53. CAPITALISMO Y GLOBALIZACIÓN.

Si Carlos Marx resucitara, se encontraría en el mundo actual con varias sorpresas. Por una parte que la praxis había destruido las bases del socialismo y, por la otra, que la fase superior del capitalismo ya no era el imperialismo, sino la globalización como forma de aumentar las ganancias y el poder del capital, y que la única potencia realmente imperialista, los Estados Unidos, se mantenía como el gendarme ya no sólo de América, sino de todo el mundo.

Si hubiera de alternar con los economistas actuales, asistiría a sus reuniones entendiendo bien poco de lo que discutían. Las categorías por él conocidas de relaciones de producción, estructuras y superestructuras sociales y la lucha de clases entre obreros y burgueses, ya no estarían en la orden del día.

Por el contrario, oiría hablar de la asignación de los recursos por el mercado en vez del estado, de aldea global, de sinergias, fusiones y Opas y le costaría creer, acostumbrado como estaba a las «modestas» fortunas de los Rothschild que un señor Bill Gates, tuviera ahora, en bolsa, valores equivalentes o mayores que el producto interno bruto de un país de 15 millones de habitantes como Chile.

Las cavilaciones del sociólogo alemán serían parecidas a las del hombre de la calle en el Chile de hoy, que trata de entender lo que ocurre a un país que crecía al 7 por ciento anual y se consideraba modelo de la nueva economía para los países que aspiraban al desarrollo y que ahora ostenta un desempleo de más del 10 por ciento, un claro estancamiento del gasto y un crecimiento bajo sustentado solamente en un sector exportador beneficiado por precios favorables de la coyuntura, todo ello, no atribuible a la falta de expectativas positivas para los inversionistas.

Seguramente puede hacerse un análisis mucho más fino de las causas de fondo de la actual coyuntura, pero para los no especialistas que observamos el acaecer diario, los problemas de Chile son estructurales y comunes en el proceso de globalización que, a nivel interno, se expresa en las fusiones de empresas en busca de «sinergias», término que los economistas pidieron prestado a la fisiología y que produciría, según ellos, en el caso de las fusiones, atendidas determinadas variables, el efecto que de sumar dos y dos resulten 5 en vez de 4.

Para los testigos profanos que observamos el efecto de las fusiones sobre el empleo, el resultado de una fusión es simple; 2 más 2 resultan 3 y no 5.

Y pruebas al canto: hemos sido informados de que, como consecuencia de una de las últimas fusiones en nuestra región, una empresa que da ocupación a casi mil personas, desahuciará al 100 por ciento del personal y recontratará al 50 por ciento con rentas inferiores en 30 por ciento a las que ahora perciben.

Si así ocurriera, es obvio que aprovechar esta «sinergia» significa que quinientas familias perderán la seguridad del sustento, quizás por cuanto tiempo, y los otras quinientas deberán reducir sustancialmente su consumo.

Este es un efecto conocido por las experiencias de las fusiones de las AFP, de los bancos y de diversas empresas manufactureras y de servicios. Como se trata de un proceso en marcha, difícil resulta pensar en la creación de verdaderos empleos que los sustituyan.

Por ahora, parece imposible detener el proceso de globalización, pero en algún momento, no sólo los gobiernos, sino las empresas tendrán que concluir, como ya lo han hecho el Papa y otras personalidades mundiales, que el actual sistema económico no puede seguir olvidando que hombres y mujeres no somos solamente consumidores, sino seres humanos con derecho a la dignidad que confiere el trabajo.

                                                                                                                             Mario Alegría Alegría

Publicado en el diario El Mercurio de Valparaíso el 15 de noviembre 2000.

52. PERCEPCIONES DE LAS CRISIS.

Nuestro país ha sufrido en las últimas décadas los efectos de tres grandes crisis mundiales, sin contar con las relativamente menores del petróleo y el «tequilazo» de México: la del año 29 cuyos efectos se sintieron en Chile entre los años 30 y 32; la especialmente financiera del 82 y 83 y la actual crisis llamada asiática por su origen en los países de esa área.

Todos responden a un esquema común en el sentido que son consecuencia de depresiones mundiales del consumo que afectan más gravemente a los países exportadores como el nuestro que no poseen un mercado interno amplio para acelerar la recuperación.

