En nota publicada por «El Mercurio» hace algún tiempo me referí a los contribuyentes chilenos, a aquéllos que a veces resienten sus pagos al Fisco temiendo la mala inversión que éste hace generalmente de los caudales públicos y que, por el contrario, dan con mucha generosidad cuando se trata de contribuir al desarrollo de tares solidarias cuyos logros están a la vista.
Ahora quisiera referirme a una categoría de contribuyentes que nunca, con seguridad pagaron impuestos, pero que con su obra ayudaron en forma silenciosa y abnegada a crear el Chile actual, cuyas cifras macroeconómicas enorgullecen a economistas y administradores del gobierno.
En esa nota me referí también a servicios que el Estado no puede preterir, a riesgo de desnaturalizar su función básica de proveer al bien común.
La educación, función cuya importancia se advierte desde los primeros años de nuestra independencia y salud, que por mucho tipo se entregó a la beneficencia privada y despues a la beneficencia pública, para traspasarse a contar de las leyes 4054 y 4055 a la Caja de Seguro Obrero Obligatorio y a la Caja de Accidentes del Trabajo.
En el cumplimiento de esas funciones irrenunciables del Estado, muchos chilenos y extranjeros contribuyeron, con su sacrificio, con su ejemplo de entrega y honestidad, a consolidar nuestro país tal como ahora lo conocemos.
Chile tuvo una larga tradición de servicio público desde el tiempo de Portales, en que se ordenó la administración no sobre bases teóricas sino fundadas en el buen criterio y en el sometimiento a la ley.
Cierto es también que esa administración correspondió a gobiernos que se forjaron en la tradición portaliana: ¡respetados, porque fueron respetables…!
Cuando se tiene la edad del cronista, y se ha vivido bajo gobiernos social demócratas, socialistas, autoritarios y en democracias formales en lo político y libremercadista en lo económico, es posible tener una visión del país real, ese que escapa al estudio de las encuestas y de las estadísticas.
En el Chile de los año 30 y 40, la educación primaria (de seis años), la secundaria (seis años) y la Universitaria eran absolutamente gratuitas y los profesores formados en las Escuelas Normales y en el Instituto Pedagógico, habían consolidado la enseñanza pública en una condición privilegiada en América Latina
Esos profesores tenían sueldos modestos aunnque suficientes para vivir con razonable dignidad y creemos que los que conocimos en las escuelas públicas y en el Liceo Fiscal al que asistimos, asumieron su tarea con seriedad, con mucho orgullo y sintiendo que contribuían a formar un país mejor y que cumplieron sus tareas con admirable profesionalismo y dedicación, como verdaderos contribuyentes al bienestar nacional, aunque por sus menguadas rentas pagaran muy poco en impuestos.
Son muchos los nombres que debieran figurar en esta nota, pero la lista agobiaría al lector, que si tiene más de 50 años, tendrá ya la suya confeccionada.
Lo mismo podría decirse de los médicos de los servicios públicos gratuitos de esos años, modestamente pagados, sin bonos de ISAPRES, y a los más de SERMENA que también contribuyeron a hacer posible el país en que hoy vivimos. Mi lista también sería muy larga y en obsequio al espacio y a la modestia de los que debería nombrar y que aún viven, solamente recordaré al doctor Oscar Navarrete Sem, único médico general en el Puerto de Corral, en los años 40, que servía a toda la población sin preguntar si podían pagar sus servicios y que, ya jubilado, y a los 80 años de edad aún seguía atendiendo en los consultorios periféricos de Viña del Mar. El pediatra de mis hijos y el médico de familia que nos atiende por años y de los que me enorgullezco que me consideren como amigo, son aún testigos lúcidos y válidos de lo que hace en esencia al «buen contribuyente».
No quiero referirme a los héroes de nuestras gloriosas gestas militares porque ellos ya gozan del reconocimiento público, sino a muchos abnegados funcionarios del Estado que como los mejores contribuyentes que Chile ha tenido, sirvieron a nuestro país con una mística y entrega que hoy a veces se echa de menos en las administraciones recientes.
Fuera de la función pública, existieron también millones de chilenos que hicieron patria poblando las tierras inhóspitas del desierto de Atacama en el Norte y de la Patagonia en el Sur, que sin apoyo del Estado, regaron con su sudor y, a veces con su sangre, la misma tierra que un politico contemporáneo no trepidó en exponer en un arbitraje mal preparado por tratarse de «pedacitos insignificantes» del patrimonio nacional.
Seguramente todos estos compatriotas nunca figuraron en las listas de «mayores contribuyentes» que manejaron las elecciones durante la vigencia de la Constitución de 1833, pero, sin duda fueron y serán: los mejores contribuyentes que pudo tener nuestro país.
Mario Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 5 de Enero de 1996