21. VICISITUDES DE UN JUEZ INEXPERTO.

En el mes de diciembre de 1954, quien escribe esta nota fue designado Secretario del Tercer Juzgado del Crimen de Valparaíso y, un par de semanas mas tarde, el juez titular del Tribunal, don Benjamín Melo Ereman, magistrado y profesor de la Universidad de Chile en Valparaíso, recordado con sincera estimación por sus colegas y alumnos, solicitó sus vacaciones.

Varios años de servicios judiciales como empleado subalterno, mientras cursaba los estudios de derecho, representaban una buena práctica o materia de tramitación penal, pero resultaban insuficientes para dempeñarse como juez a cargo de uno de los tres juzgados del Crimen, te cubrían por entonces la jurisdicción de Valparaíso y Viña del Mar. En todo caso, no correspondía acusar el golpe y, asumí el cargo con mucho entusiasmo, el que siempre es útil, aunque, a veces haga desbarrar.

Los primeros días, fueron de bastante trabajo, pero sin «grandes casos» de esos que interesan, pero también abruman y yo creí, ingenuamente, que las cosas seguirían igual hasta la vuelta del titular, después e sus vacaciones. Sin embargo, este pronóstico no se cumplió, porque un día cualquiera, aciago para mí, se encontró en Reñaca Alto, en lo que entonces era una despoblado, refugio sólo de parejas enamoradas que más de un susto se llevaron por cultivar sus amores en sitio tan desolado, el cadáver de un hombre con varios días de exposición al sol. Las primeras diligencias a cargo del Juzgado de Menor Cuantía de Viña del Mar, me permitieron saber, por la prensa, que el cadáver pertenecía al cuidador de la casa de yates de Recreo de apellido Brandt el que, aparentemente, habría sido torturado antes de ser asesinado y que, el proceso, correspondería proseguirlo a mi juzgado.

No me quedó mis que aguantar el chaparrón y hacerle frente lo mejor posible. 

Para entonces ya se habían tejido varias historias acerca del homicidio, aprovechando diversas circunstancias un tanto exóticas: la víctima, de nacionalidad alemana, aunque ya por muchos años viviendo en Chile, no tenía grandes amistades, péro había salido de su casa, al decir de su cónyuge, con un desconocido que no pudo describir con detalle suficiente. El lugar de trabajo y residencia del señor Brandt era propicio para que la imaginación de algunos policías y periodistas se echara a volar hasta pensarse que pudo aprovecharse la soledad del lugar para traer a tierra sin pagar los impuestos prohibitivos que entonces gravaban su importación, los licores y tabacos extranjeros ¿y por qué no?, algún cargamento de cocaína que ya tenía consumidores no sólo en ambiente bohemio, sino en otros círculos, que tal vez sea preferible callar. De ahí a concluir una trama de «thriller» de televisión, solamente faltó un paso. Se dijo pues que el señor Brandt, habría recibido en depósito un contrabando que fingió haberle sido sustraído en parte, la que habría escondido en un arenal de Reñaca.

Que uno de los confabulados o varios de ellos no se creyeron el cuento, que lo sacaron de su casa con engaño y luego lo secuestraron y llevaron a viva fuerza a Reñaca donde lo torturaron para que diera la clave del escondite y luego lo mataron con un golpe en la cabeza.

Todo parecía calzar, y por varios días, siguió la policía civil las pistas más variadas, acosada por la prensa que exigía resultados. Hay que pensar que Chile en esa época no era un país violento corno ahora, que no había muertos en las carreteras día a día, ni asaltos a los bancos, ni terrorismo y que la mayoría de los escasos homicidios que se cometían eran producto del alcohol o de los celos. En medio de este ambiente relativamente bucólico, el «Crimen de la Casa de Yates» como se le llamó, concitó el interés de la opinión pública y de la prensa de todo el país.

Las pistas se confundieron más todavía cuando una segunda autopsia reveló que el cadáver no presentaba señales de haber sido torturado sino que la destrucción de la piel incluso en las plantas de los pies, donde según la imaginación de los más, se le había aplicado fuego para que confesara el escondite del contrabando, era solamente producto de una larga exposición al sol del verano en Reñaca.

La prensa, pendiente de las noticias, seguía el rastro a la policía y probablemente algún informante desde el interior del servicio, le permitía dar noticia anticipada de los próximos pasos de la investigación.

Esto llegó a hacerse tan visible que, me visitó el Prefecto de Investigaciones de Valparaíso y se quejó amargamente del asedio de la prensa que no lo dejaba trabajar y me pidió que adoptara alguna medida al respecto, aunque fuere por unos días, prometiéndome resolver el crimen si así se hacía.

El novel juez se acordó del decreto Ley N° 625 sobre abusos de Publicidad que no había sido aplicado desde hacía años y que permitía prohibir a la prensa, por un período determinado, que informara acerca de un hecho delictuoso cuando, por este medio, podía facilitarse la investigación o cuando la naturaleza del asunto aconsejara el sigilo.

Convencido de la necesidad de facilitar el trabajó a la policía civil, nuestro juez se apresuró a dictar la resolución correspondiente y a comunicarla de inmediato telegráficamente, como correspondía a la época, a los más importantes periódicos de Valparaiso y de la capital.

En lo que no paró mientes fue que, al día siguiente, se celebraba en Santiago el banquete con que el periodismo nacional conmemora el día de la Prensa en el aniversario de la aparición de la «Aurora de Chile» y que el malhadado decreto se leyó en tan solemne ocasión como demostración que hasta un juez recién Ilegado podía poner «mordaza» al cuarto poder del Estado, utilizando una normativa casi en desuso.

Después de esa medida que, en nada sirvió al desenlace de la investigación a la que esperamos referimos en otra nota, la prensa se ocupó; al menos por un día, de publicar hasta en primera plana, lo que no se había prohibido: su opinión acerca del juez que se había atrevido a aplicar el decreto Ley 625.

Después de eso, el referido decreto ley pasó a ser regularmente usado por la justicia hasta el punto que no resulta ahora desusado que se prohibía informar temporalmente en casos que lo ameriten, pero mi propia experiencia en el momento en que se produjo, me demostró que no siempre hace noticia el delito y el delincuente que lo comete, sino también el juez que lo investiga.

                                                                                                   Mario Alegría Alegría.

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 8 de Marzo de 1997

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