45. LA PRIORIDAD QUE FALTA.

 

 

Con excelente visión de nuestros actuales problemas-país, el Gobierno ha iniciado una campaña destinada a crear conciencia y arbitrar los medios para lograr una sustancial mejora de los estándares de la educación y de la salud. Ambas iniciativas han contado con la adhesión de la gran masa ciudadana, pero hay una tercera que no ha merecido igual tratamiento aunque todas las encuestas le otorgan un alto porcentaje de preocupación para el común de las personas, la erradicación o, al menos, la disminución de los índices de violencia criminal que aflige, sobre todo, a Santiago y a las grandes ciudades del país.

Para abordar el problema en forma integral, previamente hay que reconocer que la fuerza pública ha sido ampliamente sobrepasada, que la legislación procesal acerca de la libertad provisional y formas de aliviar el cumplimiento de las penas, deben ser radicalmente modificadas, así como que debe cambiarse el trato legal a los menores delincuentes que se asilan en la impunidad de que prácticamente gozan hasta los 18 años.

De nada sirve que el Director General de Carabineros diga que su insitución no ha sido sobrepasada, si día a día sabemos del asalto a residencias particulares con resultados de homicidios, violaciones y robos, a instituciones financieras y a vehículos «de seguridad» en que se transportan importantes sumas de dinero y si, día a día, conocemos, por los nedios de comunicación, las guerras de pandillas en los barrios periféricos y el acuchillamiento de estudiantes a veces, a manos de menores de 10 años.

Todos sabemos que al Cuerpo de Carabineros, creado en 1927 se le asignó una dotación de 18.ooo hombres, cuando la población del país era de 4.300.000 habitantes yque, ahora con más de tres veces esa población, la dotaion no alcanza al doble de la de entonces. Todo ello, sin contar con que el proceso de urbanización de la población ha conducido al gigantismo de Santiago, con barrios periféricos marginados de los beneficios de las «comunas ricas», y que en aquéllas, la droga se vende en todas las esquinas y que la población desocupada o simplemente los delincuentes, organizan allí los asaltos y reducen, también allí el producto de sus robos cuando no es dinero efectivo.

No basta por último que Carabineros detenga a un escaso porcentaje de los autores de delitos, porque es preciso recordar que Carabineros tiene fundamentalmente una labor de prevención y no de investigación y que es en aquélla en donde ha sido ampliamente sobrepasado por delincuencia.

Todos sabemos también que las actales disposiciones sobre de libertad bajo fianza permiten que delincuentes habituales y reincidentes en delitos de alta peligrosidad, caminen tranquilamente por  lascalies gozando de sucesivas excarcelaciones gracias a una ley excesivamente compasiva y a jueces a  quienes poco parece preocuparles la integridad de personas y la seguridad en las calles y hogares de la población.

Es también ampliamente conocida la circunstancia de existir tantos declincuentes menores de 18 años, «sin discernimiento» y de menores de 16 años que después de cometer delitos son entregados a sus padres, con una simple reconvención.

Las tres falencias anotadas por ser las de mayor envergadura, tienen remedio, siempre que el gobierno y la sociedad admitan que somos un país de alto riesgo delictual aunque las cifras macroeconómicas parezcan indicar a cosa. Carabineros necesita más dotación y mejores sueldos, no las vacantes 20.000 vacantes que no se han llenado, probablemente 6.0000 u 8.000 cargos adicionales. El costo es elevado pero nada o muy poco obtendría el país de las mejoras en salud y educación, si los niños en las poblaciones siguen expuestos al riesgo de sus vidas y a la oferta libre de drogas de todas clases y si por esas calles pululan delincuentes reincidentes en delitos de violencia.

La mayoría de esta nueva dotación debería ir a las grandes ciudades y precisamente a los barrios marginales, habitados por chilenos que también tienen derecho a la seguridad. 5.000 carabineros concentrados en las poblaciones del gran Santiago, harían más allí que si se dedican a cuidar mansiones y personajes del barrio alto.

