65. EL SEÑOR MAGALHAES…

 

Que el lector no se mueva a engaño, no se trata de Sebastián de Magalhaes, el político y poeta lusitano a quien se ofreció la presidencia de Portugal cuando en el siglo XIX cayó la monarquía y…que la rechazó, ni tampoco del político brasileño Olyntho de Magalhaes que concibió, a principios del siglo XX. la unión de Argentina, Brasil y Chile, esa hermosa utopía que habría sido el A.B.C. destinada a evitar, por un lado, el conflicto entre dichos países y, por el otro, a disminuir los efectos en Sud América de la política del buen vecino» de los Estados Unidos. No, a quien he de referirme, conforme al recuerdo un tanto esquivo de mi niñez, es a un señor de ese apellido que residía en calle República en Playa Ancha, en donde yo vivía por entonces.

El señor Magalhaes, de estatura más bien corta, usando quevedos, vestido con cierta elegancia anticuada y con cara bondadosa, tal lo recuerdo. vivía en una casa «señorial» para los cánones de la época, con un antejardín con rejas de las que colgaban hacia la vereda olorosos jazmines, añoranzas tal vez de su patria lusitana y, alguna otra, a la que al pasar arrancábamos una flor para iniciarnos en la botánica de pistilos, estambres y pétalos que nos rondaba la cabeza.

Pero, vamos a la historia, en la misma calle vivía una viuda con cuatro hijas que había conocido tiempos mejores hasta que murió repentinamente el padre, un escocés que tenía una empresa de reparación de naves a flote, de los veleros que entonces colmaban la bahía. Las hijas se sostenían con entereza más que con preparación para la vida, bordando sábanas, fundas y manteles en tiempos en que no existía la competencia de los productos de India y Manila.

Una de las niñas, todas solteras, por entonces, atrajo y fue atraída por un joven conductor de taxis, de los que entonces en corto número se ubicaban en paraderos del «plan» de la ciudad. Situado en la plaza Aníbal Pinto, sus emolumentos no habrían sido malos si el auto hubiere sido suyo, pero no lo era si tenia que dividir el ingreso diario con el dueño. Esto no le permitía mantener una familia. Es decir, no se podía casar mientras no tuviera auto propio.

En tiempos cuando no existían financieras ni créditos de consumo y cuando en los bancos quien solicitaba un préstamo tenía que hablar con el gerente o al menos con uno de los subgerentes, en vez de las tantas ejecutivas de cuentas que existen ahora, obtener un crédito era absolutamente inalcanzable para el novio.

Pero se entrevió una solución, la novia, que apenas conocía «de saludo» al señor Magalhaes. de quien se sabía que era persona de fortuna aunque sin ostentación, se atrevió a acompañar a su futuro marido, nada menos que a pedirle un préstamo para comprar un auto. sin más garantía que la palabra del futuro deudor, ya que la prenda sin desplazamiento se aprobó muchos años después.

No upinios de esa conversación, pero sí de sus resultados: nuestro señor Magalhaes, por conocer tantos años a esa familia vecina, de costumbres intachables, pero pobre, accedió a prestarles el dinero que se convirtió en un bonito «Essex» de 6 cilindros, que trabajando con tesón, permitió a su dueño pagar hasta el último centavo del crédito obtenido.

Yo conocí los hechos porque la novia había sido mi profesora, sin título pero con vocación de maestra, que me enseñó a leer, a escribir y «las cuatro operaciones» antes de ir a la escuela primaria del barrio.

He recordado esta anécdota, porque ahora que todo el mundo político parece procurar con decisiones y recursos oficiales robustecer la trama social que sustentaba vigorosamente nuestra antigua unidad nacional, quebrantada desde los años sesenta, por el duro enfrentamiento político, primero, y después por gobiernos autoritarios, muchas veces olvida lo importante que resulta en esta tarea la solidaridad de los vecinos.

Cierto es que ella se ve afectada por la nueva forma de desarrollo de las ciudades, con barrios segmentados según sea el ingreso y por la tendencia a aislarse de los vecinos. sintiéndose siempre como viajeros en tránsito, que esperan un ascenso para trasladarse a un barrio con mejor «status».

Pero, a pesar de esas dificultades, si el mensaje hacia los vecinos pretendiera revivir la solidaridad perdida sin alusiones que revelen expresa o tácitamente intereses políticos, tal vez veríamos multiplicaras los señores Magalhaes que en forma anónima y sin mengua de las corporaciones de beneficencia entreguen su aporte a la unidad nacional. En la medida que han vivido en el barrio como gente de bien, aunque no hayan cultivado amistades al borde del asador y del buen vino que parece ser la única forma actual de mantener las amistades, se iría recuperando esa «trama» social que se echa de menos.

