106. La globalización.

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Este término se usa hoy con tanta frecuencia como el de aldea global, el primero para designar un proceso y el segundo para describir la “imago mundi” del hombre post-moderno. Pareciera, por eso, que la globalización no necesita más descripción ni explicación porque debiéramos conocerla.

Sin embargo, si entendemos por global, “lo que se toma en conjunto” como lo describe el diccionario, tenemos que concluir que el mundo en más de una ocasión histórica, fue si no tomado, conquistado casi en su conjunto conocido. Los imperios de Alejandro y el consolidado por los romanos en los albores de nuestra era, pudieron considerarse “globales” en relación con el mundo conocido, pero tanto ellos como los imperios coloniales de la época moderna, son siempre proyectos del poder político y de los estados nacionales y no proceso impulsado por los agentes económicos internacionales como el actual.

Creemos, por otra parte, que para entender la globalización y analizarla, no podemos usar sino metodologías post-modernas, no solo por tratarse de un proceso contemporáneo, sino porque la ciencia actual ha sobrepasado los límites que le impuso el cartesianismo, sobre todo en materia de análisis social.

Ya en la década de los 50 Peter Drücker adelantaba ideas que nos ayudan a entender el mundo de hoy en su libro “Fronteras del Futuro”. Nos dice Drücker; “pero lo que más nos importa a nosotros, primera generación post-moderna es el cambio fundamental en la visión del mundo”. Todavía enseñamos el mundo-visión de los pasados trescientos años y aún no tenemos ni herramientas, ni método, ni vocabulario para nuestra nueva visión actual que es el fundamento de la percepción artística, del análisis filosófico y del vocabulario técnico”.

Continúa, “el mundo visión del occidente moderno puede ser llamado de René Descartes como ha ocurrido aunque pocos filósofos modernos siguieran su línea de pensamiento. En efecto, la influencia del cartesianismo en el desarrollo de la metodología de las ciencias, fue determinante hasta algunas décadas y hasta el hombre de la calle repetía “El todo es resultado de las partes” y la Academia Francesca, veinte o treinta años después de la muerte de Descartes definía el conocimiento científico como “el conocimiento cierto y evidente por razón de sus causas”.

Hoy día las ciencias avanzan con métodos muy diferentes al mundo cartesiano y han sustituido las causas por “patrones”, “configuraciones” y “sistemas”.

Sostiene el mismo Drücker que “en biología por ejemplo, se habla ya de conceptos como: “inmunidad, “metabolismos” o “síndrome”, todos ellos descriptivos no tanto ya de una propiedad de la materia o de una cantidad en sí, sino de un orden armonioso que nos ayuda a comprender una realidad compleja, no susceptibles de ser analizada necesariamente en las partes que la constituyen, así como el oído nunca percibirá una melodía oyendo sonidos aislados”.

Continúa diciendo que “el cambio más sorprende del post-modernismo se encuentra en el estudio de las palabras y del idioma, los símbolos y el instrumento más básico y familiar del hombre. Ya no se habla tanto de gramática y de estudio de las partes de la oración, sino del todo del discurso, inclusive de las palabras que no se dijeron, considerando además el ambiente en que se pronunciaron y por quienes fueron dichas y oídas. Este todo es lo que tiene verdadera existencia en el campo de la comunicación”.

Refiriéndose a la misma materia el ingeniero chileno Juan Bravo Carrasco, en su libro “Análisis de Sistemas” (1998) sostiene que “la nueva ciencia corresponde a los campos de investigación más recientes: el principio de incertidumbre, la teoría del caos, la auto-organización de las estructuras disipativas, los sistemas no lineales, los campos morfo-génicos y la complejidad entre otros. La nueva ciencia (la post-moderna) tiene como bases la irreversibilidad, inestabilidad, aleatoriedad, indescriptibilidad y las demás características propias de los sistemas”.

El lenguaje es bastante técnico pero nos ayuda a entender la idea, en forma general, si pensamos que la ciencia moderna con Descartes, Newton, Taylor y otros filósofos, científicos y economistas postulaban un mundo estable y previsible, en que la mayoría de los fenómenos eran reversibles y susceptibles, en general, de repetirse en la experimentación.

Para los cientistas sociales siempre resultó éste, un escollo que implícitamente le imponían las “ciencias exactas” ya que no es posible ni revertir ni repetir ni a veces predecir una gran huelga, una revolución o una guerra.

En este punto creo útil citar de nuevo a Drücker en la introducción a su libro que titula “Este mundo post-moderno”: “Nuestra visión del mundo ha cambiado, hemos adquirido una nueva percepción y con ella nuevas aptitudes. Hay nuevas fronteras para la oportunidad, para el riesgo y desafío. Hay un nuevo centro espiritual para la existencia humana”.

