personaje inolvidable» como se titulara una larga serie de artículos del «Reader’s Digest». En mi caso, uno de ellos fue don Vicente Sesnic Carevic, que fuera oficial primero de uno de los Juzgados del Crimen de Valparaíso. Y creo que si leen esta nota los estudiantes de derecho y los abogados de mi juventud que le conocieron, coincidirán conmigo en que don Vicente fue un verdadero maestro, sin tener ni el título de abogado ni el de pedagogo, pero sí la profunda calidad humana y la honradez sin mácula del verdadero servidor público y de la justicia.

Alguna vez he recordado en estas notas a jueces y ministros cuya ejemplar trayectoria los hacen acreedores a nuestro respeto y reconocimiento en una época en que la relatividad moral y el snobismo, hacen parecer como antigualla la honorabilidad funcionaria. Ahora he querido recordar a un funcionario del escalafón de empleados subalternos del poder judicial a los que el lenguaje común llama, en general, actuarios.

Cuando yo conocí a don Vicente era ya oficial primero del Juzgado, es decir, subrogante legal del secretario. Debe haber tenido unos cincuenta años, más bien alto, siempre con un sombrero ligeramente ladeado, único signo de varonil coquetería que se permitía y con un cigarrillo a medio apagar en la comisura labial, el que siempre proveería de abundante ceniza a su chaqueta, la que no se cuidaba de sacudir. Más bien callado, casi silencioso, bueno para escuchar y sacar sus conclusiones antes de expresar su opinión, era él el texto de consulta de todos los egresados en práctica en lo criminal y de algunos abogados honestos que se contaban entre sus amistades.

Poseía don Vicente, ese sentido común que es tan poco común entre los humanos y que, en el fondo impregna las instituciones del derecho. Por eso su criterio resultaba tan equilibrado y su juicio tan certero, y se caracterizaba además, por una diáfana bondad que cuidaba de ocultar bajo una apariencia de severidad. Dotado de gran memoria, manejaba al dedillo los fallos del Juez de su Tribunal, que por muchos años lo fuera don Onofre Barría y las sentencias de la Corte de Valparaíso y los articulaba con singular facilidad para dar sustento a su consejo desinteresado y fecundo.

¿Cuántos de los que lo conocieron cuando estudiantes y, después, como abogados no recurrimos a él para escuchar su opinión?.

A los pocos años de conocerlo debí verlo y tratarlo con frecuencia, siendo yo secretario de uno de los juzgados que compartían el antiguo edificio de la calle Independencia donde ahora se construye una multitienda. Talvez por eso se encuentra en mí tan vivo el recuerdo de don Vicente, llegando temprano al juzgado con un sombrero ladeado y su colilla a medio apagar, pero también por las muchas veces en que tocándome subrogar al juez, y enfrentado a un problema de difícil solución para mis conocimientos de novel abogado, cruzaba el hall del edificio para ir a consultarlo.

Yo lo hacía sin mucho recato, porque aprendí pronto que conversar con él recurriendo a su experiencia, su memoria y su innata percepción de los alcances del derecho, tal intercambio de opiniones; estaba a buen recaudo y celosamente custodiado por la firme discreción de don Vicente. En esas ocasiones como siempre, nunca quiso hacer ostentación de sus conocimientos y, por el contrario con la mayor modestia, después de escuchar la relación de los hechos me confidenciaba que en un caso como ese, en la causa tal o cual, don Onofre u otro juez de los que actuaban en el edificio habían resuelto tal cosa y que la Corte había confirmado, o que, al revés, cuando se había resuelto tal cosa en primera instancia, una de las salas de la Corte había revocado la resolución y al final, como al pasar, aún se atrevía a agregar que había visto en la Gaceta o en la Revista de Jurisprudencia que en ese punto de derecho había opiniones divididas, pero que él creía que tal o cual de ellas serían de más precisa aplicación al caso.

Nunca salí de esas conversaciones ni con las manos ni con el corazón vacío, porque en muchas ocasiones, cuando era propio dudar, él recordaba en una corta frase el principio «pro reo».

Don Vicente nunca fue un hombre de fortuna ya que los sueldos de la justicia y para los empleados subalternos en particular nunca han sido buenos, y porque en un medio en que es cómodo deslizarse por la pendiente del dinero fácil, él fue un incorruptible, un hombre de clara y tranquila conciencia a pesar de las muchas necesidades de una farmilia numerosa.

Si don Vicente hubiere pasado por las aulas universitarias y dedicado su vida al servicio de la justicia como lo hizo, estamos ciertos que habría llegado a los más altos cargos de la judicatura. Tenía todas las cualidades necesarias para ser un gran juez, talento, honestidad, espíritu de sacrificio y de entrega a la comunidad, sabiduría y bondad.

La vida no le dio la oportunidad pero, desde un cargo relativamente modesto del escalafón, hizo más de lo que normalmente se exige a alguien allí situado y por eso, se comportó, sin buscarlo, como un modelo para el servicio. Mientras él se desempeñó en el cargo, lo que hizo hasta pocas semanas antes de su muerte, todo el personal de Secretaría del Juzgado, de su Juzgado, fue excepcionalmente eficiente y honorable.

Es evidente que a ello contribuyó también un gran juez como lo fue su jefe, pero también debió servir su ejemplo y guía diario para el personal subalterno.

Así como las malas prácticas se contagian, los buenos ejemplos cunden y reemplazaría a don Vicente, otro funcionario de lujo, egresado de derecho y después abogado, Luis Poblete Draper. Siguió las aguas del maestro y sirvió el cargo con muchas de las buenas cualidades de don Vicente y murió como Secretario Judicial, después de un periplo ajeno a la función judicial.

Son ellos: personajes inolvidables para Valparaíso.

                                                                                             Mario Alegría Alegría.

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 24 de Marzo de 1998