22. FAMILIA,MATRIMONIO,DIVORCIO.

 

Hoy en día todo el mundo opina acerca del divorcio con ocasión de la ley en actual tramite legislativo y, frecuentemente, se dan a conocer encuestas que lo favorecen o rechazan.

Pero esta nota no quisiera terciar en la controversia, sino examinarla dentro de un contexto bastante más amplio cual es la organización de la familia.

Como es bien sabido la actual familia monogámica que se inicia por la unión de un hombre y una mujer que desean vivir juntos, auxiliarse mutuamente y procrear, es propia únicamente de los tiempos históricos y del mundo occidental, porque también ha existido la familia poliándrica (una mujer y varios varones) y la poligámica (un varón y varias mujeres) como todavía subsiste en algunos países árabes y africanos.

La permanencia de la unión de la pareja humana, independientemente de la vinculación matrimonial tiene fundamento biológico en dos circunstancias propias de la especie: su permanente aptitud y deseo sexual y la necesidad de cuidar a los hijos por muchos años, como consecuencia de la absoluta incapacidad de los menores para sobrevivir sin ayuda, al revés de las otras especies en que el período de celo es limitado y en que los hijos, en corto tiempo, están habilitados para subsistir. En dichas especies animales, la pareja permanece unida mientras los hijos crecen»; pero entre ellos las uniones, ocasionalmente, son permanentes y se mantienen incluso cuando los hijos se han emancipado de la tutela de los padres.

Hoy como se ve, independientemente de los sentimientos más refinados de la especie humana, una clara definición de la función básica de la pareja frente a los hijos: criarlos, cuidarlos y prepararlos para la vida, ambos progenitores en completa y participativa unión.

En el caso de pareja humana, las figuras del padre y de la madre son insustituibles en la formación de los niños y de los adolescentes, y así lo entienden no solamente los psicólogos sino lo indica el buen sentido y una larga experiencia cultural.

La tendencia desde el período colonial en Chile, fue estructurar una familia de tipo patriarcal, en base al matrimonio católico cuya celebración y registro correspondía a la iglesia. Esto sin prejuicio que existiera un concubinato al margen del marco jurídico que la sociedad aceptaba tácitamente.

Durante el siglo pasado la situación no varió significativamente en el fondo, aunque sí en la forma, ya que la Ley sobre Matrimonio Civil de 1884 transcribió, en buena medida, la ley canónica, pero dejando el resquicio jurídico de la nulidad del acto, al limitar territorialmente la competencia de los oficiales del Registro Civil.

La aplicación de la ley referida no vario sustancialmente la estructura de las familias aunque por las dificultades entre las autoridades religiosas y civiles, en los años inmediatos a la entrada en vigencia de la ley disminuyeron los matrimonios legalmente válidos por resistencia de algunas parejas católicas a admitir el cambio.

Es decir, en nuestro país, siguieron existiendo familias vinculadas por matrimonio que procrearon hijos legítimos y otras, bastante numerosas que tuvieron hijos naturales reconocidos o simplemente ilegítimos. En uno u otro caso el modelo de familia fue patriarcal y, no existió discusión acerca del rol del padre.

Sin embargo en las últimas décadas la situación descrita varió sustancialmente y tales cambios se reflejan en el concepto que de ella se tiene, trasladándose al idioma. En efecto, el Diccionario de la Academia que en su edición de 1971 la definió como «grupo de personas emparentadas entre sí y que vive bajo la autoridad de una de ellas», en 1990, eliminó la locución final, es decir «bajo la autoridad de una de ellas». Se jutificaba, tal vez, referirse a una autoridad compartida entre los padres en razón de la tendencia a reconocer la igualdad jurídica de la mujer, pero la Academia fue más allá, y dio por sentado que, en este núcleo fundamental de la sociedad ya no se considera necesario que exista autoridad.

Y la verdad resulta ser que en muchas familias de nuestra sociedad occidental no existe autoridad que las dirija, ni del padre, ni de la madre ni de ambos en conjunto como creemos que siempre debió ser. Y nos referimos no sólo a la autoridad que se basa en los derechos que el Código Civil concede a los padres, sino en el natural ascendiente que éstos debieron tener sobre los hijos sin olvidar que el término aludido tiene dos acepciones conocidas, la de «padre, madre o cualquiera de los abuelos, de quien descienda una persona», y también, la más importante, de «predominio moral o influencia». Desafortunadamente en la sociedad actual, con culpa las más veces de los propios padres, o sin ella y por el solo requerimiento de una sociedad hedonista, se ha perdido no solamente la autoridad, sino el ascendiente de los padres sobre los hijos, sea denro de la pareja unida por matrimonio o en el simple concubinato.

