Don Jorge Alessandri Rodríguez que gobernó Chile entre 1952 y 1958, fue un Presidente electo democráticamente, serio hasta parecer adusto, incorruptible y que mereció el respeto de la comunidad internacional, sobre todo cuando pocos mandatarios de nuestro continente revelaban iguales virtudes.
A don Eduardo Frei Montalva que le sucedió, sus personales condiciones le permitieron también destacarse en el concierto de los jefes de Estado latinoamericanos, como para que nuestro pequeño y lejano país recibiera la visita de la Reina Isabel de Inglaterra y del Presidente Charles De Gaulle de Francia. Tuvo, asimismo, la ventaja de contar con la simpatía de los gobernantes demócrata cristianos de Alemania y de Italia, como respaldo a su gestión internacional.
Es decir, Chile vivió, como de algún modo lo hace ahora con don Ricardo Lagos, un período en que la personalidad del Presidente, a nivel internacional otorgó a nuestro país, una representatividad que no correspondía a su pequeñez demográfica, geográfica y económica.
En esas circunstancias, los círculos de poder tienden a magnificar el efecto de la «visión país», y «mandatario democrático y capaz» y la constituyen en una especie de escudo ante los conflictos internacionales. Sin embargo, durante el Gobierno del señor Alessandri, fuerzas argentinas el 13 de agosto de 1958 ocuparon el Islote Snipe ubicado en medio del Canal Beagle, en el que poco antes se había instalado una baliza por la Armada de Chile, destruída a cañonazos por nuestros vecinos que ahora amenazan con cortarnos el gas…
El conflicto se vio venir y un Presidente al que no podía tacharse de belicista, movilizó a las fuerzas armadas y envió a la Escuadra al Sur a recuperar el islote.
Nuestra Escuadra, con un solo crucero a la cabeza (el otro igual a los dos que poseía Argentina, se encontraba en reparaciones) zarpó al Sur. A la dotación de los buques se agregó parte de los cuerpos de Infantería de Marina de la zona que para dormir, a falta de literas del buque, tuvieron que colgar los coyes de ganchos soldados ad hoc en la estructura de las naves. Nuestra Armada no tenía, en esa ocasión, ni un sólo transporte de tropas adecuado para la contingencia.
Las unidades embarcadas no tenían equipo de invierno y en la noche anterior al zarpe se pidió al comercio de Viña que abriera sus puertas para entregar las parkas coloridas en vez de camufladas que vestirían nuestras fuerzas de desembarco. A falta de suficientes granadas de mano, en el viaje se las improvisó con trozos de cañería de fierro rellenas con trotil.
Por suerte, estas medidas decididas y el acuerdo de mantener el statu quo sobre el islote puso término al espisodio. Como el conflicto del Beagle no se resolvería hasta la intervención del Papa con su mediador el Cardenal Antonio Samoré, muchos años después.
Durante el gobierno del Señor Frei Montalva, otros incidentes obligaron, en más de una ocasión, a movilizar naves y aviones a la zona amagada.
En los últimos treinta años, nuestro país estuvo a punto de enfrentar una guerra, primero con Perú y luego con Argentina, o con ambos países a la vez.
Por eso, cuando se habla de equipamiento de nuestras fuerzas armadas, y que ese gasto podría sustituirse por casas, hospitales y escuelas, la decisión es difícil, más aún si vemos lo que ocurre en los países vecinos.
Perú gasta 300 millones de dólares en el «refix» de sus aviones de combate y compra tres corbetas misileras Luppo para elevar a 7 las que forman parte de su escuadra; y Argentina, a pesar de su gravísima crisis económicas y social, mantiene su programa de construcciones de nuevas naves de combate.
Desafortunadamente, las buenas palabras no cambian el pensamiento profundo de los pueblos que no se modifica de un año para otro, ni con una ni diez reuniones de sus mandatarios. Hay, tras de la diplomacia, el sentimiento de pueblos que se han pensado superiores al nuestro, para los que seguimos siendo «los chilenitos» y de los que se siguen sintiendo nuestras víctimas. Mientras ese transfondo no se modifique, a lo largo de muchos años, y a través de una nueva enseñanza de la historia para que se «sienta» que somos una sola nación latinoamericana, dividida en varios estados, estará presente el riesgo funesto de un conflicto bélico.
Los mandatarios pasan y los problemas internacionales actuales o futuros seguirán creando riesgos para nuestro país si no cuenta con la capacidad de disuación que nuestro vecindario exige, si queremos vivir en paz.
Ojalá que en ese trance no sean ni los»cascos azules» de la ONU, ni los «marines» norteamericanos los que tengan que intervenir, aumentando la muerte y la desolación en nuestro territorio.
MARIO ALEGRIA ALEGRIA
Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 19 de Marzo de 2002, bajo el título: «Los mismos problemas,»