47. TIERRA DE NADIE.

En las guerras y especialmente durante el periodo de los frentes estáticos en la Primera Guerra Mundial y en la Segunda hasta el flanqueo de la línea Maginot al comienzo de la acción relámpago desatada por Alemania para ocupar Francia, el espacio entre las líneas de fortificaciones o trincheras, se llamaba tierra de nadie.

Esa zona fue siempre la más peligrosa porque, adentrarse en ella, suponía exponerse a todos los riesgos, incluso al propio fuego desde sus lineas si se confundía la patrulla pensándola ajena.

En el mundo actual cada vez con mayor frecuencia se producen estos espacios en que el estado no ejerce efectivamente soberanía, con la diferencia que ahora sus zonas de territorio en que no se aplica la ley, se encuentran pobladas ya sea que se trate de las zonas periféricas de las grandes ciudades o las regiones boscosas de la Araucanía en Chile.

En nuestro país se han multiplicado las tierras de nadie, en que el Estado no consigue proteger a sus ciudadanos ni de la extorsión, ni del trafico de drogas, ni de la violencia, o en las que, existiendo fuerza pública presente y en proporción adecuada, se le ordena permanecer pasiva ante la transgresión de la ley. Equívocamente los poderes públicos piensan que la postergación de problemas que debió resolver el Estado, lo obliga ahora a cruzarse de brazos frente a los desmanes de los afectados y más que de ellos, de los violentistas infiltrados.

Aún cuando no llegamos todavía al extremo de México o Colombia en que se abandona por el Gobierno incluso la esperanza de restituir el imperio de la ley en ciertas zonas o en que se entregan 42 mil kilómetros cuadrados del territorio, al control absoluto de líderes alzados contra el orden jurídico y contra el propio Estado, lo cierto es que, el común de los chilenos, pensamos que nuestros problemas de seguridad y la aplicación efectiva de la ley como corresponde en un estado de derecho se están escapando de las manos del Gobierno, con todas las consecuencias que ello supone.

Pareciera haber conciencia que la tarea de reestablecer la autoridad se abordó tardíamente, por temor a resucitar fantasmas del pasado, pero la democracia tiene medios para defender el orden institucional cuando hay la decisión necesaria, sin transgredir la constitución ni las leyes.

Creemos que en esta tarea debe también colaborar la gran mayoría de la población acosada por una minoría decidida y violenta. Pero para asumir, incluso la auto defensa, es necesario estar convencido del respaldo total del sistema jurídico, y la opinión pública en este momento no está en absoluto segura del apoyo franco que significaría aplicar cabalmente la ley por el Gobierno y por los tribunales.

En efecto, los periódicos y la televisión nos muestran altos funcionarios de gobierno agredidos físicamente, carabineros heridos a bala por los maleantes o quemados por las bombas molotov lanzadas desde recintos universitarios y a los tribunales actuando en algunos casos en las zonas en conflicto, sin el necesario compromiso y celeridad.

Hoy y desde hace algunos años, nuestro equívoco triunfalismo se ha transformado en una quejosa debilidad y pesimismo, es decir, pasamos de la euforia a la depresión y eso en momentos previos a las elecciones presidenciales. En estas circunstancias, sería peligroso pensar que la única solución es votar por uno u otro candidato, porque las frustraciones serían fuente de mayores conflictos.

Cierto es que como las personas, los países crecen y también sus problemas, pero hoy el Estado tiene mayores recursos jurídicos y materiales y la información suficiente para poder actuar con oportunidad y decisión para enfrentarlos con mayor eficacia y dentro de los recursos disponibles.

Cuando la mayoría de los chilenos advierta que las autoridades actúan con eficiencia y honestidad y que los funcionarios se sientan orgullosos de ser servidores públicos antes que delegados políticos, también se decidirá a hacer su parte para que en Chile desaparezcan las tierras de nadie entregadas a la delincuencia y a a violencia, desatadas al margen de nuestro proclamado estado de derecho.

                                                                                          Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso en 31 de Agosto de 1999

46. UN CHILENO EN «LA CALETA».

 

En 1973 viajamos con mi familia a España y por una coincidencia cuyo eventual peligro no evaluamos en su momento, al día siguiente de llegar a Madrid se produjo el atentado terrorista que costó la vida al almirante Carrero Blanco. Llegamos cuando estaba terminando el período de Franco, quien aún gobernaba con mano de hierro al país.

Como estaríamos varios meses en Madrid, quise conocer de España y sobre todo de su pueblo y sistema, político, mucho más allá de la visión que obtiene el simple turista. Tenía, para facilitar esta tarea, algunos amigos españoles, entre ellos un abogado dedicado también a los tenias marítimos, Miguel Espárrago Patiño, un gran caballero nacido en Pontevedra,.

Cuando le expresé mis deseos, me propuso asistir con él a los almuerzos periódicos en que gente de todas las tendencias políticas y regiones de España se reunían como amigos para conversar y discutir.