Esta introducción al tema de la globalización no constituye, ni con mucho, un compromiso de analizarla a través de los múltiples sistemas que, interactuando, la han hecho posible. Ello está claramente fuera de mi alcanza y intentare siquiera en el tiempo de que dispongo.

Mis propósitos son dos:

El primero: Advertir acerca de mis propias limitaciones y de lo modestas y relativas que serán sus conclusiones.

Durante el periodo en que hice docencia universitaria, hace ya quince años, buscando un modo de explicar la ocurrencia de la historia chilena, mediante la interacción de diversas fuerzas sociales e intereses, recurrí a una fórmula estructuralista para su explicación analizando en cada período la estructura económica, política y social de Chile. El modelo no era nuevo y, de algún modo, correspondía a una categoría de análisis marxista, pero nunca me satisfizo plenamente.

En efecto la estructura en su acepción más corriente es la “distribución y orden de las partes de un todo” lo que otorga rigidez al concepto.

En cambio “sistema” que es según el diccionario, “conjunto de cosas que ordenadamente, contribuyen a determinado objeto”, aparece más dinámico y susceptible de interactuar con otros semejantes hasta conformar la amplia trama de las sociedades modernas.

Confieso, en consecuencia, que este es para mí la primera tentativa por explicarme en el mundo con otras herramientas.

Y, el segundo:

Invitarlos a utilizar en la investigación de los hechos sociales y en su análisis, la metodología que corresponde a la época post-moderna en que vivimos para re-crear la imagen del mundo que nos legara el sistema cartesiano.

Esta recreación no significa obviamente desconocer la realidad de los progresos del pensamiento y de la ciencia en el mundo moderno, pero sí, enriquecerla con una mirada renovada y más de acuerdo con la época que nos ha tocado vivir.

De lo dicho creo que se desprende que en este caso me será imposible seguir el esquema clásico de las explicaciones a partir de la definición del objeto que se analiza. Será necesario describirlo a través de los diversos factores y sistemas que produjeron la globalización para mejor comprender un proceso en el que casi todo el mundo civilizado.

Es evidente que la globalización ha sido un proceso gradual y bastante complejo y que analizar todos los factores (sistemas) que la han hecho posible requeriría un trabajo en equipo muy prolongado. Yo por eso me limitaré a reseñar aquellos que, a mi juicio, iniciaron y después favorecieron su expansión.

Tal vez el primer signo de lo que venía, fue la extensión de las empresas fuera del ámbito de las fronteras nacionales. En efecto, hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, la gran mayoría de las grandes empresas producía en un estado determinado y desde allí exportaba sus productos a todo el mundo. Solamente algunas empresas muy poderosas de Estado Unidos tenían fábricas en otros países, generalmente la industria automotriz, como era la General Motors que producía automóviles en Inglaterra y los ensamblaba en otros países.

Pero, en las últimas décadas y para rebajar sus costos o, simplemente para introducirse en un mercado importante, las grandes empresas instalaron fábricas especialmente en Sud-América, México y en el Oriente, en donde el costo de los salarios era generalmente un 10 o 15% de lo que se pagaban en su país de origen, para producir sus marcas, incluyendo mano de obra y a veces algunas materias primas del país. Una muestra de lo dicho es que mientras en México el salario mínimo diario es de US$3.85, el pago mínimo por hora en USA es US$5.35, es decir la relación es 1a11 considerando una jornada de 8 horas. Así también, Japón, se atrevió a instalar sus fábricas de automóviles en USA, a pesar de sus altos costos, confiando en su productividad y tecnología para ingresar en ese gran mercado.

El proceso de internacionalización de las grandes empresas, se acentuó en los últimos tres años, con las fusiones entre las más grandes, para aprovechar la economía de escala, las sinergias propias de estas operaciones y la adquisición de un gran segmento del mercado manejado por la empresa competidora.

Esto es una tendencia que se encuentra presente en nuestro país con la CTC, con Enersis, en este momento con ESVAL y con dos Bancos españoles que controlan sectores importantes del mercado financiero y de los seguros en nuestro país.

Casi siempre, el paso inicial antes de incursionar con potencia en otros países, es la fusión local que asegura flujos de caja como para invertir grandes sumas en nuevas empresas distribuídas en el mundo. Para muestra una sola, la fusión en USA, en el mes de enero pasado de Time Warner y de Internet América On Line, significó reunir dos empresas cuyas acciones en el mercado valían 261.000 millones de dólares, es decir más de cuatro veces el producto interno anual de Chile.