Sin embargo, las condiciones para afrontar estas crisis han sido muy diferentes desde el punto de vista Chile-país. En 1930/32 el Estado tenía un fuerte endeudamiento externo y reservas de divisas y oro mínimas, de modo que hubo que restringir las importaciones y sustituirlas por lo que existiera en el país como el gas pobre en vez de la bencina en los vehículos motorizados, miel de abejas en vez de azúcar, remiendo más que reparación o cambio de los neumáticos, etcétera, y, lo que fue aún más grave, ocurrió con la suspensión de pagos de la deuda externa que impidió por largo tiempo a nuestro país el acceso al crédito internacional.

La crisis del 82/83, que especialmente afectó el sistema financiero, costó al Estado unos cuatro mil millones de dólares para evitar su colapso total. La deuda externa se renegoció varias veces y se evitó la cesación de pagos del país.

La crisis actual encuentra a Chile con una deuda externa manejable en la que el Estado es responsable sólo de una cuota pequeña, las reservas del Banco Central bastarían para financiar un año o más de las importaciones, dependiendo del ritmo de la recuperación, y el déficit fiscal de este año debería alcanzar a no más del 2 por ciento del producto.

Esta es la percepción de los políticos, de los candidatos y de los financistas, pero ¿cómo percibe las crisis el común de los chilenos?

En la crisis de los treinta, largas colas de cesantes esperaban su turno para recibir una ración de comida en las llamadas «ollas del pobre», y a los predios agrícolas, según su cabida y ubicación, el gobierno remitió grupos de desempleados de las salitreras para que se les diera de comer, a cambio del trabajo que fueran capaces de realizar. En la crisis de los 80, el PEM y el POJH nos daban la visión de un país empobrecido incapaz de dar a sus ciudadanos más modestos ni siquiera lo indispensable a cambio de su trabajo. En la crisis actual lo que nos da la tónica de su verdadera profundidad son los cesantes de la construcción que, limpios y ordenados, se acercan a los autos con un cartel proclamando su falta de trabajo y pidiendo ayuda para dar de comer a su familia.

Para los cesantes del 30, del 80 y de la hora actual, no importan las cifras de la macroeconomía, sino únicamente que les falta el pan para sus hijos y la satisfacción de tener el trabajo a que están acostumbrados.

Hay, sin embargo, una diferencia entre 1930 y 1999 en la percepción del chileno cesante y que es especialmente peligrosa para la estabilidad social. En 1930 no existía el actual desarrollo de los medios de comunicación ni la televisión para mostrarles que hay chilenos a quienes las crisis no les afectaron ni les afectarán en el futuro previsible, que pueden mantener sus hábitos consumistas y que no vacilan en exhibir su despilfarro.

Bien valiera, en estos momentos, no esperarlo todo de las medidas fiscales, sino también de una auténtica solidaridad nacional, esa que sólo aparece en Chile ante las grandes catástrofes telúricas que lo han afectado en el curso de su historia. Esta también es una conmoción propia de la tierra, ya que alcanza a la conciencia de los actores que puedan colaborar en la reactivación de la economía.

                                                                                                                Mario Alegría Alegría

 

Publicado en el diario el Mercurio de Valparaíso el 10 de agosto de 1999.

51. A RÍO REVUELTO…

«A río revuelto, ganancia de pescadores» dice un antiguo refrán que camo parte del saber popular no pierde su actualidad. En efecto, si miramos el conjunto de nuestro mundo globalizado, éste se asemeja mucho a un rio revuelto no sólo por la violencia, el consumismo y el egoísmo imperantes que han trastornado las salares aceptados por milenios cama propicios para la convivencia, sino por una economía cuyo futuro ni los economistas se atreven a predecir.

En electo, la libertad de comercio y la escasa o ninguna regulación que favoreció el desarrollo de nuestra economía en los «dorados» 90, ahora nos arrastra con la suerte de las grandes centros del poder económico en condiciones muy diversas a la de la crisis de los paises orientales y al descalabro mexicano de hace pocos años. En ambos casos, a pesar de los problemas del Japón y de la economía un poco «plana’ de Europa, sacó al mundo del atolladero el pujante desarrollo de Estados Unidos, cuyo PIB creció el 4.6 por ciento el año 1998, el 4.2 en 1999 y el 3,4 el 2000; mientras que el promedio de la Unión Europea, para los mismos años era del 1,9 del 3,1 y del 2,9. De este mudo se compenso la caída del 3.1 por ciento del producto en Japón durante 1998 y se alentó la más rápida recuperación de las demás economías.

