40. ¡TODOS SOMOS CAMARADAS!

 

Según el diccionario de la lengua, en una de sus acepciones: «camarada es el que anda en compañía de otros, tratándose con amistad y confianza,.» El sentido profundo de ese término lo entendí siendo niño Y mientras pasaba mis vacaciones escolares en el puerto sureño de Corral, en ese entonces sede de una pequeña, pero influyente colonia alemana formada por los Ingenieros y Técnicos de la Demag, que habían dirigidos la puesta en marcha de los altos hornos base incipiente de nuestra industria siderúrgica. Faltaban solamente meses para que se iniciara la Segunda Guerra Mundial y llegó en visita de varios días el «Schlesien» antiguo acorazado de la Marina Alemana, transformado en buque escuela.

La ciudad, entonces con apenas siete mil habitantes, se vio invadida por cientos de jóvenes oficiales, suboficiales y tripulantes de la nave que fueron agasajados por los alemanes y sus descendientes y por buena parte de los chilenos residentes que simpatizaban con Alemania. Se sucedieron las fiestas en tierra y las invitaciones a visitar la nave. Yo acudí junto con un amigo un poco mayor de ascendencia alemana y gracias a su interpretación directa pude averiguar acerca del buque y su tripulación.

Las acomodaciones de la nave eran diferentes según se tratara de oficiales, suboficiales o tripulantes; y le preguntamos a los jóvenes suboficiales que oficiaban como nuestros anfitriones, en torno a una mesa en la cual campeaba una enorme vasija con cerveza, cómo eran las relaciones entre unos y otros y ellos respondieron sin vacilar, con gran franqueza y casi me atrevería a decir, con sana y contagiosa alegría: que en esa nave alemana había oficiales y tripulantes porque así lo exigía su mejor manejo y eficiencia y agregar casi a coro: ¡pero todos, todos somos camaradas!.

Esos buenos camaradas fueron a la guerra ciertos o equivocados, pero unidos por sus ideales y por su amor a la patria germana. Seguramente, muchos de ellos al iniciarse la guerra desembarcaron del viejo acorazado y se distribuyeron en la flota alemana de superficie y submarina, y murieron al lado de uno de sus «camaradas» alguna vez reunidos en torno a una mesa en el antiguo Corral. Es decir, todos vivieron y murieron luchando codo a codo con sus camaradas en una guerra que creyeron justa, sin más privilegio que entregar sus vidas o su salud, por la gloria de su patria.

El recuerdo de esos hechos, que alguna vez ilusionaron mis pensamientos adolescentes, me vino a la mente al leer las declaraciones de un representante del parlamento chileno que procurando excusar las conductas impropias de sus correligionarios. Declaró como corolario de sus disculpas:»¡ Al fin y al cabo, todos somos camaradas!»

La verdad es que al confrontar automáticamente ambas situaciones, se me hizo evidente la obscenidad de la última afirmación. En efecto, mientras los unos invocaban la camaradería para sacrificar sus propios destinos y su vida a la patria, estos «camaradas’ chilenos aparentemente la usan para excusar a sus correligionarios de haber entrado a saco en el patrimonio de las empresas públicas chilenas, es decir en aquéllas que se formaron y mantuvieron con los impuestos que hasta el más modesto de los chilenos paga al comprar el pan de los suyos.

La justificación podría calificarse de paradojal si no fuera porque trasciende el absurdo, para convertirse en convocatoria para todos los funcionarios de estas empresas a adoptar conductas similares, si cuentan con el respaldo del partido político del representante que, de modo tan singular, entiende la camaradería.

Que triste es que estas conductas ocurran en un sector político que nació a la vida pública formado por una elite de jóvenes idealistas que buscaban acercar el pensamiento cristiano a la acción política y que soñaron con una sociedad más justa y honesta. Hay demasiados hombres intachables en la vida de ese partido para que la actual generación no sienta la obligación de seguir su ejemplo y de limpiar su casa expulsando a los que actuaron, quizás de acuerdo con la ley, pero no con la moral y también a los que justifican esas conductas en los «camaradas» del partido, sobre todo cuando estos ostentan cargos de dirigentes regionales o nacionales.

Si eso ocurre, seguramente, los que se vayan serán reemplazados por jóvenes que, en mucho mayor número querrán sumarse a la construcción de un verdadero orden social más justo encantados con la misma visión idealista que constituyó la fuerza esencial de la Democracia Cristiana al nacer a la vida política como Falange Nacional.

 

Mario Alegría Alegría.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso,el 9 de Febrero de 2001

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