Por otra parte, podrían liberarse varios miles de Carabineros de labores que no son estrictamente policiales. El tránsito, por ejemplo, podría estar a cargo de una policía municipal como en España y las citaciones judiciales podrían cumplirse por funcionarios judiciales especialmente contratados y con vehículos adecuados para cumplir, rápida y seguramente, con esas diligencias.

En cuanto a la libertad bajo fianza de los delincuentes reincidentes bastaría con reponer el at 363 N° 1 del Código de Procedimiento Penal en su texto original: «La libertad provisional tampoco se otorgará :»I A los reincidentes en los delitos que la ley castiga con pena de crimen y a los reincidentes en delitos de la misma especie». Sé que esta iniciativa provocará el repudio de algunos defensores de los derechos humanos que nos recordarán que la privación de libertad es eminentemente provisoria y que, en consecuencia, y mientras no exista una sentencia condenatoria, el delincuente puede obtener una y diez veces su libertad provisional, aunque sea reincidente en delitos que impliquen violencia a las personas, pero, en una sociedad democrática, es obvio que existan disidencias. Se agregan a estas excarcelaciones en serie, todas las medidas que morigeran el cumplimiento de las penas, como la libertad condicional, la libertad controlada, la suspensión condicional de las penas y la salida diurna de los delincuentes, que solamente ha servido para que cometan de día sus fechorías y regresen como si nada hubiera ocurrido «a seguir cumpliendo su condena».

Es además conocida la instalación, en los días de visita, de carpas improvisadas en los patios de las cárceles para que los reos reciban, en intimidad, a sus parejas, a fin de no carecer de esos beneficios de la vida en libertad. La salida diaria y la libertad condicional solamente se justifican si los reos tienen trabajo conocido y controlable al otorgarles el beneficio y si esta condición se mantiene. No se trata de aumentar las penas sino que éstas se cumplan en condiciones que representen una verdadera sanción.

Hay quienes dirán que se necesitarán nuevas cárceles para albergar a varios miles de delincuentes que, hacinados, no podrían ser rehabilitados. Ello es cierto y habría que construir más y mejores cárceles y, que por ahora se producirá hacinamiento no deseado, pero la pregunta que surge es: Puestos en la balanza el hacinamiento de los delincuentes habituales y reincidentes en graves delitos y la vida y la seguridad de los demás ciudadanos :¿cuál interés debe prevalecer?

                                                                                         Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, en Abril de 1998

35. EL VALOR DE DISENTIR.

En esta época de consensos, de acuerdos y generalizaciones aceptadas por las mayorías silenciosas, aparece casi como una extravagancia el «no ajustarse al sentir y al parecer de otro», como define a «disentir» el Diccionario de la Lengua Castellana, y al reflexionar en ese punto se me viene a la memoria don Emilio Poblete, que fuera ministro de la Corte de Apelaciones de Valparaíso. presidente del tribunal y. luego, ministro de la Corle Suprema, en los años ’60. En ese último cargo duró unos pocos meses, porque aunque no hizo declaraciones al respecto, al parecer de muchos su personalidad no se avino con las prácticas y hábitos de trabajo de los demás magistrados, que no le hicieron fácil la convivencia.

Conocí a don Emilio siendo yo abogado. pero aún empleado subalterno, como denomina el Código Orgánico a los oficiales de las cortes de apelaciones. El tribunal de entonces trabajaba seis días a la semana con solo tres relatores, lo cual significaba que estos funcionarios tuvieran que preparar cuatro «tablas» de causas en la semana en vez de ¡dos! como ahora.

Cuando un relator faltaba, la Corte de entonces recurría a uno de sus subalternos abogados para designarnos ad-hoc o como suplentes y así, en mi caso, desempeñé cerca de un año ese cargo conociendo, muy de cerca, a dos grandes inagistrados, don Emilio Poblete Poblete y don Enrique Correa Labra, este último que llegara a la Presidencia de la Corte Suprema.

