En una nota anterior me referí al inicio de la investigación de este homicidio al que la opinión pública llamó de ese modo sin referirse, como lo haría ahora, al Club de Yates de Recreo para diferenciarlo del de Higuerillas o de algún otro de la zona.
Anuncié ahí que el desenlace había estado rodeado de curiosas circunstancias y coincidencias que ahora paso a relatar para quienes todavía no leían los periódicos en ese lejano verano de 1954.
Durante la investigación ocurrió casi de todo. Una llamada urgente de Carabineros de la 2a. Comisaría de entonces anunció haber detenido al autor del homicidio el que había confesado libremente el delito. Interrogado en detalle el inculpado, como exige la ley para que la confesión concuerde en todo con las demás pruebas del proceso, incurrió en tales imprecisiones que, enfrentado con ellas, confeso lo único cierto: que el día del homicidio tenía una coartada perfecta, ya que estaba detenido por ebriedad y que solamente había confesado el delito para salir en la prensa, lo que, efectivamente logró. Al principio, se pensó que era un loco de remate, pero una mínima reflexión posterior nos llevó a concluir que no lo era tanto ya que su deseo de hacer noticia no he impidió asegurarse de tener una buena coartada para el caso que el Tribunal acogiere, inicialmente al menos, una confesión inventada como la suya.
La segunda sorpresa no se dejó esperar, porque un día cualquiera el servicio de Investigaciones nos avisó que había detenido el verdadero homicida, de apellido Santis, el que tenía un nutrido prontuario penal.
Las circunstancias no dejaban de ser curiosas, el detenido estaba siendo sometido a interrogatorio sólamente por uno o dos delitos de robo en que había intervenido, cuando, sin ningún motivo, ya que no era sospechoso de haberlo cometido, se lanzó a confesar en detalle el homicidio del cuidador de la casa de yates, el señor Brandt.
Esta vez, las coincidencias eran mayores y la confesión se avenía con la forma en que razonablemente ocurrieron los hechos.
El autor del delito, escaso de dinero y aprovechando una superficial amistad con la víctima, la visitó en su casa y la llevó engañada hasta Reñaca con la perspectiva de liquidar en medias el producto de un delito imaginario.
Su propósito siempre fue asaltarlo y robarle la ropa y el dinero que suponía llevaría consigo.
Lo demás se desarrolló de acuerdo con lo previsto por Santis, en las arenas de Reñaca y en las cercanías de un bosquecito de pinos, el homicida se quedó, con el pretexto de una urgencia orgánica, varios pasos atrás de la víctima, desganchó un arbolito y usando la rama como arma, la descargó varias veces sobre la cabeza de Brandt hasta que éste cayó al suelo sin sentido. El trámite posterior fue rápido, en los bolsillos encontró poco dinero y, por eso, agregó al botín los zapatos de que despojó al cadáver porque se encontraban en buen estado.
Huyó de inmediato del lugar de los hechos y por unos días, sin siquiera ocultarse, cometió otros delitos que motivaron su detención e interrogatorio en el cuartel de la policía civil.
Para estar seguro de haber dado esta vez con el verdadero asesino, lo llevamos al lugar del homicidio y, guiados por él a través de los arenales, nos dirigimos al bosquecillo de pinos en camino del cual, y desde bastante distancia, nos indicó el árbol del que había desgajado la rama que le sirvió como arma homicida.
Al acercarnos pudimos observar claramente el desgarro del árbol en el punto en que se lo había desganchado. No cabía dudas: él era el asesino y como tal sería encargado reo y más tarde, condenado por el juez titular del Tribunal.
La interrogante era ¿por qué confesó el homicida espontáneamente y sin ser siquiera interrogado al respecto?
La respuesta se encontró en un examen psiquiátrico que se practicó al reo y en un informe de la sección de Detenidos de entonces en donde, a poco de ser recluido, tuvo un severo ataque epiléptico. Al confesar, aparentemente el hechor se encontraba en el período llamado del «aura» epiléptico, que en algunos sujetos produce gran locuacidad y extroversión, que habría sido la causa de una confesión que, de otro modo, carecía, en absoluto, de explicación en un delincuente avezado como Santis.
Otro hecho curioso se agregó a los ya anotados: en la autopsia practicada a la víctima se pudo constatar que tenía las paredes del cráneo especialmente delgadas, debido a la severa desnutrición que había sufrido en su infancia a consecuencia de la carencia de alimentos en su país natal, Alemania, a causa del bloqueo de su comercio exterior durante la Primera Guerra Mundial. Quizás si así no hubiera ocurrido, nunca habría sido el homicidio del cuidador de la casa de yates, otra cosa que un atraco común y corriente.
Mario Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 17 de marzo de 1997