¿Dónde le gustaría vivir si no viviera en Chile?, le preguntaron en una entrevista en abril de 1969 a Pablo Neruda, cuando el poeta ya había optado definitivamente por el marxismo, y él responde: que aunque «pudiera juzgárselo de tonto o patriótico» (sic) su respuesta está en unos versos suyos: «Si tuviera que nacer mil veces/ allí quiero nacer. Si tuviera que morir mil veces/ allí quiero morir». Encina, en su Historia General de Chile, se refiere al «nativismo» como expresión inicial del patriotismo al analizar las causas de la independencia y lo relaciona con el afecto que tuvieron nuestros antepasados al territorio de Chile encerrado entre el mar, la cordillera y los desiertos.
Son dos visiones de personajes de muy distinta ideología, marxista el uno y liberal de antigua traza el otro, pero ambas coincidentes en la trascendencia del patriotismo que se superpone a la política contingente y que incluye naturalmente al territorio y a la gente que lo puebla, con sus usos y costumbres, con sus defectos y virtudes.
Los llamados «patriotas» de 1810 querían un Chile independiente, es decir un Estado que, por definición, es «la nación políticamente organizada en un territorio determinado».
Pero, ¿qué es la nación? ¿Somos 15 millones de personas dentro de los límites de Chile? o ¿es la unión de 15 millones de personas vinculadas por una red cultural, sentimental, e incluso de intereses que buscan un destino en el que todos participen? Creo que no es difícil la respuesta: ser nación, es sentirse unidos por el lenguaje, las costumbres, las tradiciones y por valores y aspiraciones comunes.
El recuerdo honorable de las personas que en forma excepcional demostraron que valía la pena dedicar sus esfuerzos e incluso sacrificar su vida en resguardo de ese patrimonio común, debiera ser una autoexigencia de los chilenos como lo ha sido, a través de la historia, en los grandes países que lo son no sólo por su peso económico, sino por su influencia cultural y política.
Héroes civiles o militares que lucharon por sus ideales y por el futuro de sus naciones no son atemporales, sino hombres de su tiempo que superaron la normal mediocridad de lo cotidiano, para ser paradigmas de su nación.
En estos momentos, la globalización constituye un riesgo para nuestra identidad cultural, afrontamos una crisis económica severa, estamos inmersos en un relativismo moral que más propiamente debiera llamarse relajación y se reconstruye trabajosamente la unidad nacional quebrantada por años de enconado enfrentamiento político seguidos por un régimen autoritario que procuró acallar la oposición usando la violencia. Por todo eso, la nación chilena exige que se respete el pluralismo y la libertad de expresión, pero sin ofender los sentimientos ni la honra de los demás que somos muchos más que los que componen los «poderes fácticos» a los que gustan referirse los trasgresores.
El poder político está obligado constitucional y doctrinariamente a defender el estado de derecho, cuyo componente más importante es la nación.
Destinar recursos fiscales a la difusión de obras cuyo objeto es desacreditar obscenamente a nuestros héroes es faltar el gobierno al deber constitucional de «procurar la integración armónica de todos los sectores de la nación». (Art. 1° Constitución Política).
Mario Alegría Alegría.
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 8 de noviembre del2002