Ambos fueron presidentes de la Corte de Apelaciones de Valparaíso y hahiendose recibido del cargo en un Tribunal con un pesado fardo de causas atrasadas, entregaron sus respectivas presidencias, con tan pocas que costaba completar las listas semanales.

Por ahora el personaje a quien deseo recordar y dar a conocer es don Emilio Poblete, magistrado con alta preparación jurídica, incorruptible y con una autoexigencia en materia de trabajo, que se atrevió a imponer incluso a sus colegas de tribunal durante su presidencia. Pero, además de esas virtudes, que muchas veces resultan exigencias odiosas para aquellos a quienes se les imponen en su trabajo. don Emilio se caracterizaba por sus votos disidentes o de minoría, como se les llama en esta época de eufemismos. 

Don Emilio muchas veces no concordaba con el voto de mayoría de la sala, pero, en vez de plegarse a esa mayoría, como ahora es costumbre en muchos jueces por comodidad o pereza, el se daba el trabajo de redactar sus «votos de minoría», tan extensos como fuere necesario, con enjundia jurídica y basto conocimiento de los hechos debatidos, de tal modo que casi siempre esos votos representaban mucho mejor la justicia que la decisión de la mayoría contenida ocasionalmente en dos líneas: «Se confirms la sentencia en alzada y no se condena en costas al apelante por haber existido motivos plausibles para litigar».

Siempre he pensado, desde que me desempeñara como profesor de la Escueta de Derecho de la Universidad de Chile en esta ciudad, que habría sido interesante que un egresado, con su memoria de prueba, investigara y sistematizara el contenido de los votos de minoría de don Emilio y los comparara con el acuerdo de mayoría, para juzgarlos con la perspectiva del tiempo, pero nadie se interesó por el tema que, obviamente, habría incluido juzgar también el valor de la disidencia y la crítica de las sentencias, en cuanto destinadas a declarar la justicia.

En esta época, como dijera al comenzar esta nota, no son muchos los que se atreven a disentir a menos que se desee posar casi de extravagante en una sociedad que mayoritariamente se informa y adquiere sus hábitos en el mensaje radial o televisivo.

Solamente en el campo político, tema recurrente de los medios, se observa a las diversas combinaciones de partidos «disentir», incluso dentro de sus conglomerados; pero ya la opinión pública se ha acostumbrado a que estas diferencias no se refieran a los grandes problemas permanentes o coyunturales, sino que se plantean en función de las próximas elecciones que les permitirán retener o hacerse del poder y ¡que importante es disentir de la opinion de la mayoría cuando esto es producto del conocimiento, de la reflexión y de la buena fe!

En efecto, ni lo verdadero, ni lo justo, ni la decisión correcta lo son por el reconocimiento de las mayorías sino por el contenido intrínseco de los valores que representan.

Desafortunadamente la disidencia informada y honesta ha pasado a ser en el Chile actual privilegio de los intelectuales y no del ciudadano corriente, olvidando que en Grecia, antigua cuna de la democracia, el hombre libre se atrevía a disentir aunque cate acto suyo pudiera ser sancionado con el ostracismo.

                                              Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 4 de Septiembre de 2002

28. EL CRIMEN DE LA CASA DE YATES.

En una nota anterior me referí al inicio de la investigación de este homicidio al que la opinión pública llamó de ese modo sin referirse, como lo haría ahora, al Club de Yates de Recreo para diferenciarlo del de Higuerillas o de algún otro de la zona.

Anuncié ahí que el desenlace había estado rodeado de curiosas circunstancias y coincidencias que ahora paso a relatar para quienes todavía no leían los periódicos en ese lejano verano de 1954.