Hoy la situación que nos aflige y que ha «revuelto el río», de tal modo que los agentes económicos no advierten las señales del mercado y los consumidores, al no ver tampoco las cosas claras, dejan de consumir, temiendo por sus empleos o por sus capitales, en la medida en que caen lenta o aceleradamente las bolsas de todo el mondo.

La situación de Chile, a pesar de la firmeza con que el Gobierno ha defendido el equilibrio fiscal, y procurado tranquilizar a los agentes económicos, no ha escapado a su sino adverso, tener una de las economías más sensibles a las depresiones mundiales, como se ha visto desde el año 1929, sólo para citar la más grave entre las conocidas. Boy no se puede aún hablar de depresión a nivel global, a pesar de la situación del Japón y de la disminución del crecimiento en EE.UU. y de la UE; y de la conocida depresión en Argentina una de las economías importantes del tercer mundo; pero lo cierto es que ella pudiera producirse.

Entretanto, ¿quiénes han ganado en este río revuelto? Dirigimos la mirada a Alemania, país, con baja inflación y que ha tenido estos últimos años tasas moderadas de aumento del producto interno; 1,2, 1,5 p 2,0 por ciento para los 98, 99 y 2000 y que este año ha bajado sus expectativas de crecimiento del 25 al      1 por ciento o poco más.

Salvando las diferencias entre esa gran economía y la nuestra y tomando solamente en cuenta los factores de baja inflación y crecimiento menor al esperado, procuramos hacer una comparación más o menas elemental dentro del sector financiero únicamente.

Los resultados de los bancos en Alemania y, tomamos el caso emblemático del  Deutsche Bank, demuestran que en ese país cuando se deprime el crecimiento los sacrificios los hacen todos los agentes económicos. En efecto, las utilidades del referido banco bajaron en el 49 por ciento durante el trimestre recientemente pasado, en un ambiente en que todos los bancos de la UE aumentan sus provisiones para créditos incobrables de clientes domésticos.

Veamos ahora. la situación en nuestro país en que lambido los cálculos para el crecimiento del FIB han bajado del 6,2 considerado en el presupuesto fiscal, a 3,5 por ciento o menos de acuerdo con las últimas opiniones del gobierno y de los agentes económicos. Con este menor crecimiento el Estado pierde un porcentaje semejante en la recaudación tributaria, como pierde con la baja del cobre de 82 centavos de dólar a 65 la libra y con la reducción de las importaciones, por baja del ingreso aduanero; pierden también las empresas medianas y pequeñas por contracción del mercado y los que carecen de trabajo que pierden sus salarios. Todos ellos pierden y ¿quiénes ganan?: los exportadores por la depreciación de nuestra moneda y los Bancos, que en vez de ser disminuidas sus utilidades a la mitad como en Alemania, las ven aumentadas en 108 por ciento ¿Quién está ganando entonces con el «río revuelto? creo que se han dado por las medios, todo tipo de explicadones para este aumento desusado de utilidades de la banca privada y se han formulado recomendaciones por las autoridades para traspasar la baja del interés de instancia a las colocaciones bancarias, sin mucho resultado. La actual baja moderada de los intereses se ha debido especialmente a una política más agresiva del Banca del Estado para competir con la banca comercial, lo que deberla acentuarse en el futuro si desaparece el impuesto al mutuo para las reprogramaciones o «traslados» de deuda a ese banco.

Seguramente se levantarán voces para clamar en favor de la libertad económica y criticarán la «intromisión» del banco estatal en nichos que tenían como propios, sin parar mientes en que las condiciones para favorecer el traspaso de deudas p de dientes las crearon los propios bancos privados al mantener costos exesivos para el dinero que prestan.

En sus manos también se encuentra impedir que esta situación se acentúe, morigerando sus expectativas de ganancia en un país agobiado por una crisis provocada principalmente por circunstancias externas.

                                                                                                                      Mario Alegría A.

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 14 de Agosto del 2001