Así, llegué junto a mi amigo Espárrago al Restaurant «La Caleta», en una de las muchas callejuelas del Madrid antiguo. Esto ocurría los sábados y se iniciaba con una larga conversación mientras se consumían abundantes «tapas» de mariscos como convenía al nombre del restaurant y varias botellas de «Tío Pepe». El grupo que se congregaba era asaz variopinto: médicos, abogados, dentistas, ingenieros, funcionarios públicos, empresarios de transportes y dueños de negocios mediarios o pequeños.

Desde el punto de vista de las ideologías políticas, habían desde acérrimos partidarios de Franco hasta socialistas y comunistas.

Como consecuencia ineludible en una reunión de españoles acostumbrados desde siempre a expresar con claridad e incluso con rudeza sus propias convicciones, allí se discutía de todo, del pasado, del presente y del futuro, más de una vez alzando las voces pero siempre, en simpática camaradería y más cuando se anunciaba que el almuerzo estaba servido. En el comedor continuaba la conversación en tono menor, se privilegiaba lo familiar y en tono más coloquial terminaban las reuniones con amplias sonrisas y sinceros apretones de manos o abrazos.

Yo tuve la suerte que el grupo me aceptara sin reticencias y de este modo aprendí más acerca de las ideas políticas y sociales que regían en España. que lo que me hubieran podido enseñar muchos libros. Guardo, por eso, un grato recuerdo de nuestras reuniones en «La Caleta» y cuando, años más tarde volví a Madrid, muerto ya Franco y me encontré con mi amigo Miguel, de inmediato le pedí que me llevara a las reuniones de «La Caleta» para saber qué ocurría, en ese momento, en la sociedad española.

Sin embargo, cuando yo esperaba una aceptación entusiasta de mi amigo, su semblante se ensombreció y me dijo: «Desde hace un tiempo no hay más almuerzos de nuestro grupo en «La Caleta» y, a renglón seguido, me explicó que al retornar la vida política intensa y libre, propia del temperamento español, los amigos de antaño que podían discutir desde sus particulares posiciones con mucha pasión, pero sin agriarse, se habían transformado en enemigos que apenas se saludaban, con excepción de unos pocos que ya no daban para llenar la mesa de los sábados. Me contó, cómo uno de los asiduos de «La Caleta», un transportista partidario de Franco, no solamente había perdido a sus amigos, sino hasta su propia familia. En efecto, sus hijos, izquierdistas de siempre, se atrevieron ahora no sólo a disculir sobre sus ideas sino a ponerlas en práctica y a ridiculizar las de su padre. El término de la escena fue de extremada violencia porque el progenitor absolutamente exasperado, golpeó con los puños endurecidos por el trabajo físico, a los hijos que nunca regresaron a su casa.

Hechos recientes en Chile y nuestra propia transición, me han traído a la memoria los recuerdos de «La Caleta», en donde aprendí no solamente de la España de Franco y post Franco, sino de la conducta humana cuando varia el entorno político y social en que las personas interactúan.

Por eso, cuando he vuelto a España en años posteriores, y he observado el «destape», la lucha por el poder, el recrudecimiento de los movimientos separatistas y autonomistas, me ha ayudado a entender a sus protagonistas mi paso por «La Caleta».

                                                                      Marlo Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 8 de Enero de 1999

45. LA PRIORIDAD QUE FALTA.

 

 

Con excelente visión de nuestros actuales problemas-país, el Gobierno ha iniciado una campaña destinada a crear conciencia y arbitrar los medios para lograr una sustancial mejora de los estándares de la educación y de la salud. Ambas iniciativas han contado con la adhesión de la gran masa ciudadana, pero hay una tercera que no ha merecido igual tratamiento aunque todas las encuestas le otorgan un alto porcentaje de preocupación para el común de las personas, la erradicación o, al menos, la disminución de los índices de violencia criminal que aflige, sobre todo, a Santiago y a las grandes ciudades del país.

Para abordar el problema en forma integral, previamente hay que reconocer que la fuerza pública ha sido ampliamente sobrepasada, que la legislación procesal acerca de la libertad provisional y formas de aliviar el cumplimiento de las penas, deben ser radicalmente modificadas, así como que debe cambiarse el trato legal a los menores delincuentes que se asilan en la impunidad de que prácticamente gozan hasta los 18 años.

De nada sirve que el Director General de Carabineros diga que su insitución no ha sido sobrepasada, si día a día sabemos del asalto a residencias particulares con resultados de homicidios, violaciones y robos, a instituciones financieras y a vehículos «de seguridad» en que se transportan importantes sumas de dinero y si, día a día, conocemos, por los nedios de comunicación, las guerras de pandillas en los barrios periféricos y el acuchillamiento de estudiantes a veces, a manos de menores de 10 años.

