En las guerras y especialmente durante el periodo de los frentes estáticos en la Primera Guerra Mundial y en la Segunda hasta el flanqueo de la línea Maginot al comienzo de la acción relámpago desatada por Alemania para ocupar Francia, el espacio entre las líneas de fortificaciones o trincheras, se llamaba tierra de nadie.
Esa zona fue siempre la más peligrosa porque, adentrarse en ella, suponía exponerse a todos los riesgos, incluso al propio fuego desde sus lineas si se confundía la patrulla pensándola ajena.
En el mundo actual cada vez con mayor frecuencia se producen estos espacios en que el estado no ejerce efectivamente soberanía, con la diferencia que ahora sus zonas de territorio en que no se aplica la ley, se encuentran pobladas ya sea que se trate de las zonas periféricas de las grandes ciudades o las regiones boscosas de la Araucanía en Chile.
En nuestro país se han multiplicado las tierras de nadie, en que el Estado no consigue proteger a sus ciudadanos ni de la extorsión, ni del trafico de drogas, ni de la violencia, o en las que, existiendo fuerza pública presente y en proporción adecuada, se le ordena permanecer pasiva ante la transgresión de la ley. Equívocamente los poderes públicos piensan que la postergación de problemas que debió resolver el Estado, lo obliga ahora a cruzarse de brazos frente a los desmanes de los afectados y más que de ellos, de los violentistas infiltrados.
Aún cuando no llegamos todavía al extremo de México o Colombia en que se abandona por el Gobierno incluso la esperanza de restituir el imperio de la ley en ciertas zonas o en que se entregan 42 mil kilómetros cuadrados del territorio, al control absoluto de líderes alzados contra el orden jurídico y contra el propio Estado, lo cierto es que, el común de los chilenos, pensamos que nuestros problemas de seguridad y la aplicación efectiva de la ley como corresponde en un estado de derecho se están escapando de las manos del Gobierno, con todas las consecuencias que ello supone.
Pareciera haber conciencia que la tarea de reestablecer la autoridad se abordó tardíamente, por temor a resucitar fantasmas del pasado, pero la democracia tiene medios para defender el orden institucional cuando hay la decisión necesaria, sin transgredir la constitución ni las leyes.
Creemos que en esta tarea debe también colaborar la gran mayoría de la población acosada por una minoría decidida y violenta. Pero para asumir, incluso la auto defensa, es necesario estar convencido del respaldo total del sistema jurídico, y la opinión pública en este momento no está en absoluto segura del apoyo franco que significaría aplicar cabalmente la ley por el Gobierno y por los tribunales.
En efecto, los periódicos y la televisión nos muestran altos funcionarios de gobierno agredidos físicamente, carabineros heridos a bala por los maleantes o quemados por las bombas molotov lanzadas desde recintos universitarios y a los tribunales actuando en algunos casos en las zonas en conflicto, sin el necesario compromiso y celeridad.
Hoy y desde hace algunos años, nuestro equívoco triunfalismo se ha transformado en una quejosa debilidad y pesimismo, es decir, pasamos de la euforia a la depresión y eso en momentos previos a las elecciones presidenciales. En estas circunstancias, sería peligroso pensar que la única solución es votar por uno u otro candidato, porque las frustraciones serían fuente de mayores conflictos.
Cierto es que como las personas, los países crecen y también sus problemas, pero hoy el Estado tiene mayores recursos jurídicos y materiales y la información suficiente para poder actuar con oportunidad y decisión para enfrentarlos con mayor eficacia y dentro de los recursos disponibles.
Cuando la mayoría de los chilenos advierta que las autoridades actúan con eficiencia y honestidad y que los funcionarios se sientan orgullosos de ser servidores públicos antes que delegados políticos, también se decidirá a hacer su parte para que en Chile desaparezcan las tierras de nadie entregadas a la delincuencia y a a violencia, desatadas al margen de nuestro proclamado estado de derecho.
Mario Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso en 31 de Agosto de 1999