Corría el mes de mayo de 1943 en Viña del Mar y, por entonces, todos los asuntos judiciales ordinarios estaban a cargo de un Juzgado de Letras de Menor Cuantía, al que correspondía realizar las primeras diligencias en todas las causas criminales, aunque sólo retuviera el conocimiento de aquellas que correspondían a delitos sancionados con presidio o reclusión en su grado mínimo, vale decir hasta 540 días.
La ciudad era mucho más pequeña que ahora y con un tercio de sus habitantes, tenía un tranquilo pasar, agitado sólo ocasionalmente por sucesos criminales. El Casino funcionaba seis meses, «la temporada» como se la llamaba y, en los otros seis, los juegos de azar, prohibidos por ley se refugiaban en casas particulares y además, según era «vox populi», en un gran edificio muy céntrico, bajo la pantalla de un Club Deportivo, el «Rivadavia».
Se cerraba el Casino y abría sus puertas el Rivadavia y estos hechos a fuer de conocidos, resultaban casi naturales para la población, pero bastante molestos para la justicia. Esta, había dispuesto al menos cuatro allanamientos al Club para sorprender los juegos ilícitos y sus instrumentos, sin lograr, ningún resultado. Dos veces la policía civil y otros tantos la uniformada habían devuelto las órdenes «sin resultados».
Así las cosas, y ausente por vacaciones el Juez titular, llegó a reemplazarlo en calidad de suplente, don Eduardo Fernández Zapata por entonces Oficial 1° de la Corte de Apelaciones de Valparaíso; En el Tribunal, trabajábamos entonces y con apenas unos meses de experiencia, dos estudiantes del Primer año de Derecho de la Escuela de la Universidad de Chile, Fernando Chinchón Huerta, actual Receptor Judicial de mayor cuantía y quien escribe esta nota.
El Juez subrogante llegó al Tribunal con un encomiable entusiasmo y dispuesto a demostrar que un juez suplente puede hacer muchas cosas y, por eso no nos extrañó que nos citara para un sábado por la noche (del 27 al 28 de mayo) para una diligencia especial que no nos dio a conocer.
Bastante impresionados por la perspectiva de una pequeña aventura judicial, de un «proceso activo» tan extraño en nuestro ambiente, tanto Fernando Chinchón como yo llegamos al Tribunal mucho antes de la hora proyectada. El Juez suplente llegó al Tribunal con dos amigos suyos, el abogado don Enrique Vargas Carretero y el periodista del diario «La Unión» y egresado de derecho don Manuel Tobal quienes actuaron como testigos y designó como secretario ad hoc a Fernando Chinchón en el proceso que en ese momento se iniciaba, con lo que se llama, en jerga judicial, «auto cabeza de sumario».
Ahí recién se nos puso al tanto de lo que hariamos: el Tribunal allanaría personalmente el Rivadavia donde esperaba encontrar jugando a muchas personas. La fuerza pública constituída por una pareja de carabineros se recogería en la calle y se trasladaría junto con nosotros en dos autos de que disponía el Tribunal. Así se hizo y los carabineros requeridos por el juez, en la calle y con la sola presentación de una copia de su reciente nombramiento, subieron al auto, sin avisar a su cuartel, a expresa petición del Tribunal.
La diligencia se cumplió con la precisión de un buen reloj suizo y el juez, acompañado por uno de los carabineros se quedó en la planta bajo notificando el allanamiento al encargado del local mientras el Secretario ad hoc con los testigos y el suscrito con el otro miembro de Carabineros, cuya corpulencia inspiraba respeto, ingresábamos a las salas de juego del segundo piso.
Increíble pero cierto, lo sorpresivo de la acción, permitió que solamente escaparan unas pocas personas por los techos y que nuestro corto grupo detuviera a más de cincuenta personas. En la sala que me correspondió allanar jugaban a la ruleta unas cuarenta personas en una mesa doble, como las antiguas del Casino Municipal y que obviamente no habría podido pasar desapercibida en ningún allanamiento. Y debo confesar que mis diecisiete años no me daban seguridad alguna para afrontar una eventual «estampida» de los jugadores a pesar de la tranquilizadora presencia del único carabinero que me acompañaba. Afortunadamente los administradores y los jugadores lo único que querían era no agravar su situación y se sometieron resignadamente a la tramitación posterior.
Esa noche fueron interrogados todos los detenidos, como procedía en derecho, tanto los jugadores como los administradores del recinto y solamente con el tiempo justo para tomar desayuno con Fernando Chinchón que ese día celebraba su cumpleaños en las antiguas «Cachás Grandes».
La acción estuvo en la prensa local y «La Unión» le dedicó un espacio importante entre las noticias policiales y «La Opinión», otro diario de la época, ocupó con ella buena parte de su primera plana.
El expediente con los documentos y el dinero incautado pasó al Juzgado del Crimen de turno en Valparaíso, pero lo que no contó la crónica periodística, porque en ese momento era secreto del sumario, fue que se incautó también una libreta en que se anotaban los gastos de recibo del Rivadavia, entre los que figuraba una «asignación» mensual para dos parlamentarios de la provincia. ¿Simple colaboración por simpatía ideológica? ¿invención descabellada de los administradores? Además había una lista larga de créditos otorgados a familiares de las personas que debieron actuar en los allanamientos anteriores, en que nada se encontró.
Personalmente, nunca me preocupé por lo que ocurrió con el proceso en el juzgado del Crimen de Valparaíso pero lo cierto es que este fué un ejemplo claro de lo que puede hacer un modesto juez suplente de un juzgado de menor cuantía cuando se lo propone.
El Club Rivadavia, el principal centro de juego clandestino en Viña del Mar, cerró para siempre sus puertas.
Para mí, la experiencia fue una lección que aproveché cuando, siendo ya miembro del Escalafón Primario del Poder Judicial, pude también realizar algunas diligencias personalmente, asistido por la policía pero no encargándolas a Carabineros ni a Investigaciones en aquellos casos que requerían una investigación realmente cuidadosa y directamente a cargo del Juez instructor del proceso. Pero esa ya es harina de otro costal!
Mario Alegría Alegría
Publicado en el Diario El Mercurio de Valparaíso el Domingo 2 de Febrero 1997