Quien escribe estas líneas es un asiduo lector de los análisis políticos de cinco articulistas cuyas ideas se exponen en las páginas del Mercurio de Santiago y de La Tercera.. A cuatro de ellos los conozco por haber sido mis alumnos en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile en Valparaíso o, por haberme sido presentados.
Todos ellos creo que serían muy bien calificados en cualquier país del mundo: escriben bien, con gran fluidez y a veces se respaldan con la autoridad de autores clásicos de ciencia política, filosofía y derecho. Los leo con verdadero interés porque tienen un afilado escalpelo para descubrir las culpas de quienes ellos consideran los “malos”. Tres de ellos sin embargo observan a la sociedad chilena con mejor voluntad y creo que no tienen ningún deseo de prolongar la estéril división de los chilenos entre izquierda y derecha y para anatemizar al grupo al que no pertenecen.
A un profesor francés de visita en Valparaíso hace muchísimos años le escuché decir que todos somos “hombres situados” y que, desde esa ubicación observamos la sociedad, sin poder apreciarla desde el punto de vista del contrario, ni escapar a nuestro sino a menos que un derrumbe de nuestra personalidad trastorne nuestra formación filosófica, política, nuestras ideas religiosas, si las tenemos, toda nuestra cultura y nuestra vida familiar. El concepto está cerca de la idea de “el hombre y sus circunstancias” de Ortega y Gasset.
Pareciera, por eso, que nunca pudiéramos ser absolutamente tolerantes ni menos compasivos con los del otro lado de la barrera,
Me duele, por eso, como chileno que ha vivido muchos años y que opina desde el conocimiento directo de los hechos acaecidos en nuestro país desde que adquirió cierta conciencia política y social, hace más de sesenta años, que algunas de esas mentes brillantes no dejen espacio para la compasión que es el primer paso hacia el perdón y la reconciliación.
Puede argüirse que el examen objetivo de la historia no deja espacio para las emociones, que ellas conmovieron y afectaron a los actores del drama, pero no deben turbar la mente de quienes los comentan o analizan. Pero, aun aceptando este modelo para la interpretación o el comentario de los hechos sociales, cabe preguntarse si se puede juzgar una época sin examinar las circunstancias que la precedieron y el contexto de la historia del mundo en este período. Pareciera ser que, considerando el principio de causalidad, (reconozco que bastante elusivo en su aplicación a la historia) y la interdependencia de los grandes y pequeños estados en las decisiones políticas, económicas y bélicas, la conclusión razonable sería integrar esta información para que el análisis sea mas objetivo y permita explicarse , en alguna medida, las decisiones de quienes ejercieron el poder.
Desde 1967 en adelante, el mundo entero cambió y Chile no pudo escapar al destino de ese tiempo. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, el llamado de Nanterre convocó a las juventudes y también a quienes habían dejado atrás los años mozos, pero que veían en esa revolución la posibilidad de derribar el sistema político vigente en el mundo occidental.
La polarización se acentuó por la llamada guerra fría entre los dos grandes bloques de la época y, Chile pasó a ser un peón mas tironeado por las potencias liberales y socialistas. La intervención en el “patio trasero “ de los Estados Unidos, fue no solamente la continuación del estilo tradicional de la política internacional de esa nación desde Monroe, sino que pasó a ser una réplica blanda de la intervención de Rusia en los países de Europa Central y Alemania Oriental.
Por eso, parece lógico que cualquier análisis que se haga de la historia contemporánea de Chile abarque al menos desde la época de los sesenta, si se quiere ser objetivo hasta donde lo permiten nuestras respectivas posiciones ideológicas o nuestra condición de “hombres situados” como me enseñara el profesor visitante en mi vieja Universidad.
Y, por favor, agreguen a los problemas propios de los gobiernos de turno la política exterior de nuestros vecinos y, atrévanse a incluir, como cierto, el revanchismo peruano con el presidente Velasco Alvarado y el triunfalismo de nuestros vecinos argentinos durante los últimos gobiernos militares y la alta probabilidad de una guerra en dos frentes en 1974 y 1978. Ojalá este período mereciera un análisis objetivo de los muchos antecedentes comprobables y que fueron secreto de estado hasta hace poco y de las declaraciones públicas de políticos y militares de nuestros vecinos, no para justificar sino para entender al menos algunas reacciones propias del temor en quienes dirigían el país en esos momentos y, que buscaban, según su saber y entender “ la unión del frente interno”.
No se trata de hacer tabla rasa de abusos y vejámenes, pero sí de otorgar a los actores del pasado un “debido proceso” que no solamente incluya sus excesos y delitos, sino el análisis del contexto histórico en que ellos se cometieron, antes que juzgarlos desde la certeza de la lógica sin penetrar las complejidades de las conductas humanas.
Por eso quisiera que quienes tienen el privilegio de orientar a la opinión pública y, en beneficio de la reconciliación de los chilenos juzgaran a todos los culpables de una época oscura de nuestra política, sin olvidar que las reacciones violentas son casi siempre producto de acciones previas de igual o parecida violencia. No otorgar en el juicio a quienes ejercieron el poder las atenuantes que pudieren resultar de hechos anteriores o coetáneos a su gestión, es privarlos del “debido proceso” de la historia.
Mario Alegría Alegría.