Desde que se tiene noticia real o mítica del hombre sobre la tierra, se atribuyó a éste un sentido moral elemental para discernir el bien y el mal.
Ser hombre y no bestia, fue hasta ahora consecuencia de la inteligencia humana no solamente para servirse de las herramientas para mejorar su condición de vida, porque esa capacidad, en forma elemental la tienen también los orangutanes, sino para conocer lo bueno y lo malo, para tener conciencia moral. Lo contrario, la locura moral si bien afecta a la raza humana convierte a quien la padece, en un sujeto peligroso que la sociedad debe poner tras las rejas de una prisión o de un hospital para evitar que cause daños irreparables a sus congéneres. Es el caso más triste de la especie humana porque siendo inteligente, carece en absoluto de sentido ético y para él no hay diferencia entre el bien y el mal, no existe el arrepentimiento ni la contrición.
El progreso técnico, todos sabemos que no ha ido aparejado de la elevación moral ni de los pueblos ni de los individuos. Aquéllos hacen la guerra y justifican el genocidio con la búsqueda de la pureza étnica o religiosa y éstos hieren, roban y violan a veces solamente por extraviado placer.
Pero en este mundo en que campea la violencia y la corrupción, hasta hace pocos años, los gobernantes conservaron, al menos las apariencias de las buenas costumbres y con el nacimiento del constitucionalismo, debieron también someterse, no siempre con agrado, al marco jurídico, a lo que, en conjunto, ha dado en llamarse el estado de derecho.
Esta fue la única defensa del individuo y de la colectividad frente a los desbordes del poder, del rey primero y de las autoridades, ya fueran éstas elegidas democráticamente o impuestas por un golpe de estado. Desde San Isidoro de Sevilla, la noción del bien común que se maneja a veces con tanto desenfado aparece como la salvaguarda del pueblo sin privilegios.
En nuestro país, incluso en los períodos de gobiernos de facto se ha procurado respetar la ley, o al menos no denostarla públicamente, y nadie se había sentido, hasta ahora, en situación de hacer mofa de ella. Por el contrario, nuestros grandes políticos del pasado como lo fueron el Presidente Montt y el Ministro Portales, se sintieron sometidos a ella más que ninguno, por la obligación de ser como los grandes atenienses, los primeros entre todos los ciudadanos. Es el caso recordar aquí el episodio en que Portales es requerido para indultar al capitán Cradock de nacionalidad británica que había dado muerte a un modesto obrero chileno. No solamente Portales representa al gestor de entonces que tantos empeños se ponían por ser el delincuente no un pobre «roto» sino persona de cierta alcurnia y ciudadano de la nación más poderosa del mundo de entonces, sino que agrega que, sí su padre hubiera sido el autor del homicidio, él ya estaría llorando sobre su tumba.
Pero, los tiempos cambian y no para bien, porque hace apenas unos días que asistimos al penoso espectáculo de parlamentarios que en forma pública reconocieron, sin demostrar arrepentimiento, que violaban regularmente las leyes y reglamentos del tránsito que ellos mismos establecieron como legisladores. Y hubo alguno, incluso que se jactó, en un gesto de dudoso humor, de tener permiso para correr lo que requirieran las circunstancias. En otros términos, y conociendo los efectos del choque de un automóvil lanzado a 150 Km por hora, equivale a decir, que se tiene permiso para matar.
La democracia griega tuvo la suerte de elegir a los mejores para que los gobernaran, con contadas excepciones, tal vez por el hecho que en el Estado ciudad heleno, casi todos los ciudadanos es decir los hombres libres que podían elegir y ser elegidos, se conocían casi como vecinos.
En nuestra actual democracia en que los candidatos al Congreso son en ocasiones casi perfectos extraños, designados por las cúpulas partidistas y en que los más conocidos para el grueso de la población lo son por las periódicas declaraciones a los medios de difusión que les sirven para hacer noticia, en busca de la reelección en que cuidan sus expresiones con vista a la próxima encuesta. Pero ahora hemos tenido ocasión de verlos en su real condición humana y tal visión nos ha dolido como ciudadanos y más que eso, como chilenos que no hubiéramos querido exponer al mundo la vergüenza que provoca la inconsciencia de algunas declaraciones, el desafío que se contiene en otras y, en todas, la intención se seguir pisoteando el orden jurídico y arriesgando la vida de los que circulan por las carreteras como simples ciudadanos que hasta ayer creímos en la igualdad ante la ley.
¿Cuál de los infractores podrá ahora reclamar desde su tribuna parlamentaria que todos deben cumplir la ley y proclamar que todos somos iguales ante la ley y que en Chile no hay personas ni grupos privilegiados?
La vida pública exige sacrificio y los políticos regularmente nos recuerdan su devoción y permanente dedicación a sus importantes labores y hasta ahora, no habíamos oído que necesitaran ser advertidos para levantarse más temprano y llegar a tiempo a las sesiones del Congreso, porque si ese hubiera sido el contenido del discurso electoral del parlamentario que así lo reconoció, obviamente no habría sido electo.
Cierto es que la muestra que presentó la televisión puede no ser representativa de todo nuestro Parlamento y así lo quisiéramos muy de verdad, pero esta encuesta, apresurada y todo, revela a la opinión pública lo que hay detrás de la fachada de algunos políticos que aprueban las leyes para que las respeten los demás.
En estos momentos hay la convicción en la opinión pública que la juventud ha perdido el interés que durante varias décadas la llevó a participar activamente en política, preocupada como es lógico de participar en la creación del mundo en que le tocaría vivir al llegar a la edad adulta.
Pero ahora ni siquiera en las Universidades que fueron otros centros de actividad y, por qué no decirlo, de activismo político, la situación es diferente.
En parte importante ello se explica por el efecto pendular: de la universidad militante, a la universidad profesionalizante. Por otro lado, la crisis de las ideologías obviamente arrebató pretextos y banderas a la juventud que desde Nanterre pedía lo imposible a una estructura dominada por el poder económico y político de la gente madura.
No son los días que corren propicios para las gestas heroicas, y en este terreno las figuras incluso de los políticos tienden a opacarse; pero aun así los jóvenes quieren que los hombres políticos sean paradigmas de consecuencia entre lo que dicen y lo que hacen.
De nuevo recurro a Portales, el viejo maestro de la política chilena; «Que el gobierno sea respetable para ser respetado». No pedía heroísmo sino dignidad y respeto a la ley.
Frente a los hechos glosados, pienso que la gran mayoría de los chilenos repudiará a quienes en un gesto de insoportable soberbia han pretendido estar más allá del bien y del mal.
Mario Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 20 de Abril de 1995