Todos sabemos que al Cuerpo de Carabineros, creado en 1927 se le asignó una dotación de 18.ooo hombres, cuando la población del país era de 4.300.000 habitantes yque, ahora con más de tres veces esa población, la dotaion no alcanza al doble de la de entonces. Todo ello, sin contar con que el proceso de urbanización de la población ha conducido al gigantismo de Santiago, con barrios periféricos marginados de los beneficios de las «comunas ricas», y que en aquéllas, la droga se vende en todas las esquinas y que la población desocupada o simplemente los delincuentes, organizan allí los asaltos y reducen, también allí el producto de sus robos cuando no es dinero efectivo.

No basta por último que Carabineros detenga a un escaso porcentaje de los autores de delitos, porque es preciso recordar que Carabineros tiene fundamentalmente una labor de prevención y no de investigación y que es en aquélla en donde ha sido ampliamente sobrepasado por delincuencia.

Todos sabemos también que las actales disposiciones sobre de libertad bajo fianza permiten que delincuentes habituales y reincidentes en delitos de alta peligrosidad, caminen tranquilamente por  lascalies gozando de sucesivas excarcelaciones gracias a una ley excesivamente compasiva y a jueces a  quienes poco parece preocuparles la integridad de personas y la seguridad en las calles y hogares de la población.

Es también ampliamente conocida la circunstancia de existir tantos declincuentes menores de 18 años, «sin discernimiento» y de menores de 16 años que después de cometer delitos son entregados a sus padres, con una simple reconvención.

Las tres falencias anotadas por ser las de mayor envergadura, tienen remedio, siempre que el gobierno y la sociedad admitan que somos un país de alto riesgo delictual aunque las cifras macroeconómicas parezcan indicar a cosa. Carabineros necesita más dotación y mejores sueldos, no las vacantes 20.000 vacantes que no se han llenado, probablemente 6.0000 u 8.000 cargos adicionales. El costo es elevado pero nada o muy poco obtendría el país de las mejoras en salud y educación, si los niños en las poblaciones siguen expuestos al riesgo de sus vidas y a la oferta libre de drogas de todas clases y si por esas calles pululan delincuentes reincidentes en delitos de violencia.

La mayoría de esta nueva dotación debería ir a las grandes ciudades y precisamente a los barrios marginales, habitados por chilenos que también tienen derecho a la seguridad. 5.000 carabineros concentrados en las poblaciones del gran Santiago, harían más allí que si se dedican a cuidar mansiones y personajes del barrio alto.

Por otra parte, podrían liberarse varios miles de Carabineros de labores que no son estrictamente policiales. El tránsito, por ejemplo, podría estar a cargo de una policía municipal como en España y las citaciones judiciales podrían cumplirse por funcionarios judiciales especialmente contratados y con vehículos adecuados para cumplir, rápida y seguramente, con esas diligencias.

En cuanto a la libertad bajo fianza de los delincuentes reincidentes bastaría con reponer el at 363 N° 1 del Código de Procedimiento Penal en su texto original: «La libertad provisional tampoco se otorgará :»I A los reincidentes en los delitos que la ley castiga con pena de crimen y a los reincidentes en delitos de la misma especie». Sé que esta iniciativa provocará el repudio de algunos defensores de los derechos humanos que nos recordarán que la privación de libertad es eminentemente provisoria y que, en consecuencia, y mientras no exista una sentencia condenatoria, el delincuente puede obtener una y diez veces su libertad provisional, aunque sea reincidente en delitos que impliquen violencia a las personas, pero, en una sociedad democrática, es obvio que existan disidencias. Se agregan a estas excarcelaciones en serie, todas las medidas que morigeran el cumplimiento de las penas, como la libertad condicional, la libertad controlada, la suspensión condicional de las penas y la salida diurna de los delincuentes, que solamente ha servido para que cometan de día sus fechorías y regresen como si nada hubiera ocurrido «a seguir cumpliendo su condena».

Es además conocida la instalación, en los días de visita, de carpas improvisadas en los patios de las cárceles para que los reos reciban, en intimidad, a sus parejas, a fin de no carecer de esos beneficios de la vida en libertad. La salida diaria y la libertad condicional solamente se justifican si los reos tienen trabajo conocido y controlable al otorgarles el beneficio y si esta condición se mantiene. No se trata de aumentar las penas sino que éstas se cumplan en condiciones que representen una verdadera sanción.

Hay quienes dirán que se necesitarán nuevas cárceles para albergar a varios miles de delincuentes que, hacinados, no podrían ser rehabilitados. Ello es cierto y habría que construir más y mejores cárceles y, que por ahora se producirá hacinamiento no deseado, pero la pregunta que surge es: Puestos en la balanza el hacinamiento de los delincuentes habituales y reincidentes en graves delitos y la vida y la seguridad de los demás ciudadanos :¿cuál interés debe prevalecer?

                                                                                         Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, en Abril de 1998