En este último tiempo hemos oído, con frecuencia, a parlamentarios de todos los
partidos políticos referirse o hacer cuestión de principios con relación a materias
muy diversas, tales como reformas constitucionales en actual trámite o defensa de
los derechos humanos.
Creemos que, en más de una ocasión, se equivocan o confunden voluntariamente, los principios con los fines y, por eso, la presente reflexión.
Recurriendo al diccionario de la Academia para tratar de resolver este intríngulis de los principios, entre la docena de acepciones del término, encuentro una que parece corresponder a la intención con que se la usa frecuentemente como excusa cual sería: «base, fundamento, origen, razón fundamental sobre la cual se procede discurriendo en cualquier materia.
Procurando ahora, desentrañar el sentido críptico con que la han empleado algunos parlamentarios disidentes de la opinión de la directiva de su partido referente a las reformas constitucionales, creemos propio precisar lo que es un partido político. Usaremos, para ello, una definición de Luís Sánchez Agesta que nos dice que «los partidos políticos son formas de organización de la clase política cuyo fin inmediato es la posesión y el ejercicio del poder políticos organizado para establecer, reformar o defender un orden como articulación de los fines que responden a las convicciones comunes de sus miembros».
Agrega el mismo autor que: «en todos los regímenes en que las funciones públicas se proveen por elección, el procedimiento de acceso (al ejercicio del poder) es la presentación de miembros del partido como candidatos de un partido en las elección». Tal es el caso de Chile, en que la gran mayoría de los parlamentarios, lo son únicamente por haber sido designados como candidatos de partido en las elecciones populares. Como alguna vez sostuvimos en estas mismas columnas, estos son los «otros designados», ya que el partido o combinación de partidos que los presentan a la elección, tienen calculado un electorado más o menos seguro que les otorgará su sufragio siguiendo su tendencia política aunque el candidato le desagrade. De este modo, la elección popular se mediatiza y, en sentido técnico, la autoridad suprema pasa a la cúpula partidaria y el electorado conserva sólo nominalmente la soberanía.
En estas circunstancias, los parlamentarios «rebeldes» frente a los organismos superiores del partido que se supone representan las «convicciones comunes de sus miembros» están faltando gravemente a los principios de todo partido, ya que «su origen» y «razón fundamental» es servir de cauces disciplinados a las opiniones políticas para permitir que funcione armónicamente el órgano legislativo del Estado.
Los parlamentarios en Chile, salvo una corta minoría, no obtuvieron los votos populares por sus merecimientos especiales o por su carisma sino porque su partido, reunido con otros de parecida orientación los designó para figurar como candidatos en la lista común. Los únicos votos propios si así pudiere decirse son los votos de los candidatos independientes tan execrados por la clase política que acaba de aumentar las trabas para que se presenten sin el respaldo de los partidos.
En otros términos, los verdaderos principios del hombre político la razón por la cual discurre en materia política es «porque como miembro de una organización de este tipo se somete a su disciplina interna y a las convicciones comunes de sus miembros». El político que pertenece a un partido pierde una cuota importante de su libertad, porque su voluntad debe subordinarse a los órganos de decisión del partido. Si fuere de otro modo se desnaturalizaría el propósito y más que eso, «los principios» que sirven de fundamento al funcionamiento de los partidos en las democracias representativas.
Por «razón de principios» no son tan libres como quisieran tratándose de materias atingentes a la organización del Estado. Las únicas objeciones válidas serían las llamadas «cuestiones de conciencia», o aquellos problemas morales de gran trascendencia sobre los que las directivas quisieran imponer sus acuerdos.
Pocas cuestiones de principios pueden vincularse a la organización de los poderes públicos a menos que las reformas atenten contra los fundamentos mismos del sistema democrático vigente. Pensamos que, la mayoría de los parlamentarios chilenos no debieran tener escrúpulos de conciencia en estas materias ya que recientemente acordaron postergar las elecciones de concejales prorrogando, de éste modo, sus mandatos constitucionales, sin consulta a los electores que son quienes detentan la soberanía y que los designaron por plazos más cortos. Hacer lo que conviene a los partidos y no cumplir la voluntad de los ciudadanos, sí que es una violación a los principios que sirven de fundamento a las democracias representativas.
El autor de esta nota, no juzga, en este caso si las reformas constitucionales propuestas por el Ejecutivo, son buenas o inconvenientes para el interés nacional, sino exclusivamente la inconsecuencia de la clase política chilena que recurre a excusas casi pueriles para justificarse.
Desafortunadamente las inconsecuencias no son patrimonio de un solo partido político porque hay otros de sobra conocidos que tienen un doble estándar para asumir la defensa de los derechos humanos, lo que sí es una cuestión de principios, porque nadie podría «discurrir» en estas materias a partir de la generación del más preciado de los bienes jurídicos protegidos, cual es la vida’ humana sin embargo, hay permanentes defensores de derechos humanos y partidarios de perseguir a todos los trasgresores, cualquiera que sea el tiempo transcurrido desde la comisión de los delitos que han hecho pública su opinión, para despenalizar el aborto, lo que es una forma eufemística de autorizarlo.
¿Cuál es el criterio para defender principios en este caso? La vida humana no es una sola y merece por su naturaleza el respeto y protección de la ley?
Triste sería concluir que la diferencia se produce porque los que sufrieron vejámenes y tortura y sus familiares son votos que cuentan en una elección, mientras que los niños a que se dio muerte en el vientre de sus madres nunca harán oír su voz, ni podrán votar en favor de nadie.
Creo, por eso, que casi todos los chilenos desearíamos que hubiera más parlamentarios auténticamente independientes, cuya sola conciencia orientara su actuación sin tener que rendir cuenta a las cúpulas del partido ni justificar los medios para lograr sus fines, pero las reglas del juego son otras y han sido acordadas por los mismos que encuentran excusa en los principios para sus inconsecuencias.
La disciplina partidaria y el doble estándar que se aplica en las verdaderas cuestiones de principios son factores importantes en el descrédito de la clase política, sobre todo frente a los jóvenes quienes solamente respetan a los hombres públicos que, equivocados o en lo cierto, actúan en una sola línea conocida y ajena a intereses coyunturales de grupo.
Mario Alegría Alegría