Los proyectos de unión nacional a través de campañas de solidaridad dirigidas por la televisión sirven bien el propósito de financiar obras de beneficencia que lo requieren y lo merecen, pero no alcanzan la permanencia que les daría recuperar la solidaridad como un valor cultural y permanente.

                                                                                                    Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 12 de Febrero del 2002

64. LO LEGAL Y LO MORAL.

 

 

Para el común de las personas los conceptos de ley, de moral, de ética y de justicia, generalmente se confunden y es usual que se utilicen muchas veces en forma impropia. La confusión es aún mayor en estos últimos tiempos en que el contenido de la moral ha tendido a hacerse cada vez más proteiforme en la medida que el relativismo adquiere adeptos, algunos por motivos puramente teóricos y, los más, en beneficio de la autojustificación de sus propias conductas.

La verdad es que, aproximarse a estos conceptos abstractos no siempre resulta fácil y, por eso, incluso a los estudiantes de derecho se les introduce en la materia en forma gradual. Primero, haciendo notar solamente las características más gruesas que permiten separar las normas de derecho de las normas morales, explicando que la infracción de la ley conlleva sanciones pecuniarias o persona les de limitación o privación de la libertad y hasta de la vida, mientras que la conculcación de la norma moral solamente tiene la sanción constituida por la propia conciencia, a veces bastante permisiva, y por el menosprecio de los demás siempre que estimen esa conducta, trasgresiva de la moral socialmente aceptada en ese instante.

 Avanzando en sus estudios, la filosofía del derecho permite a los estudiantes de derecho discurrir con profundidad acerca de los mismos conceptos, para procurar transformarlos en verdaderos juristas antes que enmeros repetidores de la ley.

Todo lo dicho suena bastante abstruso para quien no sea especialista o especialmente aficionado a estas materias, pero lo cierto es que toda la ciudadanía dama porque se haga justicia, tanto aquella que debe contenerse en las sentencias de los tribunales, como la que significa que el progreso económico se distribuya en forma equitativa y la mayoría coincide también en que deben imperar ciertas normas morales mínimas aun en una sociedad hedonista que busca el dinero fácil para tener lo que él provee: poder y abundancia de bienes materiales.

Y cuando entramos al tema más complejo, pero igualmente interesante de las relaciones entre economía y finanzas, con la moral y el derecho, el cuadro se hace más difícil de desentrañar porque existe la tendencia a creer que si hay suficiente dinero es fácil o al menos posible, eludir el cumplimiento de la ley.

Dicho en otras palabras, la mayoría de los chilenos piensa que a los poderosos no los afectan las violaciones de la ley, a pesar que, en este último tiempo se haya producido, afortunadamente, casos emblemáticos que demuestran lo contrario.

Es decir, empieza a hacerse espacio la convicción pública que el delito aunque lo comentan los poderosos, en algún momento y forma, lo sancionan los tribunales, cualquiera que sean las influencias que se usen y el dinero que se gaste.

Sin embargo aún me parecería difícil explicar a los chilenos que no tienen tiempo o interés en dedicarse a reflexionar sobre materias abstractas, cuál es la diferencia entre lo legal y lo moral si no fuera por el ejemplo que, en estos días, provee la transacción financiera que se ha dado en llamar «el negocio del siglo», mediante el cual y, por el precio de mil quinientos millones de dólares, un grupo de empresas chilenas o un «holding» como ahora se llama, entrega su control a un ente internacional de «muchas espaldas», según se dice, para proseguir invirtiendo fuera de Chile, es decir, no para beneficio del empleo y de la infraestructura de un país que aún tiene un 20% de pobres, sino en busca de mayores utilidades que solamente aumentarán la riqueza de  los accionistas de dichas empresas y, sqre todo la de sus directores. En efecto, si el negocio se lleva a cabo, por exigencias  de los mismos directores que negociaron el acuerdo, sus propias acciones se venderán en quinientos millones de dólares, aunque proporcionalmente valgan relativamente poco, en perjuicio de los accionistas «de la otra clase», que recibirían de menos esa misma suma.

Es decir, el negocio no beneficia al país en absoluto, es para que ganen los accionistas, pero, entre ellos hay un pequeño grupo que gana por su «gestión» quinientos millones de dólares.

Se dice que el negocio es legal y así habrá muchos dispuestos a sostenerlo. Pero usted estimado lector ¿entiende ahora la diferencia entre lo legal y lo moral?

                                                                                           

Mario Alegría Alegría

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 24 de Octubre de 1997

63. LOS MANDATARIOS PASAN…LOS PROBLEMAS QUEDAN.

Don Jorge Alessandri Rodríguez que gobernó Chile entre 1952 y 1958, fue un Presidente electo democráticamente, serio hasta parecer adusto, incorruptible y que mereció el respeto de la comunidad internacional, sobre todo cuando pocos mandatarios de nuestro continente revelaban iguales virtudes.