Durante la investigación ocurrió casi de todo. Una llamada urgente de Carabineros de la 2a. Comisaría de entonces anunció haber detenido al autor del homicidio el que había confesado libremente el delito. Interrogado en detalle el inculpado, como exige la ley para que la confesión concuerde en todo con las demás pruebas del proceso, incurrió en tales imprecisiones que, enfrentado con ellas, confeso lo único cierto: que el día del homicidio tenía una coartada perfecta, ya que estaba detenido por ebriedad y que solamente había confesado el delito para salir en la prensa, lo que, efectivamente logró. Al principio, se pensó que era un loco de remate, pero una mínima reflexión posterior nos llevó a concluir que no lo era tanto ya que su deseo de hacer noticia no he impidió asegurarse de tener una buena coartada para el caso que el Tribunal acogiere, inicialmente al menos, una confesión inventada como la suya.

La segunda sorpresa no se dejó esperar, porque un día cualquiera el servicio de Investigaciones nos avisó que había detenido el verdadero homicida, de apellido Santis, el que tenía un nutrido prontuario penal.

Las circunstancias no dejaban de ser curiosas, el detenido estaba siendo sometido a interrogatorio sólamente por uno o dos delitos de robo en que había intervenido, cuando, sin ningún motivo, ya que no era sospechoso de haberlo cometido, se lanzó a confesar en detalle el homicidio del cuidador de la casa de yates, el señor Brandt.

Esta vez, las coincidencias eran mayores y la confesión se avenía con la forma en que razonablemente ocurrieron los hechos.

El autor del delito, escaso de dinero y aprovechando una superficial amistad con la víctima, la visitó en su casa y la llevó engañada hasta Reñaca con la perspectiva de liquidar en medias el producto de un delito imaginario.

Su propósito siempre fue asaltarlo y robarle la ropa y el dinero que suponía llevaría consigo.

Lo demás se desarrolló de acuerdo con lo previsto por Santis, en las arenas de Reñaca y en las cercanías de un bosquecito de pinos, el homicida se quedó, con el pretexto de una urgencia orgánica, varios pasos atrás de la víctima, desganchó un arbolito y usando la rama como arma, la descargó varias veces sobre la cabeza de Brandt hasta que éste cayó al suelo sin sentido. El trámite posterior fue rápido, en los bolsillos encontró poco dinero y, por eso, agregó al botín los zapatos de que despojó al cadáver porque se encontraban en buen estado.

Huyó de inmediato del lugar de los hechos y por unos días, sin siquiera ocultarse, cometió otros delitos que motivaron su detención e interrogatorio en el cuartel de la policía civil.

Para estar seguro de haber dado esta vez con el verdadero asesino, lo llevamos al lugar del homicidio y, guiados por él a través de los arenales, nos dirigimos al bosquecillo de pinos en camino del cual, y desde bastante distancia, nos indicó el árbol del que había desgajado la rama que le sirvió como arma homicida.

Al acercarnos pudimos observar claramente el desgarro del árbol en el punto en que se lo había desganchado. No cabía dudas: él era el asesino y como tal sería encargado reo y más tarde, condenado por el juez titular del Tribunal.

La interrogante era ¿por qué confesó el homicida espontáneamente y sin ser siquiera interrogado al respecto?

La respuesta se encontró en un examen psiquiátrico que se practicó al reo y en un informe de la sección de Detenidos de entonces en donde, a poco de ser recluido, tuvo un severo ataque epiléptico. Al confesar, aparentemente el hechor se encontraba en el período llamado del «aura» epiléptico, que en algunos sujetos produce gran locuacidad y extroversión, que habría sido la causa de una confesión que, de otro modo, carecía, en absoluto, de explicación en un delincuente avezado como Santis.

Otro hecho curioso se agregó a los ya anotados: en la autopsia practicada a la víctima se pudo constatar que tenía las paredes del cráneo especialmente delgadas, debido a la severa desnutrición que había sufrido en su infancia a consecuencia de la carencia de alimentos en su país natal, Alemania, a causa del bloqueo de su comercio exterior durante la Primera Guerra Mundial. Quizás si así no hubiera ocurrido, nunca habría sido el homicidio del cuidador de la casa de yates, otra cosa que un atraco común y corriente.

                                                                                               Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 17 de marzo de 1997