Como resulta de lo dicho, la familia en Chile, con el matrimonio reguiado por la ley canónica o por la ley civil, permitió que subsistieran simples concubinatos y mujeres abandonadas por convivientes ocasionales con uno o varios hijos. La ley nada pudo hacer para evitarlo, ni tampoco pudo crear relaciones de armonía dentro de los matrimonios que terminaron siendo declarados nulos o por la simple separación de los cónyuges.

En estas circunstancias y desafortunadamente para la formación de los hijos cuya suerte aparece siempre subordinada a la relación armónica o conflictiva de sus padres, pareciera ser que existiera hasta ahora más preocupación por la pareja que por sus hijos y por el matrimonio que por la familia.

Entendemos que haya quienes procuran poner remedio mediante una ley de divorcio, a los problemas de la pareja para que puedan vivir separados y volverse a casar porque son, desde el punto de vista legal, más fáciles de resolver, pero creemos que más valiera que se afrontara como el gran problema de reflexión presente, la condición actual de la familia como organismo básico de la sociedad y su evidente deterioro. Hoy día no solamente nacen menos hijos dentro del matrimonio sino que aumenta el porcentaje de los concebidos fuera de él y en mayor número rodavía, de madres menores que ni intelectual ni emocionalmente estan en condiciones de asumir responsablemente su maternidad. Los padres en este último caso son también en su mayoría menores que no desean ni podrian asumir las responsabilidad de padres o incluso dentro de las familias legalmente constituidas, también se cuestionan los roles tradicionales de los padres cuando la madre gana más que el padre o cuando éste la abandona, debiendo aquélla, en forma natural, asumir el papel de jefe de familia y en ellas también, los padres tienden a transformarse en simples proveedores de bienes, y no en formadores de sus hijos y privilegian la enseñanza de cómo aumentar los ingresos antes que la transferencia de valores y principios que constituía la principal razón de ser de las antiguas familias.

Es decir, a la profunda crisis de la institución familiar no se le pone remedio con una ley de divorcio. Sus problemas son de naturaleza tan pronfunda y variada, provocados y cruzados por variables existenciales, económicas, culturales y tantas cuantas puedan imaginarse, como para que el simple arbitrio de la ley los resuelva.

Por eso cuando oigo nuevamente discutir sobre el divorcio, siento que nos estamos yendo por las ramas.

Publicado en el diario el Mercurio de Valparaíso el 19 de febrero 1997.

Mario Alegría Alegría

14. CUANDO FALLA EL ANÁLISIS.

 

 

El diccionario de la lengua da más de diez acepciones para el término análisis, pero en relación con el asunto que nos interesa, creo que todos hemos oído hablar de los analistas de mercado, que orientan la inversión de los recursos para asegurar rentabilidades óptimas con mayor o menor riesgo incorporado. Generalmente son economistas con post-títulos en el extranjero o en Chile y que se mueven con gran fluidez en la macro y en la micro economía, disponiendo de toda la información de las publicaciones especializadas y de la que proporcionan en Chile los periódicos que la resumen con bastante buen criterio.

Es decir, se suponen los «gurúes» de la economía y que empresas como las AFT-que mueven recursos por miles de millones de dólares los cuentan en sus equipos, con honorarios muy altos, como corresponde a quienes aconsejan invertir selectivamente en tales o cuales valores a quienes manejan recursos equivalentes a más de la mitad del Producto Interno Bruto de un año.

Del resultado de ese análisis y del consejo atinado de tales analistas depende en buena medida la suerte de los ingresos de los miles de jubilados del sistema y, sobre todo, de los que se acogieron a la modalidad de retiro programado.

Hace unos días me tocó ver el resultado de la inversión de una AFP cuyo nombre no indico, por razones obvias, pero que no es muy distinto al que se da en estos momentos en todo el sistema un jubilado que hasta el mes de enero del presente año recibía          $ 98.604 liquido, a partir del mes de agosto pasado comenzó a recibir solamente           $ 86.346, es decir, perdió el 14% de lo que contaba para subsistir.

Ese mismo pensionado de la AFP a que nos referimos, observará con cierta envidia la información que los jubilados del antiguo sistema recibirán un 6,5% de reajuste que corresponde al alza del costo de la vida en los meses de diciembre a diciembre de 1995/96. Es decir, con el antiguo sistema su pensión de $ 98.604 de enero se habría elevado a $ 105.013 en diciembre en vez de bajar .a $ 86.346 como ocurrió.