A don Eduardo Frei Montalva que le sucedió, sus personales condiciones le permitieron también destacarse en el concierto de los jefes de Estado latinoamericanos, como para que nuestro pequeño y lejano país recibiera la visita de la Reina Isabel de Inglaterra y del Presidente Charles De Gaulle de Francia. Tuvo, asimismo, la ventaja de contar con la simpatía de los gobernantes demócrata cristianos de Alemania y de Italia, como respaldo a su gestión internacional.

Es decir, Chile vivió, como de algún modo lo hace ahora con don Ricardo Lagos, un período en que la personalidad del Presidente, a nivel internacional otorgó a nuestro país, una representatividad que no correspondía a su pequeñez demográfica, geográfica y económica.

En esas circunstancias, los círculos de poder tienden a magnificar el efecto de la «visión país», y «mandatario democrático y capaz» y la constituyen en una especie de escudo ante los conflictos internacionales. Sin embargo, durante el Gobierno del señor Alessandri, fuerzas argentinas el 13 de agosto de 1958 ocuparon el Islote Snipe ubicado en medio del Canal Beagle, en el que poco antes se había instalado una baliza por la Armada de Chile, destruída a cañonazos por nuestros vecinos que ahora amenazan con cortarnos el gas…

El conflicto se vio venir y un Presidente al que no podía tacharse de belicista, movilizó a las fuerzas armadas y envió a la Escuadra al Sur a recuperar el islote.

Nuestra Escuadra, con un solo crucero a la cabeza (el otro igual a los dos que poseía Argentina, se encontraba en reparaciones) zarpó al Sur. A la dotación de los buques se agregó parte de los cuerpos de Infantería de Marina de la zona que para dormir, a falta de literas del buque, tuvieron que colgar los coyes de ganchos soldados ad hoc en la estructura de las naves. Nuestra Armada no tenía, en esa ocasión, ni un sólo transporte de tropas adecuado para la contingencia.

Las unidades embarcadas no tenían equipo de invierno y en la noche anterior al zarpe se pidió al comercio de Viña que abriera sus puertas para entregar las parkas coloridas en vez de camufladas que vestirían nuestras fuerzas de desembarco. A falta de suficientes granadas de mano, en el viaje se las improvisó con trozos de cañería de fierro rellenas con trotil.

Por suerte, estas medidas decididas y el acuerdo de mantener el statu quo sobre el islote puso término al espisodio. Como el conflicto del Beagle no se resolvería hasta la intervención del Papa con su mediador el Cardenal Antonio Samoré, muchos años después.

Durante el gobierno del Señor Frei Montalva, otros incidentes obligaron, en más de una ocasión, a movilizar naves y aviones a la zona amagada.

En los últimos treinta años, nuestro país estuvo a punto de enfrentar una guerra, primero con Perú y luego con Argentina, o con ambos países a la vez.

Por eso, cuando se habla de equipamiento de nuestras fuerzas armadas, y que ese gasto podría sustituirse por casas, hospitales y escuelas, la decisión es difícil, más aún si vemos lo que ocurre en los países vecinos.

Perú gasta 300 millones de dólares en el «refix» de sus aviones de combate y compra tres corbetas misileras Luppo para elevar a 7 las que forman parte de su escuadra; y Argentina, a pesar de su gravísima crisis económicas y social, mantiene su programa de construcciones de nuevas naves de combate.

Desafortunadamente, las buenas palabras no cambian el pensamiento profundo de los pueblos que no se modifica de un año para otro, ni con una ni diez reuniones de sus mandatarios. Hay, tras de la diplomacia, el sentimiento de pueblos que se han pensado superiores al nuestro, para los que seguimos siendo «los chilenitos» y de los que se siguen sintiendo nuestras víctimas. Mientras ese transfondo no se modifique, a lo largo de muchos años, y a través de una nueva enseñanza de la historia para que se «sienta» que somos una sola nación latinoamericana, dividida en varios estados, estará presente el riesgo funesto de un conflicto bélico.

Los mandatarios pasan y los problemas internacionales actuales o futuros seguirán creando riesgos para nuestro país si no cuenta con la capacidad de disuación que nuestro vecindario exige, si queremos vivir en paz.

Ojalá que en ese trance no sean ni los»cascos azules» de la ONU, ni los «marines» norteamericanos los que tengan que intervenir, aumentando la muerte y la desolación en nuestro territorio.

                                                                                                    

MARIO ALEGRIA ALEGRIA

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso, el 19 de Marzo de 2002, bajo el título: «Los mismos problemas,»