Por fin se está resolviendo en los tribunales la elección de segundo grado que sirva para elegir al Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. La discusión seguirá por un tiempo acerca de si es bueno que un presidente se elija con menos votos populares que su contenedor para resguardar la igualdad jurídica entre los pequeños y los grandes estados del país del Norte. No nos corresponde, sin embargo, hacer comparaciones con nuestro sistema electoral, por que para eso tendríamos que examinar el contexto en que se inscribe dicha designación, es decir, el sistema jurídico del que forma parte. Esa tarea es bastante compleja e incluso los abogados no tenemos generalmente suficiente información acerca de los sistemas jurídicos anglosajones y de la historia política y social de los Estados Unidos, como para hacer comparaciones válidas.
Solamente para ilustrar esas dificultades, me decidí a relatar una anécdota ocurrida hace más de 31 años, la que he recordado con frecuencia en estos días en que la elección presidencial del Norte acapara titulares en que vemos desfilar autoridades administrativas y judiciales expresando opiniones tan variadas que confunden al lector más avezado.
En la oportunidad que señalo, llegó a Chile un abogado de apellido Barron, que pertenecía a una gran oficina de Nueva York, quien venía para resolver rápidamente. con los deudos, el monto de las indemnizaciones que se les debían, por la muerte en naufragio de siete tripulantes chilenos que trabajaban en una nave con bandera de conveniencia.
El abogado necesitaba un traductor y alguien «del país» que lo acompañara viajando a Chañaral. Iquique y Arica, en donde residían las familias de los desaparecidos en el mar. Se me encargó, por los aseguradores del armador, que acompañara al señor Barron y lo ayudara en su tarea. El viaje fue exitoso en cuanto a que se convinieron y pagaron a los deudos indemnizaciones razonables, salvo en el caso de la familia de uno de los tripulantes que residía en Arica y que se componía de dos menores que, en ese momento, no tenían curador que los representara. Acordado, en principio, el monto de la indemnización con la persona llamada a servir la guarda. correspondia hacer la designación judicial, la que tomaría dos o tres semanas ya que había trámites que cumplir, como ser, citación de los parientes a una audiencia con avisos en el periódico local e informe del defensor de menores antes de dictarse la resolución del Tribunal.
Esta «dilación» molestó sobremanera al señor Barron, que acotó que esa designación en Estados Unidos se habría hecho antes de una semana s’ en una sola audiencia. Me costó hacerlo entender la ritualidad procesal chilena y, cuando se fue, yo pensaba que me había liberado de sus rezongos de su presencia por varias semanas. Sin embargo, hube de sufrir cada dos o tres días el bombardeo de sus télex (entonces no había fax) en que me exigía explicaciones por lo que él estimaba retardo y negligencia del abogado encargado de la tramitación en Arica.
Cada vez le contesté insistiendo, en buena forma, que teníamos que cumplir los tramites dispuestos por la ley chilena, pero acumulando molestia por su insistencia impertinente ya que en cada mensaje se cuidaba de agregar que «no entendía» ni a los chilenos ni a la justicia de nuestro país.
Al fin terminó el trámite y las gestiones que me se habían encargado y se me dio recién la oportunidad del desquite, porque en mi último informe se contenía un acápite que decía más o menos lo siguiente: «Sr. Barron. Ud. no entendió el sistema judicial chileno y yo le puedo asegurar, por mi parte, que ningún abogado de nuestro País entiende que en el suyo, sus fiscales se coludan con los peores delincuentes, asegurándoles impunidad, cambio de personalidad y la ayuda del estado, para delatar a sus compañeros de fechorías con tal de obtener una sentencia, en favor de «la justicia» así comprendida y de los intereses politicos del fiscal, para quien esa condena es un triunfo que lo puede llevar al Congreso y hasta la Presidencia de los Estados Unidos’.
Demás está decir que el intercambio de mensajes terminó con el mío; pero si el señor Barron aún viviera, lo que es poco probable por la edad que tenía a la fecha de estos hechos, quizás le enviara algún comentario acerca de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos.
Mario Alegría A.
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 5 de diciembre del 2000