3. EL MAL MENOR.

Hace unos días un ex Presidente de la República, pretendiendo justificar reiteradas infracciones legales de un organismo del Estado, cuyos efectos aún no han sido bien conocidos, expresó que tales conductas tenían una justificación moral conocida, que llamó «el mal menor».

 

     Sin saber aún con precisión cuáles fueron los actos constitutivo del mal y hasta que punto ellos contribuyeron a provocar, el homicidio de un «informante», a entrabar la acción de la justicia y a confundirla y a favorecer la impunidad de varios o muchos culpables, nos asaltó una duda que pronto se transformó en convicción: o el señor ex Presidente se confundió pretendiendo justificar de cualquier modo la actuación de sus subalternos de entonces o tiene un equivocado concepto de las normas morales, por mucho que el relativismo actual pretenda restarles el carácter intangible de antaño.

     El concepto del mal menor, supone que hay un mal mayor que intrínsecamente es, igualmente inmoral que el de menor cuantía que se supone idóneo para evitarlo. En otros términos, el mal cualquiera que sea su cantidad o tamaño, nunca se transforma en bien aunque sea la herramienta para impedir uno mayor. Matar a una persona es intrínsecamente tan perverso como matar a cien y pensarlo de otro modo es justificar muchas acciones del pasado que obviamente, nuestro ex presidente no querría hacer.

     Cuando se pretende erigir en norma moral «el mal menor», nos exponemos, además a varios riegos adicionales: en una época como la actual en que es corriente usar medidas distintas para juzgar a los correligionarios o simpatizantes y al opositor, la calificación de las acciones propias o de las ajenas ya es un proceso conturbado por los intereses y las pasiones políticas; ¿qué hechos son buenos y cuáles malos? ¿No hemos visto aplicar estándares diversos tan a menudo, por la clase política en Chile?

     Si en esta época parece tan difícil definir y conocer el bien y el mal, así en abstracto ¿ quién no esté por encima del hombre sujeto a su cambiante circunstancia podría juzgar el bien y el mal?

     A esto se agrega un problema adicional: ¿cómo distinguir el mal del mal y evaluarlo para decir que uno es mayor (no mas malo) que el otro? Pareciera que esto es también labor  de sabio muy sabio o de quienes estén tentados de asumir el papel de Dios.

     Son demasiadas preguntas para que podamos contestarlas las personas comunes y corrientes que constituimos la inmensa mayoría del pueblo chileno y que interpretarnos los hechos de manera más     simple: el mal no es equivalente al bien y siempre será malo lo que repugne a conciencia moral y el concepto de mal mayor o mal menor nunca lo entenderemos como regla de moral. Lo veremos como lo que es: una manera pragmática de afrontar los dilemas políticos, o una forma práctica para que el Estado, usando sus recursos, sin sujeción a la ley, cumpla sus funciones básicas de mantener el orden público interno y la integridad territorial. En este sentido, puede ser preferible iniciar un conflicto internacional de alcance limitado para impedir una guerra total o liberar a diez terroristas para capturar a cien. Es el criterio aritmético aplicado a los hechos sociales considerando a éstos como peras o manzanas que se pueden contar o separar, simplificando al absurdo los efectos ulteriores del ¨mal menor¨.Aquellos efectos pueden imaginarse, pero nunca podrán medirse para conocer previamente cuál será el resultado del mal por pequeño que parezca inicialmente, porque las variables del comportamiento del hombre y de los grupos sociales, hasta ahora no se encuentran en un programa computacional.

     Creo que todos entendemos el dilema político y las dudas de los gobernantes cuando deben asumir posiciones que repugnan a la conciencia moral en razón de lo que podría considerarse el interés superior de la sociedad.

     Pero, estas soluciones que obviamente entrañan un conflicto ético para el que debe resolver, no se pueden amparar en una inexistente regla moral, «del mal menor» cuando la decisión, de algún modo, significa provocar un daño premeditadamente, por pequeño que parezca al autor del mismo.

     La explicación, ya que no la justificación para estas acciones del político preferimos llamarla «razón de estado» forma eufemística de designar los actos fundamentalmente inmorales del estado, que son ejecutados en su propia defensa.

     La razón de estado no es necesariamente moral ni inmoral, es más bien amoral porque se invoca en los casos en que el gobernante, por propia decisión y asumiendo su responsabilidad ante la historia se pone por encima del bien y del mal.

     Esto fue lo que ocurrió, pero no creemos que deba recurrirse una vez más a la moral, tan traída y llevada para pretender blanquear el pasado y la conciencia.

                                                                                      Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 26 de Diciembre de 1996

 

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