La historia de Chile está llena de altibajos, como los de todos los países, pero que resultan demasiado numerosos para menos de doscientos años de vida independiente. Tal vez es consecuencia de la escasez de riqueza, condición ésta no asumida ni por los grupos que han gobernado, ni por el común de la nación que siempre pensó que vivía en la copia feliz del edén, como dice nuestro himno patrio.
Nuestra historia es la de un maníacodepresivo, con períodos de gran euforia y acción, seguidos de otros en que la catástrofe parece esperarnos al doblar la esquina.
Desde muy atrás, las campañas victoriosas de la Independencia, y la expedición Libertadora al Perú que, marcó el ápice de la gloria de O’Higgins y de su gobierno, fue un período de euforia nacional. El ostracismo del general y los años que lo siguieron hasta el advenimiento de Portales, la amargura política y la crisis económica marcan un proceso de depresión cíclica del país, que sólo emerge, cuando, vencedor en la Guerra contra la Confederación, con los gobiernos de Bulnes y Montt, recupera su sentimiento de grandeza a pesar de la modestia de sus recursos económicos.
La siguiente depresión sicológica y económica se inicia con el gobierno de Pérez y la desgraciada guerra con España, iniciada porque nuestros políticos, en otro de los episodios triunfales, se sintieron los líderes de la América Morena. El período que sigue hasta la crisis mundial de los años 1874/1877 es de suprema depresión agravada por los problemas internacionales que debe enfrentar Chile.
La Guerra del Pacífico y la incorporación de la riqueza salitrera, inician un período de euforia nacional y de exitismo que dura hasta la guerra civil de 1891 que agota la economía y el espíritu nacional en el peor momento, ya que se agravaría la crisis con Argentina cuando aún no se solucionaba el problema de límites con Bolivia, puesto que la suspensión de hostilidades con ese país estaba sujeta a una simple tregua.
La lista es larga, se suma a ella la Primera Guerra Mundial y el descubrimiento del salitre sintético; casi de inmediato sobreviene la crisis mundial de 1928 que llega a nuestro país con doce años de retardo; luego la recuperación de los ánimos con el advenimiento del Estado interventor y las Corporaciones de Reconstrucción y Auxilio y de Fomento a la Producción, para seguir con el abatimiento del país y de los chilenos, durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez, agobiado el país por la caída de los precios de sus exportaciones y por una burocracia que nadie se atrevía a tocar.
Así, en altibajos, se ha escrito la euforia y la depresión en nuestro país y de esta historia se olvidaron los chilenos que iniciaron su vida activa y sus negocios en los últimos diez o quince años. Jamás se había dado un período tan largo de crecimiento sostenido y de triunfo del «know how» de los jóvenes administradores y economistas nacionales, pero a ellos les faltó la perspectica del tiempo para advertir nuestras graves falencias y la enorme dependencia de nuestras exportaciones por falta de mercado interno capaz de absorber una proporción mayor de la producción de nuestras industrias.
La crisis asiática, la sequía, y los problemas políticos que no maneja Chile, han creado un escenario al que no estaban acostumbrados los jóvenes ejecutivos chilenos que viajaban a otros países a hacerse cargo de la administración de empresas creadas o adquiridas por el incipiente capitalismo nacional. Ellos y algunos mayores son los que hoy se encuentran más abatidos y los que están buscando salida a sus problemas personales, vendiendo sus negocios a extranjeros para pasar, de industriales a rentistas.
Creemos, por eso, que han sido beneficiosas las exhortaciones de los dirigentes de las principales confederaciones de financistas e industriales, que han llamado a no perder el ánimo y a seguir creando riquezas en Chile para despegar de la depresión en que nos encontramos.
Cuando Francisco A. Encina escribió la «Inferioridad Económica de Chile» hace más de medio siglo, el país que observaba era el mismo de hoy, pero su población no sólo es ahora más numerosa e instruida, sino que ha demostrado que es capaz de hacerlo crecer a pesar de lo menguado de sus recursos.
Es el momento de pasar del pesimismo a la acción ¿y por qué no? tal vez a un triunfalismo moderado que no irrite a nadie y que estimule a todos.
Mario Alegría Alegría
Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 15 de abril de 1999