Se terminaba la década de los sesenta y al autor de estas lineas le había tocado participar muchas horas que habrían correspondido al descanso, en la discusión de la reforma universitaria iniciada durante el período presidencial de don Eduardo Frei Montalva. Ese tiempo también lo resté a mi familia y ello redundó en las calificaciones escolares de uno de mis hijos; por entonces de unos doce años.
Para reencontrarme con él, creí que lo mejor sería un viaje por mar en un barco con pocos pasajeros, para estar juntos todo el tiempo. La oportunidad la brindaban entonces algunos buques que, por acuerdos internacionales, podían llevar hasta 12 pasajeros sin modificar su rol de tripulación.
De este modo, nos embarcamos en viaje al Perú, un día cualquiera, en el «Anjou’ un moderno carguero de la Compañía Transatlántica Francesa, construido en Alemania Oriental a pesar de la Guerra Fría que en esos mismos años sostenían Occidente y Oriente.
Los pocos pasajeros alternábamos frecuentemente con los oficiales, con quienes almorzábamos y comíamos. Ocurre cuando se trata con los franceses, que éstos aprecian el esfuerzo que se hace por hablar su hermosa lengua, aunque se haga un poco a tropezones, como era mi caso. Así fue como hice buenas migas con el primer oficial, un simpático gascón, alegre y conversador. En una ocasión mientras recorríamos juntos 1 buque hice el elogio de su diseño, con grandes escotillas que facilitaan la estiba y desestiba de la carga y el transporte de grandes bultos.
El coincidió en mi apreciación y agregó que eso era tan cierto, que en el mismo viaje hacia Chile, la nave había transportado, para el gobierno peruano con absoluta reserva, setenta tanques franceses medianos, de los más modernos. Agregó que al llegar al Callao, la descarga de los vehículos se hizo de noche y se cerraron al público las calles por las que transitaron hasta llegar, primero a sus cuarteles, y después a sus bases definitivas. Era, según me explicó la forma usual de proceder con el equipo bélico transportado al país vecino. Pocos años después entre 1973 y 1974 la Unión Soviética agregó otros 400 tanques recién construidos; al arsenal de nuestros vecinos del Norte.
Por los mismos años Argentina compraba más de cien tanques franceses X M30 iguales a los vendidos al Perú y otros a Austria cuya venta después le fue negada a nuestro país y construía en sus propias usinas más de 200 tanques medianos de un modelo nacional, de 30 toneladas, técnicamente bastante avanzados.
Entretanto, nuestro país no contaba sino con el grupo de blindados que Estados Unidos vendió al término de la Segunda Guerra de entre sus excedentes militares y en igual número al Brasil, Argentina, Perú y Chile. Como puede verse, la desproporción de recursos se hizo enorme e imposible de morigerar por un país como el nuestro, escaso de recursos y con el agregado de la enmienda Kennedy, que le impedía acceder al mercado de armas de Norteamérica.
La anécdota, me, vino a la memoria al conocer la publicación del Libro sobre la Defensa Nacional, con que nuestro país pretende explicar al mundo que no tenemos propósitos de expansión territorial y que todo nuestro esfuerzo, en materia de fuerzas armadas, está destinado solamente a disuadir eventuales aventuras expansivas de otro países.
Pocos días antes el Presidente del Perú se jactaba, con la adquisición de un escuadrón y medio de MIG 29, de poseer la fuerza aérea más poderosa de Sudamérica y la República Argentina hacía público su propósito de acceder a la condición de aliado estratégico no Otan de los Estados Unidos. No es preciso sacar muchas conclusiones de ambos hechos para darse cuenta del propósito de ambos países de mantener no un equilibrio bélico, sino la gran ventaja que, desde hace más de 50 años, gozan sobre nuestro país.
Chile declara públicamente su intención de no agredir a nadie, a pesar que dos de sus vecinos estuvieron a punto de iniciar un conflicto bélico con el nuestro en las décadas del 70 y 80.
¡Cómo deben haberse sonreído los politicos que condujeron las relaciones exteriores de nuestros vecinos, que quisieron por fortuna sin éxito, revivir el tratado de alianza de 1873 en contra de Chile!.
Los países, tanto como los particulares, debemos perdonar los pasados agravios si queremos alcanzar la verdadera paz y el progreso como lo han demostrado Francia y Alemania y los estados centroeuropeos, desde el fin de la Guerra Fría, pero este deseo de alcanzar la paz en beneficio del bienestar e incluso de la supervivencia de nuestros conciudadanos, no puede llegar a la ingenuidad, porque ello no cabe en la conducción de las relaciones internacionales.
La verdad ha sido que desde la gran crisis de 1931 en adelante, nuestro país redujo su inversión en defensa en términos peligrosos para nuestra soberanía, incluso durante el gobierno militar que con mas valor y entereza que recursos, debió enfrentar serias coyunturas internacionales.
Siempre hemos confiado en el profesionalismo de nuestras fuerzas armadas y en la calidad de los reclutas, para el caso de tener que enfrentar un conflicto bélico que nunca buscaríamos, y en esa seguridad vivimos, pero la moderna tecnología ha disminuido relativamente la importancia del soldado frente ala eficiencia de las máquinas.
Por eso, mantengamos nuestra política de paz, pero al estilo de Suiza, es decir con una capacidad de disuasión que haga reflexionar mucho a nuestros agresores potenciales antes de iniciar una aventura bélica.
Pidamos a quienes manejan nuestras relaciones internacionales que mantengan la línea de pacífica conducta y de respeto de los tratados de Chile pero que ¡por favor, no sean ingenuos!.
Mario Alegría Alegría.
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 5 de Octubre de 1997