Ha favorecido también tanto a la concentración de las grandes empresas como a la globalización, la acción de Organizaciones internacionales, las más de ellas promovidas o favorecidas por la ONU, controlada por las grandes potencias. En efecto, el colapso del comercio internacional con la Segunda Guerra Mundial, hizo necesario crear algún organismo que favoreciera la reconstrucción de las economías aumentando el intercambio comercial. Estados Unidos, pero, sobre todo Europa, para salvarse de la bancarrota y del hambre necesitaban volver a hacer lo mismo que antes; vender sus manufacturas y sus tecnologías y comprar alimentos y materias primas. Los convenios de Bretton Woods en materia monetaria que establece la superioridad y convertibilidad del dólar será uno de ellos y el otro fue el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) de 1947, sustituido en 1994 por la Organización Mundial de Comercio (OMC) que según su propia página web, ha establecido acuerdos que son “esencialmente contratos que garantizan a los países miembros importantes derechos en relación con el comercio y que, al mismo tiempo, obligan a los gobiernos a mantener sus políticas comerciales dentro de unos límites convenidos en beneficio de todos”.

Así las cosas, el propósito parecería laudable, a condición de que, efectivamente existiera a la igualdad jurídica de las naciones, cosa que postula el Derecho Internacional, pero que nunca ha pasado de ser una utopía de las muchas que se proclaman día a día.

En el hecho, pertenecer a la OMC, resulta interesante para acceder a los acuerdos logrados que favorecen el ingreso en mejores condiciones a los mercados de los países que lo han suscrito, pero, por otra parte entraña una considerable limitación en el manejo económico interno de los estados miembros, como lo estamos viendo en las negociaciones y presiones de Gran Bretaña para rebajar los impuestos al whisky en desmedro de la producción nacional de pisco que provee el sustento de más de 100.000 chilenos. El elemento de presión justamente la eventual acusación ante la OMC.

Obviamente este tema es propio del sistema monetario internacional posterior a Bretton Woods y del sistema establecido por la OMC para el comercio internacional aceptado por la mayoría de las naciones.

Ha contribuido también a favorecer la globalización el avance de las tecnologías en todos los campos: En el de la industria manufacturera multiplicando su productividad y dejando saldos exportables cada vez más grandes, a pesar del incremento de las ventas en los mercados internos; en el de los transportes, mejorando las condiciones y seguridad de las mercancías con el uso del contenedor y acelerando las entregas con la mecanización de los puertos, destrabando el desaduanamiento de la carga con el uso de la computación y el de todas las operaciones del transporte internacional desde la emisión de los conocimientos de embarque y guías de tránsito, hasta el seguimiento satelital del medio transportador. En la distribución el uso de la computación ha permitido tener un manejo de las existencias como nunca se habría pensado, tratándose de miles de ítems diferentes y, asimismo, ha hecho posible una relación directa entre el productor y el distribuidor que disminuye las exigencias de espacio para el acopio, asegurando el suministro oportuno, sin arriesgarse los distribuidores a quedar sin stock.

En el fondo esto es consecuencia del avance en los sistemas de producción, de transporte, de comunicaciones y de distribución. Es decir, sin proponérnoslo, recaemos en los sistemas para mejor entender el proceso que analizamos.

Contribuyó también al desarrollo de la globalización la verdadera revolución que desató en las finanzas mundiales, la crisis del petróleo de los años 70. En efecto, al consolidarse el cartel de los países productores y estar éstos en situación de imponer al mundo un alza del precio del 1000%, pasando el barril de petróleo de 2 dólares hasta 18 o 20, se produjo un ingreso de dinero a los países productores que no estuvieron en situación de gastar, tan enorme era su volumen. Este problema se hizo más evidente en los países árabes muchos de los cuales tienen escasa población y enormes recursos petroleros como es el caso de los Emiratos Árabes y de Arabia Saudita. Así fue como no tuvieron otro camino, para no mantener su reciente fortuna sin invertir, que depositarla en los grandes bancos internacionales para aprovechar sus intereses. A su vez, los bancos, para hacer su negocio, ofrecieron dinero fácil a los países en desarrollo que necesitaban capital con urgencia. Y no solamente se prestó a los gobiernos como habría sido lo usual, sino a los bancos y empresas de particulares en tal cantidad que la deuda de los países en desarrollo, entre 1972 y 1981 pasó de menos de 100.000 millones de dólares, a más de 600.000 millones. Estas deudas resultaron manejables mientras las tasas de interés fluctuaron entre 6 y 8% anual, pero produjeron la llamada crisis de la deuda en la década de los 80 cuando USA elevó sus tasas internas por sobre el 10% para procurar controlar la inflación.

Este enorme aumento del capital financiero, disponible para préstamos y el hecho que su manejo fue ajeno al interés de los Estados ya que se radicó en manos de los llamados “agentes económicos”, aumentó hasta la exageración la dependencia de los mercados, de la situación económica de la primera potencia mundial, los Estados Unidos. En efecto, como consecuencia, entre otras, del dinamismo de su economía y del enorme consumo interno, el precio de las acciones de sus principales empresas subió más allá de lo imaginable (el Dow Jones Llegó al índice de 11.000) y la interdependencia creciente de las demás economías, las sujetó a las fluctuaciones de la economía del país del Norte.

