Si Carlos Marx resucitara, se encontraría en el mundo actual con varias sorpresas. Por una parte que la praxis había destruido las bases del socialismo y, por la otra, que la fase superior del capitalismo ya no era el imperialismo, sino la globalización como forma de aumentar las ganancias y el poder del capital, y que la única potencia realmente imperialista, los Estados Unidos, se mantenía como el gendarme ya no sólo de América, sino de todo el mundo.
Si hubiera de alternar con los economistas actuales, asistiría a sus reuniones entendiendo bien poco de lo que discutían. Las categorías por él conocidas de relaciones de producción, estructuras y superestructuras sociales y la lucha de clases entre obreros y burgueses, ya no estarían en la orden del día.
Por el contrario, oiría hablar de la asignación de los recursos por el mercado en vez del estado, de aldea global, de sinergias, fusiones y Opas y le costaría creer, acostumbrado como estaba a las «modestas» fortunas de los Rothschild que un señor Bill Gates, tuviera ahora, en bolsa, valores equivalentes o mayores que el producto interno bruto de un país de 15 millones de habitantes como Chile.
Las cavilaciones del sociólogo alemán serían parecidas a las del hombre de la calle en el Chile de hoy, que trata de entender lo que ocurre a un país que crecía al 7 por ciento anual y se consideraba modelo de la nueva economía para los países que aspiraban al desarrollo y que ahora ostenta un desempleo de más del 10 por ciento, un claro estancamiento del gasto y un crecimiento bajo sustentado solamente en un sector exportador beneficiado por precios favorables de la coyuntura, todo ello, no atribuible a la falta de expectativas positivas para los inversionistas.
Seguramente puede hacerse un análisis mucho más fino de las causas de fondo de la actual coyuntura, pero para los no especialistas que observamos el acaecer diario, los problemas de Chile son estructurales y comunes en el proceso de globalización que, a nivel interno, se expresa en las fusiones de empresas en busca de «sinergias», término que los economistas pidieron prestado a la fisiología y que produciría, según ellos, en el caso de las fusiones, atendidas determinadas variables, el efecto que de sumar dos y dos resulten 5 en vez de 4.
Para los testigos profanos que observamos el efecto de las fusiones sobre el empleo, el resultado de una fusión es simple; 2 más 2 resultan 3 y no 5.
Y pruebas al canto: hemos sido informados de que, como consecuencia de una de las últimas fusiones en nuestra región, una empresa que da ocupación a casi mil personas, desahuciará al 100 por ciento del personal y recontratará al 50 por ciento con rentas inferiores en 30 por ciento a las que ahora perciben.
Si así ocurriera, es obvio que aprovechar esta «sinergia» significa que quinientas familias perderán la seguridad del sustento, quizás por cuanto tiempo, y los otras quinientas deberán reducir sustancialmente su consumo.
Este es un efecto conocido por las experiencias de las fusiones de las AFP, de los bancos y de diversas empresas manufactureras y de servicios. Como se trata de un proceso en marcha, difícil resulta pensar en la creación de verdaderos empleos que los sustituyan.
Por ahora, parece imposible detener el proceso de globalización, pero en algún momento, no sólo los gobiernos, sino las empresas tendrán que concluir, como ya lo han hecho el Papa y otras personalidades mundiales, que el actual sistema económico no puede seguir olvidando que hombres y mujeres no somos solamente consumidores, sino seres humanos con derecho a la dignidad que confiere el trabajo.
Mario Alegría Alegría
Publicado en el diario El Mercurio de Valparaíso el 15 de noviembre 2000.