¿Pudieron hacer algo las AFP para morigerar al menos este resultado? Creemos que sí, porque no se necesitaba ser economista para prever lo que ocurriría en la bolsa después del «boom» de los noventa. Hasta un simple aficionado a aplicar el sentido común al análisis’ económico pudo advertirlo ya en marzo de 1994 cuando quien escribe estas líneas vio publicada en estas páginas una nota que titulo «La otra riqueza» en que prevenía contra las inversiones en un mercado sobre valorado en buena medida por el ‘exitismo» de quienes de verdad creyeron en «el tigre chileno». En esa ocasión hizo presente que la relación precio utilidad de las acciones era insostenible en el mediano plazo, cosa que también debieron prever y con mucho mayor fundamento, las AFP y sus equipos asesores.

En un diario se informó que las 40 acciones del IPSA bajaron su cotización bursátil desde el 29 de diciembre de 1995 de US$ 40.801 millones (en total) a US$ 35.945 millones, al cierre del 2/12/95, es decir, un 11,9%, todavía un poco menos que la reducción de la pensión de jubilación que comentamos.

¿Qué habrían podido aconsejar los analistas al iniciarse el año 1995a las AFP, considerando la evolución del precio de la harina de pescado, de la celulosa y el papel, la volatilidad del mercado del cobre, y la cercanía de la fecha para la fijación de las tarifas de la electricidad en nuestro país, además de la otra información que no maneja cualquier hijo de vecino? ¿Insistir en las acciones creyendo la versión de los analistas de las Bolsas interesados en su propio negocio o descender a la modesta realidad chilena para trasladar parte importante de la inversión a renta fija?

Al parecer el exitismo resultó contagioso y las APP con sus equipos de economistas de primera línea, no ingresaron al programa computacional correspondiente las variables del mercado que podían afectar la actividad económica chilena y apostaron, sin fundamento alguno, a que un mercado caro seguiría siendo cada vez más caro, a pesar del evidente contrasentido que entrañaba tal posición.

¿Qué explicación podrán dar a nuestro pensionado de los $ 86.346 mensuales que mirará con envidia al jubilado del INP que ahora tendrá $ 105.013 para gastar, es decir, algo más de lo que tenía y no algo menos, como es su caso, que tiene ahora sólo el 86% de lo que contaba para subsistir?

¿Cómo explicarle que si su ahorro previsional hubiera estado invertido en renta fija, con los buenos intereses de este año, habría tenido el mismo reajuste que el jubilado del antiguo sistema?

Invitamos a las APP a que no se escuden en generalidades sobre la evolución de la economía y expliquen qué pasó a sus analistas que no previeron lo que resultaba perfectamente claro en marzo de 1995, incluso para un chileno cualquiera, sin el volumen de información que debemos suponer que manejan quienes tienen la administración de los bienes que representan el único caudal cierto para atender las necesidades de millones de chilenos que se jubilarán en el futuro.

 

Publicado el 7 de diciembre 1996 en el Mercurio de Valparaíso

 

Mario Alegría A.

 

 

13. EL DÍA DE LA BUENA VOLUNTAD.

 

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Estoy ordenando viejos libros. Entre ellos, descubro uno pequeño, en rústica, de León Guillet, del Instituto de Francia, traducido y editado por Zig Zag en la década del 30, con una corta nota firmada por don Maximiliano Salas Marchanel 18 de mayo de 1939, como presidente del Círculo Pro Paz. Fue un modesto premio que ganara en el concurso escolar convocado ese ario     en celebración del «Día de la buena voluntad».

     Necesariamente afluyen los recuerdos, el de don Maximiliano, maestro de siempre, que fuera director general de Educación primaria y después profesor en la Universidad Santa María, pequeño, enjuto, de bigote y barba en punta y completamente blanca, vivaz y entusiasta, sobriamente elegante como lo eran los caballeros de la época y dispuesto a jugarse por las buenas causas en la Presidencia del Círculo Pro Paz.

     El día de la buena voluntad se avenía perfectamente con el premio, un libro de Gufflet, optimista, sugerente como su título. «Sí hijos míos, la vida es bella cuando.., y que, en cada capítulo, daba una respuesta cuando se sabe tener amigos, cuando se posee una bondad activa; cuando se es entusiasta y dinámico y así hasta el final seguían las reflexiones, sencillas, un poco ingenuas

talvez, pero siempre bien intencionadas.»

     Hoy ya no se recuerda el día de la buena voluntad, pero sí de la madre, el del padre, el de los abuelos, y tantos otros que, revestidos de profusa publicidad, aumentan las ventas de las grandes tiendas y los esfuerzos de la gente por parecer antes que por ser. La buena voluntad no vende y el libro no es premio porque no se lee, más vale un Nintendo o una Barbie, que las páginas

que invitan asoñar.