Por otra parte el aumento creciente de la complejidad del sistema financiero internacional ha obligado a los pequeños y medianos inversionistas a entregar la administración de sus fondos a los equipos de especialistas que, en el hecho manejan cada día transacciones por cientos de miles de millones de dólares.

El sistema económico, a su vez ha permitido a los ricos serlo cada vez más y así la fortuna de Bill Gates, a pesar de la reciente baja de sus acciones en Wall Street, supera el 80% de la renta nacional de Chile.

En otros términos, el actual sistema financiero internacional, que ha permitido a un particular, el húngaro Soros, especular contra el Banco de Inglaterra, ha acelerado la globalización de las economías nacionales al hacerlas dependientes de las decisiones de las cúpulas que manejan esta “nueva riqueza” que no tiene, muchas veces, respaldo alguno en la producción de bienes.

Al respeto nos dice Jacques Chonchol en su obra “¿Hacia dónde nos lleva la globalización (Pág. 39) “Desde comienzos de los años 90 se ha registrado una disminución no solo relativa, sino absoluta de las inversiones directas. Desde entonces aumentaron mucho más las inversiones de portafolio” y más adelante: “Las operaciones diarias en las bolsas internacionales se calculan en más de mil billones de dólares, de los cuales sólo un 2% se hace en función del comercio internacional de mercancías”.

El gran volumen está conformado por las colocaciones netamente especulativas en los mercados de intereses, divisas y mercancías, vale decir en el mercado de opciones, futuros, swaps u otras innovaciones financieras. Y tanto se trata de mera especulación, que dice que se ha llamado “capitalismo de casino” a esta nueva manera de manejo financiero.

El sistema de comunicaciones nacionales e internacionales, ha sido un campo de una verdadera revolución que ha impulsado la globalización en las finanzas, en el intercambio comercial y, probablemente en lo que es más importante en la cultura, ya que la televisión satelital y la transmisión de mensajes por internet, está tendiendo, horizontalmente a crear aficiones, hábitos de consumo y de conducta que alteran los patrones nacionales o regionales.

Para los que nacimos hace más de 70 años, el cambio se hace más evidente, los mensajes comerciales y personales más urgentes se transmitían por cable o por telegrama en forma muy resumida por el costo del servicio y ello si no se quería sufrir la demora del ferrocarril o al barco que llevara el correo. Más tarde la extensión de las redes telefónicas y el avión aceleraron los mensajes y el intercambio de determinadas mercancías de poco volumen y alto costo. Hoy, basta marcar desde el teléfono de nuestra casa unos dígitos más y escuchemos al cliente o al pariente que se encuentra en Europa o en Japón, como si estuviera a nuestro lado. Las comunicaciones satelitales, el fax y el e-mail han permitido que transacciones financieras por cientos o miles de millones de dólares se realicen a través de todo el globo, en fracciones de minuto, y a veces, con efectos devastadores.

Cuando en algún noticiero televisivo se ofrece una transmisión en directo, a fuerza de ser ya repetido y usual no advertimos que estamos viviendo y emocionándonos con hechos que ocurren en las antípodas.

¿Qué otro factor hemos considerado como coadyuvante en este proceso que examinamos?

La aceptación general acerca de ser el mercado el mejor asignador de los recursos, es decir un sistema que determina las prioridades para las inversiones de capital.

Este principio casi axiomático para los actuales economistas admite algunos matices según se trate de establecer un régimen de mercado solamente o neo liberal, o un régimen que podría llamarse social de mercado, más cercano a los sistemas políticos nor-europeos y a la social democracia de los países centro europeos y Gran Bretaña.

Seguimos en esta parte a Chonchol que sostiene que en América Latina y en Chile en este momento prevalece el pensamiento neo liberal que se caracterizaría básicamente por las siguientes ideas:

“1) El crecimiento máximo del producto nacional bruto es lo esencial desde el punto de vista del desarrollo de la economía y, en la medida que esto se logre de modo continuado, se van a resolver todos los problemas sociales y económicos del país” y

“2) Este crecimiento depende fundamentalmente:

a)     Del dinamismo del mercado, el más eficiente asignador de los recursos disponibles, y
b)     De la actividad del sector privado. El gobierno no tiene, a este respecto sino un rol subsidiario”. (obra citada, pág. 63)

Hasta aquí hemos procurado describir ya que no definir la globalización, a partir de los sistemas que nos han parecido más relevantes para su desarrollo. En la segunda parte, procuraremos analizar sus ventajas y desventajas en el caso de nuestro país en particular.

 

Mario Alegría A.

Escrito en 1999.

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