Hace unos días, el profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso y ex-rector, Agustín Squella, se dirigió a los alumnos de la Escuela de Arquitectura de la misma universidad, postulando el derecho a la vivienda como uno de los que debieran consagrarse como uno de los derechos humanos, según las nuevas orientaciones de la disciplina.
Esta noticia me trajo a la memoria a antigua frase publicitaria que se usó en la campaña presidencial de don Pedro Aguirre Cerda en 1938: «Pan, techo y abrigo», aún antes que existiera la Organización de las Naciones Unidas y las Convenciones Internacionales sobre los Derechos Humanos, y las declaraciones al respecto, cuyos orígenes se encuentran hace más de dos siglos, en la Revolución Francesa.
No es posible concebir hoy un sistema político, en un país democrático en que su Constitución no garantice los derechos humanos básicos, que permita a sus ciudadanos resguardar su dignidad. Pero, a la libertad postulada inicialmente como fundamento básico del sistema constitucional, así como la igualdad ante la ley, modernamente se ha sumado un derecho si no a la igualdad, por lo menos a la solidaridad económica que permita al ciudadano y a su familia tener asegurados, la vivienda, la educación, la salud y el trabajo.
Don Pedro Aguirre Cerda desde el Gobierno procuró, en la medida que los recursos fiscales se lo permitieron, hacer efectivo su slogan: Pan, techo y abrigo. En efecto, la Caja de la Habitación Popular construyó una serie de poblaciones y edificios, algunos de los cuales aún se conservan demostrando su solidez como el que se ubica en la avenida España en nuestra ciudad, iniciando un plan de viviendas sociales que hasta ahora se continúa en el Serviu.
En salud publica se modificó la Ley de Seguro Obrero Obligatorio para aumentar la cobertura de salud de los trabajadores a toda su familia y, poco después, se acogió la iniciativa del Dr. Eduardo Cruz Coke que se transformó en la Ley de Medicina Preventiva. Los remedios producidos especialmente por el Laboratorio Chile, se entregaban gratuitamente a los asegurados en hospitales y consultorios.
Respecto de la Educación, si bien ella no alcanzó la total cobertura deseable, fue de calidad excelente en las escuelas y colegios gratuitos del Estado, en donde se daba desayuno a los alumnos de menores recursos. Las universidades, seguirían siendo casi gratuitas y atendían las necesidades de una población de poco más de 5 millones es decir, un tercio de la actual, con una matrícula de un 10 al 12 por ciento de la actual, que correspondía al desarrollo económico social de la época.
En las escuelas en que estudiaban menores de escasos recursos se repartieron, en 1941, cerca de 80 mil pares de zapatos para los niños que aún concurrían descalzos a clases y la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales levantó escuelas y liceos donde hacían más falta.
En estos momentos en que a nivel mundial se reconocen y resguardan los derechos de los individuos frente al estado y a sistemas económicos que no siempre aseguran una equitativa distribución de la riqueza nacional, parece justo recordar a los gobiernos de un partido político que, a pesar de sus errores en el manejo económico del pals, se anticipó, en forma práctica, a proteger a los más desposeídos.
Mario Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 20 de Julio de 1999