     En mayo de 1939, sin embargo, apenas meses antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, había hombres que creían en la bondad y niños que soñábamos

con un mundo justo y feliz, y que describíamos, seguramente usando lápices de grafito, nuestra visión de lo bueno y de lo sabio.

El mensaje no era nuevo, hacía ya más de 1.900 años que un hombre en Galilea había expresado la fórmula simple de la paz y del respeto a la dignidad del hombre: ama a tu prójimo como a ti mismo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Los laicos podían deducir la misma convocatoria, sin mucho trabajo de las ideas de Kant sobre la moral. De allí confianza de algunos hombres buenos como el señor Salas Marchant en que incentivado en los niños la inquietud por pensar en forma simple acerca de cosas muy profundas se les ayudaría a resolver con acierto los problemas que les presentara la vida de adultos.

     Llegó la guerra meses después, y con ella el bombardeo indiscriminado de civiles, la persecución a los judíos en Alemania y en los países ocupados por esa nación y como corolario, el bombardeo con bombas atómicas de las ciudades japonesas por el campeón occidental de los Derechos Humanos, los Estados Unidos, el que no vacilará tampoco, años más tarde, en quemar vivos a niños, mujeres y ancianos con bombas de napalm en las ciudades de Vietnam.

     Cuánta buena voluntad faltó en el mundo de entonces y cuánta falta hasta hoy, pero también cuánta diferencia hay entre el mundo de 1939 que aún tenía esperanza, y el mundo de 1997 que la ha perdido.

     En efecto, hablar de buena voluntad es hablar de valores morales; lo bueno es lo que tiene «bondad en su género» según el diccionario de la lengua y bondad es la natural inclinación a hacer el bien, y, en una de sus acepciones, voluntad es «intención, ánimo, o resolución de hacer una cosa». De este modo se dimensiona la buena voluntad, como una forma activa de hacer el bien, es decir de actuar

conforme a los valores que, en algún sentido se acercan también al concepto de lo bueno, si nos alejamos de la axiología para atribuirles contenido social antes que filosófico.

     Faltó desde 1939 en adelante     la buena voluntad para el prójimo, la aceptación del otro y de su derecho a ser y pensar diferente. Ni la Convención de La Haya de 1907 ni el Convenio de Ginebra de e 1929, pudieron humanizar la guerra ni la mejor de las Constituciones Políticas ha podido prevenir la ocurrencia de gravísimas transgresiones de los derechos humanos, cuando se produce una conmoción interna grave o un conflicto internacional porque tales casos, suspendida la vigencia del estado de derecho, se han cometidos los crímenes más atroces.

     En otros términos, ni la ley internacional ni las  Constituciones y leyes nacionales son capaces,  en caso de conflictos armados de proteger efectivamente los derechos humanos, porque ese enorme poder solamente se radica en la buena voluntad de las personas, pero cuando aquélla ha pasado a formar parte integral de su conciencia y de la conciencia colectiva.

     Por eso, hace pocos días en una reunión en que se conversaba sobre los derechos humanos y la forma de defenderlos, cuando uno de los contertulios leyó unas hermosas páginas de un conocido catedrático en que en forma metódica, clara y bellamente expresada se contenía la evolución constitucional referida a los derechos humanos, no puede dejar de gozar como antiguo profesor con clara exposición y la grata forma de decir lo que las constituciones han expresado y dispuesto sobre los derechos humanos. Sin embargo, y como siempre ocurre cuando se trata de un tema complejo, pensé que nos estábamos «yendo por las ramas» y que los derechos humanos nunca estarán suficientemente protegidos por la Constitución y por la ley, si no se transforma realmente en valores dentro de una sociedad que cada vez más se aleja de aquello que pueda afectar su forma de vida, su conciencia, sus inversiones     y las leyes sacrosantas del mercado.

     Si un valor indudable es la dignidad y la protección de la vida humana, pero no sólo de la propia sino del semejante, ¿qué sentido tiene aceptar sin chistar que dicho valor sea momento a momento agredido en la televisión, en internet y en todos los medios a los que tienen acceso nuestro hijos y nuestros nietos?

     Si hasta en los dibujos animados se hace el elogio de la violencia, ¿puede el hombre de hoy engañarse creyendo que sus alarmas y vigilantes, lo pondrán a cubierto del submundo de seres degradados por la propia sociedad que a él le sirvió para prosperar y medrar?

     La verdad es que, después de estas reflexiones volví al libro sencillo y, a ratos, ingenuo de León Guillet en cuya lectura procuraré interesar a mis nietos y sentí como una grande, una dolorosa falta, la de don Maximiliano que nos invitaba a reflexionar siquiera un día en el año en la buena voluntad y a que nos arriesgásemos a poner en el papel lo que pensábamos de la relación con nuestros semejantes.

 Mario Alegría A.